Pedro Sánchez se hace el tonto

Hannah Arendt se quejaba con frecuencia de los malentendidos que provocaba su idea de la «banalidad del mal». A partir de las aclaraciones de la filósofa alemana, su significado se concreta en una advertencia sobre el peligro de hacerse el tonto ante ataques graves contra la convivencia democrática. Pues bien, las justificaciones del Gobierno de Sánchez e Iglesias sobre la mesa con los independentistas responden a ese esquema: hacerse los tontos.

En línea con la «banalidad» de Arendt –«y lo escandaloso es esta necedad»–, se difunde una narrativa plagada de «no pasa nada, todo está controlado» o «cómo va el PSOE a ceder frente a los secesionistas». Si después de la mesa Puigdemont responde con la concentración de Perpiñán y Junqueras valora que el objetivo es «ser más y más fuertes para ganarle el pulso al Estado», que «Sánchez sabe que sin progresos en la mesa no hay legislatura», ¿cuál es la posición del presidente del Gobierno de España? Banalizar el mal, hacerse el tonto.

Toda la narrativa difundida tiene como fin ocultar la gravedad de lo que vemos, desde la posición de medio Gobierno a favor del llamado «derecho a decidir» a la colaboración de Sánchez con las iniciativas nacionalistas para la progresiva desconexión con España. Se cumplen las peores previsiones que el historiador Santos Juliá temía por lo que él llamaba la «desbandada del PSOE» –Transición–, es decir, la renuncia a ser alternativa a los nacionalismos supremacistas en País Vasco, Navarra, Cataluña, Baleares, Comunidad Valenciana y Galicia, como comprobamos ahora con el proceso electoral del próximo cinco de abril.

Como muestra, los acuerdos con el nacionalismo vasco sobre la gestión de las pensiones. El PNV nunca han ocultado su estrategia, la tiene escrita y publicada: «En un primer momento, el traspaso de la gestión del régimen económico de la Seguridad Social», para, «en un momento posterior y tras la experiencia acumulada», dar el salto a un «sistema público vasco de pensiones y protección y seguridad social», con su órgano de gestión ya diseñado –Lagunkidetza–.

Se trata de iniciar el proceso con un «ordenado traspaso de la gestión» para garantizar «la inmediata sustitución de las instituciones del Estado por las de Euskadi». Nada que no sea conocido, lo que explicaba con desparpajo el líder del PNV Andoni Ortuzar en EL MUNDO: hacia la independencia, pero paso a paso, con orden. ¿Te parecen moderados? Sí, si te haces el tonto.

Arrastrados por la dependencia de los partidos nacionalistas, el Gobierno de Sánchez e Iglesias ha dado la espalda a la política de «una nación». La deriva por la que han optado está en el polo opuesto de lo que el economista británico Paul Collier –El futuro del capitalismo– considera política nacional: «Una red creciente de obligaciones recíprocas». La única forma de desarrollar, por ejemplo, políticas de cohesión entre campo y ciudad, jóvenes y mayores, ocupados de alta cualificación y perdedores del desarrollo tecnológico, o ganadores y víctimas de un acuerdo comercial.

«La política sobre todo es nacional porque las políticas públicas son sobre todo nacionales», señala Collier frente a los movimientos que intentan crear identidades menores, como el independentismo catalán, que él considera paradigma del «nacionalismo de ricos». ¿Alguien puede imaginar un proyecto de renta básica si no es como una política nacional? ¿O una política agraria que merezca tal nombre? De momento, el FMI ya advierte sobre problemas para la economía española asociados a una ruptura de nuestro «mercado único nacional». Pocas bromas.

En la base de todo, la «trampa soberanista». No hay estudio de opinión que no demuestre, una y otra vez, que la inmensa mayoría de vascos, navarros, catalanes, baleares o valencianos, se consideran masivamente españoles, pero son representados por políticos que se declaran independentistas partidarios de la desconexión con España.

«Los vascos no se sienten españoles, ¡ni por el forro!», proclamaba hace poco el líder del PNV. ¡Miente! Lo cierto es que, en tanto un 60% de los parlamentarios vascos se confiesan independentistas, más del 70% de los vascos no son partidarios de la secesión, y se sienten españoles, según el euskobarómetro. Esa disonancia es el resultado de décadas de complejo constitucionalista y abandono de la obligación de ser alternativa al secesionismo. ¿Dónde está hoy la oposición en el País Vasco?

Durante décadas, el PP y el PSOE se han subordinado a la lógica de los nacionalismos y la degradación ha llegado tan lejos que hoy las alternativas políticas se alejan del eje izquierda-derecha. Se sitúan, sobre todo, entre los que defienden una identidad compartida que una a los españoles y los que se dedican a socavarla. De hecho, ninguna de las grandes reformas que urgen en España son posibles con un Gobierno sometido a los proyectos supremacistas de los nacionalismos. ¡Ninguna! Ahí está el PSOE, que ha cambiado cualquier proyecto que pudiera parecerse a una agenda socialdemócrata por otra subalterna del soberanismo.

Y aún peor. Para anestesiar a electores de izquierda que no pueden identificarse con proyectos políticos de nacionalismos insolidarios, Sánchez e Iglesias han recurrido a la fórmula infalible de la polarización –¡Franco, Franco, Franco!–. Se olvidan de los electores pragmáticos, los que se interesan por los resultados concretos de la gestión, y centran sus esfuerzos en tener movilizados a los electores más motivados ideológicamente. Extrema izquierda frente a extrema derecha. Siguen la vieja fórmula que Umberto Eco denunciaba en construir al enemigo como degradación de la política.

Con un Gobierno decidido a hacerse el despistado, mientras crece el huevo de la serpiente de los movimientos soberanistas, gana importancia la reacción de una sociedad civil activa. Frente a una estructura mediática mayoritariamente comprensiva con el soberanismo, iniciativas como la de Rosa Díez y Fernando Savater –Encuentro 78– adquieren trascendencia. O la resistencia de un grupo de jóvenes intelectuales, para bochorno de tantos, como Ricardo Dudda –La verdad de la tribu– o Juan Claudio de Ramón –Diccionario de lugares comunes sobre Cataluña–.

Tenemos un Gobierno instalado en el modelo mental de la «banalidad del mal». Es nuestro gran problema, pero, nada que no pueda solucionar una contundente reacción nacional.

Jesús Cuadrado fue diputado del PSOE por Zamora.

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