Pedro el Reconstructor y la nueva normalidad

Memoria de quince días. El sábado, 4 de abril, Pedro Sánchez, durante más de una hora, lee un discurso con más de 9.000 palabras (en este artículo hay unas 900). Lo veo empeñado en ‘reconstruir’ España. No en reforzar, reactivar, renovar, remozar. No: en reconstruirla. "Reconstruir nuestra economía y el tejido social y empresarial", "Reconstruir la economía", "Reconstruir la economía y el sistema productivo", Anoto que Sánchez el Doctor –que jura en público no pactar jamás con quien es ya su socio secreto–, devenido Sánchez el Presidente, ha sufrido otra mutación, cual virus, y es Pedro el Reconstructor. Nueve veces, nueve, machaca con la ‘reconstrucción’. La rubrica con un festón, tan vacuo y errado como tantas cosas que se le van viendo (lo cuelga luego en su tuitera del PSOE): "Es un honor ser el presidente de este gran país". España no tiene presidente, Pedro. Lo que tú presides es el Gobierno.

Quedo alerta. Domingo de Pascua Florida, 12 de abril. La Moncloa, a las 17.20 h. El galán se ha moderado y solo perora 17 minutos. Lee en la pantalla invisible, envarado, con tropezones casi en cada frase. El eslogan del día 4 resurge con insistencia burda. "Reconstrucción social y económica" del país. Lo dispara en los minutos 9.34, 12.10, 12.29 y 13.03. Tres minutos y medio, cuatro veces: una ‘reconstrucción’ cada 45,75 segundos. Incurrir en tal reiteración tiene intención. Y aún le queda un disparo final, a punto de concluir la perorata, en el minuto 17.12. Es el recordatorio que se aconseja al inexperto: decir al final lo que más le importe que el auditorio haya de retener, el mensaje que deba permanecer en su mente. Total: desde la primera mención, una ‘reconstrucción’ cada minuto y cuarto.

La expresión, ipso facto, se generaliza entre sus ministros, todos ya con vocación reconstructora. Convenzamos al pueblo de que España debe ser reconstruida. "Estamos inmersos en una guerra total", dice. "Ganaremos la guerra" que "tritura el tejido económico y social de nuestro país". Se recrea en la suerte: "En los campos de batalla". Y clama: "Devastación". Ganas entran de ofrendarse al líder.

Se adivina la jugada

"El tejido social, político y económico y las instituciones de España no han sido arrasados, dice con razón Encarna Samitier, frente a los asertos de Pedro Sánchez"

El miércoles 15 me alivia leer a Encarna Samitier, en HERALDO y en 20 Minutos. Sánchez –dice– "habla de posguerra y reconstrucción, como si tuviéramos un país destruido por un ejército enemigo. España sufre una crisis sanitaria terrible y su economía va a quedar fuertemente dañada. Pero su tejido social, político y económico y sus instituciones no han sido bombardeados y arrasados. (...) Hay una base sólida, no una escombrera, sobre la que trabajar con unidad, responsabilidad y acierto. Y ello exige la máxima competencia". Diana.

Este sábado, nueva comparecencia de veintidós minutos. Concluyó a las 20.39 h y, en los últimos siete aparecieron ocho ‘reconstrucciones’ más. Es un claro exceso, porque España necesita reformas importantes y, algunas de ellas, profundas. Pero reconstruir España es otra cosa. Alguien debió advertir al Reconstructor que estaba levantando oleadas de suspicacia y, por primera vez desde que lanzó la idea, aclaró que se limitaría a cuatro ámbitos. Era una marcha atrás para seducir: dejar fuera los "asuntos sujetos a controversia".

La receta de esta campaña tan ruda acaso sea del ‘cordon bleu’ Redondo; pero la idea en sí expuesta por el Reconstructor merece ser de su insidioso socio. El llamamiento es caudillista, propio de cualquiera de los dos y, por ende, también de ambos juntos. ¿Cómo fiarse?

Se reconstruye lo que está destruido. La pregunta del millón se contesta sola: ¿cómo hay que reconstruir España? Volviéndola a construir. España está, destruida y el Gobierno la va a reconstruir. De abajo arriba. El anuncio lo miran los separatistas en sardónico silencio, a ver cuál es la próxima ‘asimetría’ que les cae. Y la oposición no acierta, porque Arrimadas no parece haber evaluado la jugada y el PP, que no carece de megafonía, está falto de pilotos y oficiales de navegación.

El truco republicano

Iglesias evoca estos días los valores republicanos. Están todos, sin dejar uno, contemplados en la Constitución Española de 1978. En la famosa síntesis francesa creada en 1790, eran la libertad de la persona, la igualdad de los ciudadanos ante la ley y la fraternidad, –hoy llamada solidaridad– encarnada en el Estado social y democrático de derecho.

Aspirar a un país donde jamás se vea "a un jefe de estado con uniforme militar, porque es un representante del pueblo" es embarullar las cosas de intento. En España, como en otros países serios, al pueblo lo representa el Parlamento; y el jefe del Estado, coronado o no, representa al Estado, que no es lo mismo. Por lo demás, alguien tan característicamente republicano como el general (de brigada) De Gaulle ordenó a Jean-Marie Marcel hacerle su más galana foto como jefe del Estado Francés vestido de militar: en frac de gala, con estrellas en las hombreras y una castrense lista de oro en el pantalón. El primer ministro Churchill, paradigma de políticos al servicio de una democracia coronada, vistió a menudo su atuendo del 4º de Húsares de la Reina y el de comodoro del Aire, orgulloso de haber sido piloto militar.

Nadie se confunda. Sánchez e Iglesias han prometido acatamiento a la Constitución y lealtad al rey, pero mantendrán estos compromisos a su modo; esto es, hasta que puedan eludirlos sin riesgo de descarrilar.

Ha comenzado, imperceptiblemente, lo que Sánchez el Oráculo llama ya "la nueva normalidad". Será dirigida a cuatro manos. Si es que antes un socio no engaña al otro a sus espaldas. Podría ser memorable.

Guillermo Fatás es Licenciado en Filosofía y Letras, Doctor en Historia y Catedrático emérito de Historia Antigua de la Universidad de Zaragoza.

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