Paz independentista

Por Edurne Uriarte. Catedrática de Ciencia Política en la Universidad Rey Juan Carlos (ABC, 17/04/06):

ETA ha ganado la mitad de la partida antes del comienzo oficial de la negociación. Ha impuesto la palabra paz y ha convertido en verdad oficial el mito del conflicto ancestral entre los vascos y España. Ha conseguido incluso una buena parte del otro 50 por ciento, la legitimación de la exigencia del derecho de autodeterminación. Pero no sólo por la eficacia de la violencia, sino, sobre todo, por la renovada capacidad de presión que el anuncio de su final ha dado a la confluencia de todo el nacionalismo vasco en el mismo objetivo, la soberanía de los vascos para la construcción de la nación vasca. En realidad, más que la negociación de ETA, ésta será la negociación independentista de todo el nacionalismo vasco, la que todos sus partidos han reivindicado en el Aberri Eguna sin diferencias de fondo sustanciales. Porque, violentos o demócratas, todos ellos han compartido y comparten la misma concepción de la patria vasca. Y aunque se abre una nueva fractura nacionalista, la del poder, ahora que la de los métodos parece desaparecer, será secundaria respecto a los efectos del objetivo final común.

Esa división de los dos nuevos bandos nacionalistas por el poder se ha confirmado en los prolegómenos y en los discursos del Aberri Eguna: el radical, con ETA al frente, y EA y Aralar de acompañantes, y el institucional, con el PNV en solitario. No por prefigurada desde hace algún tiempo, la división es menos llamativa. Sobre todo, por la rapidez y facilidad con la que ETA se ha hecho con la sumisión complaciente de EA. Pero, especialmente, por la insolencia con la que ha comenzado a disputar el liderazgo a quien durante tanto tiempo la excusó y alimentó ideológicamente, un PNV en peligro de ser engullido políticamente por sus siniestras criaturas.

Los dos primeros elementos relevantes del Aberri Eguna de este año tuvieron lugar unas horas antes de los mítines oficiales y ambos han sido controlados por ETA. El primero, el acto del sábado en Pamplona en el que EA y Aralar ratificaron su unidad de objetivos y estrategia y, probablemente, de acción futura, con Batasuna. Y el segundo, el número especial de Zutabe en el que ETA pone en solfa al PNV pero, sobre todo, saluda el alejamiento de EA respecto a éste y le transmite en tono paternalista su disposición a acogerlo si ese alejamiento continúa en la buena dirección.

No quedaban muchas dudas, pero, por si alguien las conservara, el Aberri Eguna de EA en Gernika ratificó la apuesta por la alianza con Batasuna. El mensaje principal de su presidenta, Begoña Errazti, fue la unidad abertzale, y el de su secretario general, Unai Ziarreta, el derecho de autodeterminación y la valoración de ETA como una consecuencia del conflicto que hay que superar en la mesa de partidos. Es decir, exactamente lo mismo que lo dicho por Batasuna en su comunicado del jueves, la resolución del conflicto a través del derecho de autodeterminación y las dos mesas, la de ETA y los estados y la otra, la esencial, la de los partidos.

Pero el tercer dato relevante de este Aberri Eguna es que el mensaje del otro bando nacionalista, el del PNV, no ha sido muy diferente. Un buen conocedor del nacionalismo, José Luis Zubizarreta, destacaba ayer en El Correo («El PNV toma posiciones») que en el PNV se ha impuesto la vía Imaz, basada en dos ideas, que la normalización no puede derivarse de la violencia y que el proyecto del PNV debe basarse en el reconocimiento del pluralismo vasco y en la búsqueda de la integración. Añadía Zubizarreta que ése es el nacionalismo pactista que se diferenciará del rupturista de Batasuna. El problema, me temo, es que esa moderación y ese espíritu de integración corresponden, cada vez más, al campo de los sueños o los buenos deseos. A pesar de Imaz. Porque son imposibles para un PNV en el que la normalización significa desde hace tiempo lo mismo que para ETA, el reconocimiento del derecho de autodeterminación. Da lo mismo que el PNV nos diga que la normalización no puede asociarse a la pacificación si la reivindicación y el objetivo son los mismos. Imaz y Egibar parecen hablar lenguajes distintos, pero a estas alturas sus diferencias respecto a los objetivos o al concepto de paz son de meros plazos, no de fondo. La «oportunidad para la paz» a la que se refería ayer Ibarretxe en Bilbao o el «amanecer de la paz y de la libertad» de Imaz significan, lo explicaron ayer, la oportunidad para la independencia, el derecho a decidir.

Póngasele el nombre que se desee, pero el final del «proceso de paz» es para todos los nacionalistas, violentos o demócratas, el derecho a la independencia. La novedad abierta por la tregua de ETA es la posibilidad de cambio de liderazgo dentro del nacionalismo y, sobre todo, el reforzamiento del radicalismo. Si el PNV se inclinó definitivamente por su corriente independentista hace bastante tiempo, ahora que ETA se dispone a disputarle electores e instituciones en las mismas condiciones, el radicalismo será definitivo. Sin la sombra de la violencia, no podrá escapar a la disputa de quién es el mejor nacionalista y el más fiel defensor de la patria.

Y esta radicalización será más imparable si cabe por el empujón del Partido Socialista, desde el Gobierno en la negociación con ETA, y desde el PSE en la contienda política vasca. Desde el Gobierno, y por una mezcla de motivos pragmáticos, el fin de ETA, e ideológicos, la ambivalencia respecto al independentismo, el PSOE ya ha legitimado una buena parte del discurso etarra. Lo ha hecho con la aceptación oficial del concepto etarra de paz. ¡Lamentable su abierta asunción por el presidente del Gobierno y el nuevo ministro de Interior! Y lo ha reforzado con su aceptación de la mesa de partidos, de la idea de que «todo», léase derecho de autodeterminación, será negociable sin violencia. Y desde el PSE, por su tentación de sumarse al nuevo marco político que la mesa de partidos pretende negociar. Por los mismos motivos ideológicos que el Gobierno y por unos pragmáticos algo diferentes, el deseo de subirse al carro del poder, sea cualquiera el bando nacionalista que lo controle.

Sólo caben dos dudas sobre este futuro de radicalización nacionalista apuntalado por las tentaciones «catalanas» de los socialistas. Una, la repugnancia hacia ETA y la consiguiente resistencia ética de una buena parte de los vascos a aceptar su nuevo liderazgo. Y, dos, la existencia de una sociedad no nacionalista muy extensa, muy diferente a la catalana, que también puede resistirse a este futuro independentista bendecido por los socialistas. Los objetivos y la estrategia de los protagonistas políticos de este proceso están definidos. Pero los ciudadanos podrían dar algunas sorpresas.