¡Pedro, la quinta columna eres tú!

Giuseppe Verdi andaba tristón en 1868. Encumbrado, los teatros de ópera se lo rifaban. Algo, sin embargo, le reconcomía. Austria derrotaba a Italia militarmente en Custozza, lo que desazonaba al compositor, que se irritaba, además, con Ricordi, su editor y productor, responsabilizándole del fracaso en Génova de la reposición de ‘La forza del destino’ y del ‘asesinato’ de ‘Il trovatore’ en la Scala.

Buscando tema para ahuyentar su melancolía, descartó ‘Rey Lear’ (no tenía grandiosidad escénica) y ‘Cleopatra’ (los protagonistas y su sino ‘evocaban escasa simpatía’). La ópera de París le sugirió ‘Don Carlos’ y fue el flechazo («es un tema sublime que adoro»). La estrenaría ante Napoleón III y Eugenia de Montijo, con éxito mediocre, que se repitió en Bolonia. En la temida catedral milanesa de la Scala triunfaría.

El éxito, que hizo abandonar a Verdi la idea de dejar de componer, fue un funesto servicio a la imagen de España en las décadas siguientes. La música es espléndidamente verdiana, pero la lúgubre historia sobrecoge. Felipe II arrebata su prometida a su hijo Carlos y trunca una historia de apasionado amor entre dos jóvenes. Hasta induce posteriormente el asesinato del príncipe. Felipe es el oscurantismo, la ignorancia y la tiranía. Su hijo, la libertad y la humanidad.

La realidad no corresponde a lo ideado por Schiller. Cuando Felipe se casó con Isabel de Valois no era el viejo tenebroso que pinta el autor, según diplomáticos de la época, era un apuesto mozo, «rubio, de figura muy agradable». Tenía 32 años, era políglota, mecenas, amante de la pintura, poseía la mejor biblioteca científica de su tiempo... Carlos era errático, violento y, según Braudel, sádico con los animales.

La ópera despegó. ‘Don Carlos’ y ‘Carmen’ colmarían la imaginación de los burgueses de los siguientes noventa años con clichés contumaces: la España oficial, retrógrada y oscurantista, y la ‘españolada’ pintoresca y trágica. Han desaparecido en buena medida pero no del todo, aún quedan posos de la leyenda negra. El franquismo sirvió a bastantes extranjeros para degustarlos con gozo condescendiente e incluso ahora, como señala Muñoz Molina, con el problema catalán muchos comentaristas foráneos encuentran apetitoso cavilar que somos aún Francoland.

Paradójico, incluso parajódico, si desmenuzamos la transformación de España en los últimos cincuenta años. Pocas naciones han experimentado algo tan radical. La Transición democrática ha alterado sensiblemente la radiografía que nos hacían fuera. El Rey Juan Carlos jugó un saludable papel, así como la mayor parte de políticos e intelectuales de las recientes décadas. Se nos considera, en general, una sociedad plenamente democrática y desarrollada. No pasmamos, no llegamos a deslumbrar, aunque lo crea algún dirigente español, a la afición internacional. Un médico egipcio, un bombero francés o un empresario chileno al leer algo sobre nosotros no exclama: «¡Es que lo de España no se puede aguantar!». No, nuestra presencia en los medios internacionales es sólo aceptable, muy inferior a las de Francia, Alemania e incluso Italia. Además, más de un tercio de las noticias que generamos (¡oh cielos!) gravitan alrededor del fútbol.

Por otra parte, se retienen nuestros elementos ‘soft’ o blandos, la idiosincrasia, el clima, la gastronomía y nos rezagamos en los ‘duros’, tecnología (aunque seamos punteros en renovables y obras públicas), economía, etc.

La imagen global ha mejorado, con todo, sensiblemente. Ahora nos franquean las puertas de todos los clubes; durante el franquismo la OTAN y el Plan Marshall pasaron de largo; la ONU nos puso bola negra. No por no ser una democracia, como afirma ignorantemente nuestro audaz Sánchez -en la ONU pastaban muchas dictaduras abominables, entre ellas la rusa-, sino por nuestro pasado vidrioso con los que habían ganado la guerra mundial.

Siendo el horizonte de nuestra imagen exterior no bucólico aunque sí aceptable, vemos ominosos nubarrones en el horizonte. Si se quieren ver. El primero, Dios quiera que pasajero, es la pandemia y sus efectos colaterales. Los extranjeros, embajadas, empresas... se percatan de que España en lugar de ‘salir más fuerte’ está ahora en la cola de casi todo: contagios, muertes, caída del producto bruto, desempleo, deuda. Varios países europeos creen a pies juntillas que vamos a tirar el dinero del rescate de Bruselas. Por los resultados, los embustes y el manejo del Covid, nuestro Ejecutivo no está en su mejor momento. Bastantes colegas extranjeros me apuntan que diversos gobiernos han metido la pata en esto o en aquello, pero que Sánchez, en casi todo.

La segunda nube, más duradera, es el tema catalán, agravado por una fornida quinta columna. Los separatistas resultan más hábiles que el Gobierno en hacer lobby en el extranjero divulgando todas las falacias de la España autoritaria, inculta y sofocante. Emplean mucho tiempo y muchos recursos. Con algunos frutos. Las representaciones catalanas en el exterior que propalan en prensa y universidades nuestra imagen negra de ‘vulneración de derechos civiles’ fueron frenadas por Borrell. Sánchez les vuelve a dar alas permitiendo la apertura de otras ‘embajadas’ cuyo objetivo principal es triturar nuestra reputación. No pocos observadores se preguntan hacia dónde navega España indultando a la carrera a golpistas no arrepentidos y aceptando una mesa paritaria con ellos, incluyendo el diálogo sobre la autodeterminación (!!!). Deducen que a ningún punto serio e informan de que este Gobierno, en Cataluña o Madrid, está más cómodo sentado con los que quieren romper España que con los que defienden la Constitución. Mal, suicida augurio, me dicen a mí y a sus jefes.

Y la guinda nociva la pone Podemos. Iglesias, por su ego ansioso de titulares, su mentalidad fascista, por arañar votos en Cataluña, por tapar el oprobio de su niñera, situación chapucera, insólita en Europa, compadrea con los separatistas y hace declaraciones no improvisadas que cuestionan el edificio España y lo agrietan después de la afrenta rusa. Nuestra portavoz gubernamental afirma con naturalidad que debería estar pensando en las elecciones catalanas. Con un par: un gobierno que se pega tiros en el pie y trivializa.

Mola, según el ‘New York Times’, acuñó lo de la quinta columna en 1936. ¿Lo dijo?, ¿existía tal columna? Alguien podría susurrarle a Sánchez: «¿Y tú me lo preguntas?, en la integridad de España, la quinta columna eres tú».

Inocencio F. Arias es embajador de España.

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