Pedro Sánchez parece haberse aficionado a su faceta de historiador, además de ser un hacedor de la historia. Sin embargo, en su empeño por asumir ese doble papel -narrador del pasado y protagonista del presente- corre el riesgo de tratarnos a los ciudadanos con falta de seriedad.
En su último discurso en el Congreso de los Diputados, justo antes de su viaje a Vietnam y China, el presidente hizo la siguiente afirmación, que conviene citar por rigor en las fuentes y para respetar su esfuerzo divulgador:
«Quisiera recordar algo que quizá muchos españoles y españolas [...] desconozcan, como es lógico: para los padres fundadores de la Unión Europea, la integración militar y securitaria era tan o más prioritaria que la integración económica. En los años 50 del siglo pasado [...] impulsaron la creación de una Comunidad Europea de Defensa. Los seis países fundadores de la Unión Europea apoyaron esta idea [...] pero, en el último momento, sufrió un revés inesperado cuando la derecha francesa se negó a firmar su tratado constitutivo».

Sin embargo, el presidente omitió un dato clave: en 1954, el segundo partido con más escaños en la Asamblea Nacional francesa, a solo diez del primero, era el Partido Comunista (PC), que votó en contra del tratado. En su discurso, no obstante, dio a entender que fue un cero a la izquierda en la votación del 30 de agosto. En realidad, al día siguiente, L'Humanité, diario del PC, celebró el resultado con titulares como «Victoria del pueblo francés y de la paz» y «Saludos a los artífices de la victoria».
Tampoco es exacto afirmar que «la derecha francesa» se negó a apoyar el tratado. Aunque el grupo político del general de Gaulle, mayoritario en la Asamblea, votó en contra, el Mouvement républicain populaire de Robert Schuman -uno de los padres fundadores de las instituciones europeas- sí lo respaldó. Es decir, ni toda la derecha lo rechazó ni toda la izquierda lo apoyó. La realidad histórica es, por tanto, bastante distinta a la que nos presentó el presidente-historiador.
¿Despiste o intención? Las palabras de Sánchez (y sus réplicas posteriores) insinuaban que, una vez más, «la derecha» -en este caso, la española, aunque con el calificativo de «ultraderecha» atenuado para la ocasión- votaría en contra de su propuesta de defensa, lo que debía interpretarse como un gesto antieuropeo.
Quizá por eso el presidente abrió y reforzó su intervención con citas de otros dos padres fundadores de la Unión Europea. Comenzó con el francés Jean Monnet (por cierto, presidente, recuerde para la próxima que la t final en francés no se pronuncia, igual que la r final de Ferrero Rocher) y continuó con el belga Paul-Henri Spaak, aunque Sánchez prefirió llamarlo simplemente «Paul». No está claro si por un intento de familiaridad (aunque Spaak falleció cuando Sánchez tenía apenas cuatro meses) o por un nuevo desliz. Similar a como si, desde la tribuna del Congreso, el presidente del Gobierno se refiriera a un José Luis simplemente como «Jose» (con y sin apuros judiciales).
Además, al presidente se le pasó mencionar que Spaak, a la vez que secretario general de la OTAN, era socialista. ¿Otro cero a la izquierda? Según su relato, parecería que los socialistas y socialdemócratas europeos no tuvieron un papel clave en la creación, consolidación y desarrollo de la Alianza Atlántica. Pensemos en el sindicalista británico Ernest Bevin, laborista; en Javier Solana, a quien Sánchez no citó como secretario general de la OTAN; o en el noruego Jens Stoltenberg, recién salido del cargo, también laborista. Mencionarlo habría sido no solo más riguroso históricamente, sino también útil: no solo para recordárselo a quienes no estamos en el Congreso, sino, sobre todo, a quienes comparten el color de su escaño y aplauden con entusiasmo sus intervenciones.
Conviene recordar que el fracaso de la Comunidad Europea de Defensa permitió la entrada de Alemania Occidental en la OTAN en 1955. Casi tres décadas después, España ingresó en 1982 bajo un Gobierno de centro-derecha y ratificó su permanencia en un referéndum impulsado por un gobierno socialista cuatro años más tarde.
Llama la atención -aunque no sorprende- que varios de sus socios, dentro y fuera del Gobierno, ya se estén manifestando contra la OTAN. Hace unas semanas, la vicepresidenta Díaz votó en el Congreso a favor de una moción que aboga por la salida de España de la Alianza. El referéndum sobre la OTAN sigue siendo el único celebrado en sus 75 años acerca de la permanencia de un Estado miembro en la Alianza Atlántica, otorgando voz directa a la ciudadanía. Y no fue para entrar, como afirmó el presidente antes de las elecciones generales, sino para decidir si salirse o quedarse. En su último discurso corrigió el error; quizá leyó la tribuna anterior de esta ciudadana-historiadora.
Por otro lado, por mucho que diga la página de Wikipedia en español y reitere con tono profesoral Pablo Iglesias Turrión los resultados del referéndum de manera incorrecta (¿tan difícil es dar las cifras bien?), el «sí» a la permanencia ganó al «no» por más de 12 puntos porcentuales. Incluso, según las actas de la reunión, el que fuera secretario general del PCE Santiago Carrillo reconoció el éxito del «sí» en una conversación con el dictador Ceauescu en Rumanía, pocos meses después. Carrillo subrayó cómo el voto favorable caló especialmente en las zonas obreras históricamente de izquierdas. Es contradictorio que quienes se presentan como defensores de la democracia directa cuestionen precisamente ese resultado. Tratan aquel referéndum -y su resultado- como otro cero a la izquierda (y ya van tres).
Son ya muchos quienes han señalado que la intervención del presidente no detalló plazos, cifras ni presentó medidas concretas. Sin embargo, el discurso de Sánchez sí contenía una aspiración clara: los eurobonos, es decir, deuda conjunta (como si todos los miembros de una familia se agruparan para pedir un préstamo), similares a los emitidos durante la pandemia. Irónicamente, el mismo día, el comisario de Defensa de la Unión Europea ofreció una entrevista en la que señalaba que Bruselas aún debía pagar los intereses de la deuda común contraída durante el covid, por lo que no respaldaba la emisión de nuevos eurobonos. Así, parece que el plan del presidente tendrá un recorrido negociador bastante difícil.
España lleva dos años sin presupuestos, vulnerando el mandato constitucional. Sin embargo, ya sabemos que, para algunos, esa no es razón suficiente para presentarlos. Para no hacer perder tiempo a la Cámara, al parecer, es preferible mostrar deferencia -como argumenta la portavoz del Gobierno- y evitar importunar a sus señorías con un plan presupuestario para el país, incluso en tiempos tan extraordinarios y de tan gran trascendencia global.
También en su discurso, el presidente del Gobierno nos aseguró que las partidas sociales no se verían afectadas para aumentar el gasto en defensa. Pero, ¿cómo piensan lograrlo? Tendrán que dar lecciones a los británicos, alemanes y austríacos sobre cómo hacerlo. ¿No sería mejor sernos sinceros con la situación?
El mes pasado, en Austria, los periodistas exigían explicaciones sobre el retraso de dos meses (y no años) en los presupuestos. En Alemania, tras las elecciones federales, los partidos cristianodemócratas, socialdemócratas y los Verdes, que saldrán del Gobierno, han pactado un cambio en los parámetros de contracción de la deuda pública. De hecho, la familia política del PP y la del PSOE en Alemania acaban de firmar un acuerdo de gobierno. Es decir, allí hay rendición de cuentas en el parlamento, elecciones, negociaciones y acuerdos entre los partidos mayoritarios. Aquí, en cambio, sin presupuestos, se opta por los eurobonos, el resucitado «no a la guerra» y culpar a «la derecha». ¿De verdad esta es la mejor propuesta que nos merecemos?
¿Cómo pasará a la Historia nuestro presidente-historiador, como él mismo parece haberle preguntado al ministro Máximo Huerta el día en que este le anunció su dimisión? Si quiere hacer historia, haría bien en no reescribirla y en tratarnos como adultos. La gravedad del momento exige rigor y acuerdos entre los partidos mayoritarios que nos gobiernan. Solo así obtendrán el respaldo social necesario para afrontar el difícil camino que tenemos por delante. Porque los ciudadanos no somos -ni seremos- un cero a la izquierda.
Marina Pérez de Arcos, profesora universitaria e investigadora europea, historiadora, economista y doctora en Relaciones Internacionales por la Universidad de Oxford, premiada por su labor docente en la London School of Economics y sus publicaciones académicas, se unirá próximamente a la Universidad de Yale.