Paz, no proceso

Los Estados Unidos deben dejar de presionar en pro de la reanudación del proceso de paz palestino-israelí. Podría ser la forma mejor de lograr la paz, paradoja que refleja el enorme desfase entre un proceso de paz y el logro de la paz auténtica.

No nos engañemos: no estoy haciendo una llamada a las armas ni un llamamiento en pro de un alzamiento violento. La paz entre las partes en conflicto al este del Mediterráneo y al oeste del río Jordán se puede –y se debe– lograr mediante negociaciones, pero, si una parte está más interesada en un proceso que en la necesidad de paz, es que algo falla.

Para Israel, una potencia ocupante cuya población disfruta de una autoridad civil democrática y de un PIB diez veces mayor que el de aquella a la que deniega derechos básicos de libertad e independencia, las oportunidades de contar con fotografías que brindan las reuniones con dirigentes palestinos han substituido a la consecución de la paz.

Volver la vista atrás con seriedad para contemplar los diecisiete años transcurridos desde que Yaser Arafat y Yitzhak Rabin se dieron la mano en el césped de la Casa Blanca resulta revelador. El número de asentamientos y colonos judíos ilegales se ha más que duplicado en las zonas ocupadas por Israel en 1967. Los negociadores han analizado todas las posibles soluciones para las cuestiones del estatuto permanente de Jerusalén, las fronteras, los asentamientos, los refugiados y las relaciones económicas. Los dirigentes de las superpotencias mundiales, los funcionarios de las Naciones Unidas, los representantes de las iglesias y decenas de personas de buena voluntad han ofrecido sus gestiones y servicios de buena voluntad para hacer posible la paz. Todo ello ha sido en vano.

Las gestiones de los EE.UU., dirigidas por el enviado especial George Mitchell, han mostrado claramente que la actual coalición gobernante en Israel no es capaz de hacer lo mínimo necesario en pro de la paz. El gobierno de Obama se jugó su reputación al intentar que israelíes y palestinos lograran al menos un acuerdo sobre la seguridad y las fronteras. Los resultados han sido desiguales, en el mejor de los casos.

Los palestinos cumplieron todos los requisitos israelíes e internacionales para la seguridad, mientras que el gobierno israelí de Benyamin Netanyahu, que dice estar de acuerdo con la solución consistente en dos Estados, no ha aclarado dónde estarán las fronteras de Israel. Entretanto, el Gobierno israelí quiere seguir construyendo asentamientos en las zonas ocupadas, en flagrante violación del derecho internacional y de los requisitos mínimos para la paz detallados en la “hoja de ruta” patrocinada por el Cuarteto (los EE.UU, las NN.UU., la Unión Europea y Rusia).

Los EE.UU. intentaron sobornar a los israelíes –con 3.000 millones de dólares en aviones de combate y apoyo político en las NN.UU. – para que suspendieran durante tres meses las actividades en materia de asentamientos. En cambio, Netanyahu les metió los dedos en los ojos, contando con la victoria de los republicanos en las elecciones de mitad de periodo para que lo ayudaran después. No sólo los dirigentes de Israel rechazaron las peticiones de la comunidad internacional, sino que, además, tuvieron el descaro de afirmar que habían convencido a los EE.UU. para que renunciaran a ese requisito de la reanudación de las negociaciones.

La retirada por parte de los EE.UU. de la presión actual para reanudar las negociaciones enviaría el mensaje de que no se tolerará el mal comportamiento y animaría a los israelíes, una mayoría abrumadora de los cuales quiere la paz, a obligar a su gobierno a cambiar de posición. El Partido Laborista de Israel ha dicho siempre que, si se interrumpen las conversaciones de paz, abandonará la coalición actual, lo que obligaría al menos a hacer un cambio en la composición de la coalición actual (posiblemente la substitución del derechista Yisrael Beitenu, encabezado por el ministro de Asuntos Exteriores, Avigdor Liebermann, por el moderado Kalima, encabezado por Tzipi Livni, predecesora de Lieberman como ministra de Asuntos Exteriores).

Las encuestas de opinión han mostrado constantemente que la mayoría de los israllíes y de los palestinos quieren la paz (no un proceso de paz), basada en una solución con dos Estados. Prácticamente todos los expertos  o políticos de Oriente Medio y de todo el mundo versados al respecto saben más o menos cómo sería una solución del conflicto: un Estado palestino con las fronteras de 1967, y pequeños intercambios de territorio y una equitativa solución negociada de la cuestión de los refugiados palestinos.

Un respetado grupo de israelíes y palestinos, el Grupo de Ginebra, redactó incluso un plan de paz que abordaba todos los aspectos posibles de la negociación sincera y justamente. Así, pues, lo que hace falta no son negociaciones, sino voluntad política.

Por su parte, los palestinos tienen la voluntad necesaria. El último capítulo del plan de dos años del Primer Ministro, Salam Fayad –el “último tramo del camino a la libertad”–, concluirá en agosto de 2011. En opinión de Fayad, los palestinos, que sufren las consecuencias de la ocupación y tienen más prisa que los israelíes por liberarse de ella, aceptarán una estrategia de paz encaminada a la consecución de un Estado.

Una vez creadas las instituciones del Estado palestino, la voluntad del pueblo, junto con el apoyo del mundo, superará sin violencia todos los intentos de denegar a los palestinos su derecho a la libre determinación. Entretanto, no es necesario un proceso que no ofrece posibilidades de realizar la paz.

Por Daoub Kuttab, ex profesor de periodismo en la Universidad de Princeton y en la actualidad director general de la Red de Medios de Comunicación Comunitarios de Palestina y Jordania.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *