Peligro: gente normal

La crisis de los refugiados -ese flujo constante, desesperado e imparable de miles de personas que huyen de la guerra- está siendo mal gestionado por nuestros gobiernos, a sabiendas. Iba a escribir que está mal gestionado a conciencia pero, evidentemente, no hay un atisbo de ejercicio de conciencia en la aplicación de la política antirrefugiados.

Obligándoles a jugarse la vida y no acogiendo a los que huyen de la barbarie con dignidad será difícil frenar la escalada xenófoba y violenta que van sufriendo quienes han conseguido llegar a Europa.

Peligro gente normalSegún el Informe sobre Derechos Fundamentales de 2016 de la Agencia Europea para los Derechos Fundamentales (FRA), los ataques de la extrema derecha contra inmigrantes han aumentado de forma extraordinaria. En Alemania, por ejemplo, los incidentes respecto a los lugares de acogida han pasado de 199 en 2014 a 1.031 en 2015; de 29 ataques violentos a 177. Respecto a incidentes directamente relacionados con los refugiados y solicitantes de asilo, se pasó de 62 en 2012 a 1.610. Hubo al menos 140 ataques violentos.

Lo más podrido es, seguramente, cómo se percibe socialmente el perfil de estos atacantes. La primera encuesta del FRA sobre la discriminación contra los inmigrantes y las minorías (EU-MIDIS), publicada en 2009, revela que los encuestados opinan que entre el 32% y el 71% de los agresores son gente normal. Gran parte de la población asocia los ataques a gente normal. Corremos el riesgo de normalizar socialmente la violencia contra los que huyen.

Lo confirma la Agencia europea cuando emite su Opinión en el Informe sobre derechos fundamentales 2016. Aunque, por una parte, dice que 'los Estados miembros y las instituciones de la UE mantuvieron sus esfuerzos para contrarrestar los delitos por motivos de odio, el racismo y la discriminación étnica', acaba concluyendo que 'en 2015, los sentimientos xenófobos pasaron a ocupar un primer plano en varios Estados miembros de la UE, alimentados en gran medida por la llegada en gran número de solicitantes de asilo e inmigrantes, así como por los atentados terroristas en París y Copenhague y las tramas frustradas en diversos Estados miembros'.

Ésta es una realidad que algunos líderes europeos están alimentando. En julio de 2015 escuchamos al ministro de Estonia para la Protección Social rechazando a los refugiados musulmanes, señalando que 'después de todo, somos un país que pertenece a cultura cristiana'. Y hay declaraciones en una línea similar del portavoz del presidente checo, del ministro del interior eslovaco, del de Chipre o del primer ministro de Hungría: 'Los que lleguen se han formado en otra religión y representan una cultura radicalmente diferente. La mayoría de ellos no son cristianos, sino musulmanes. Ésta es una cuestión importante, porque Europa y la identidad europea tienen sus raíces en el cristianismo'.

Palabras como éstas demuestran que la Unión Europea está olvidando que su primera piedra se puso sobre la laicidad y resto de valores que cimentan la tolerancia del pluralismo ideológico o religioso.

Otra cosa son las corrientes ideológicas tóxicas que existen en el mundo musulmán y que deben ser enfrentadas eficazmente, proporcionalmente, por las autoridades públicas. Nuestra concepción de la democracia y del Estado de derecho, del respeto de la ley, se apuntala desde los hechos (cumpliendo con nuestras obligaciones con el Derecho humanitario y con los compromisos y convenios internacionales que voluntariamente hemos firmado), pero también desde los discursos institucionales, desde los programas de educación infantil que, aunque quizá tarde, por fin están promoviendo varios países europeos (entre ellos España, donde el Observatorio Español contra el Racismo y la Xenofobia publicó, para los profesores, el Manual para la prevención y detección del racismo, la xenofobia y otras formas de la intolerancia en las escuelas), o con programas de integración real para que los refugiados puedan acceder a los distintos mercados de trabajo y no quedar socialmente excluidos.

La Unión Europea, sin embargo, enfrenta una tormenta añadida. El presidente de Hungría, Janes Ader, ha anunciado un referéndum para el próximo 2 de octubre en el que los húngaros tendrán que decidir si aceptan o rechazan las cuotas que impone la Unión Europea sobre la reubicación de refugiados. En un comunicado, el mandatario declaró que convoca la consulta de acuerdo con la Constitución, a la espera de que el Tribunal Constitucional la ratifique.

La pregunta, a la que los húngaros deberán responder con un sí o un no será: '¿Quiere que la Unión Europea tenga derecho a determinar una cuota obligatoria de ciudadanos no húngaros en Hungría sin el consentimiento del Parlamento?'. Es otro ejercicio de populismo irresponsable que va a obligar al resto de países a enseñar sus verdaderas cartas porque, si se admite la actitud húngara, el desgarro de la credibilidad de nuestras instituciones no tendrá fin.

De esta suma de crisis (Brexit, refugiados, amenaza terrorista, desigualdad creciente) deben poderse gestar, con urgencia, las bases del mañana. Durante el último año y medio hemos asistido a la devaluación extrema de la coherencia entre las políticas expuestas y enunciadas por el Consejo y la Comisión con respecto a su ejecución. El trabajo del Parlamento ha sido desoído y manipulado. Es una dura afirmación, pero necesaria, porque enuncia una frustrante y peligrosa realidad.

Peligrosa realidad la del egoísmo de los gobiernos enmascarados tras el Consejo; una institución paralizada en manos de los egoísmos nacionales. Sin europeísmo no superaremos la crisis múltiple que vivimos. Necesitamos políticos, no burócratas acobardados. O cambia el Consejo o la UE se hundirá y todas las naciones lo harán, paso a paso, pieza a pieza.

La economía y el futuro de nuestros hijos están ligados a que recuperemos el corazón de la Europa capaz de esforzarse para salir adelante y recuperar la prosperidad en un mundo global, con problemas globales. Languidece peligrosamente el alma de la UE y eso es sinónimo de ruina a corto plazo. Por eso estamos obligados a reaccionar sin esperar más y el Parlamento Europeo -que ha jugado el papel del cándido en un juego de tahúres- debe plantarse políticamente para evitar la deriva que nos arrastra. Más allá de las competencias de la institución -se sorprendería la gente de lo exiguas que son- los diputados europeos somos los políticos que representamos directamente al conjunto de los ciudadanos de la Unión. No tengo dudas de que los ciudadanos nos necesitan despiertos. Me puedo equivocar y me gustaría, pero considero que jamás nos perdonarán si no evitamos la tolerancia del Consejo hacia el modelo aberrante de los gobiernos populistas, y deriva nacionalista general en un sálvese quien pueda.

Es peligrosa la tibieza de la Comisión, incómoda con este estado de cosas, pero subordinándose a las incoherencias del Consejo. Todo ello debe ser señalado, porque forma parte de la crisis de valores que lleva al ascenso de los populismos egoístas y xenófobos.

La UE tan solo supone un 6% de la población mundial y o comienza a dar soluciones coherentes, recuperando el respaldo de la población, mostrando, al tiempo, un discurso democrático renovado y creíble, o la crisis despedazará la UE y dejará tras de sí 27 enanos a la deriva en un mundo globalizado.

Nos estamos jugando el futuro de Europa porque en tiempos de globalización no es posible salvarnos solos y porque no es posible la convivencia en la UE si renunciamos a nuestros valores, dado que el populismo lo intoxicará todo y perderemos el futuro.

Por solidaridad, por egoísmo, es necesario aplicar, entre otras cosas, políticas de asilo dignas de tal nombre. Jean Monnet pensó siempre que Europa se construiría entre crisis y que sería la suma de las soluciones que diéramos a esas crisis. Si es así, éste es el momento de sumar soluciones.

Maite Pagazaurtundua es eurodiputada por UPYD en la comisión de Libertades Civiles del Parlamento Europeo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *