La visita de Nancy Pelosi a Taiwán acarrea riesgos indiscutibles.
Pekín podría responder hostigando a los barcos y aviones de la Marina estadounidense en el área, con un claro potencial de choque o confrontación. Podría apoderarse de la isla taiwanesa de Kinmen —en buena medida desmilitarizada, y más conocida por los entusiastas de la Guerra Fría como Quemoy—, que se encuentra a solo unos cuantos kilómetros de la costa de Fujian. Podría ayudar a Moscú en la guerra en Ucrania, tal vez al venderle el tipo de municiones de precisión que, según los informes, se están agotando en el ejército ruso.
Hace un mes, todo esto podría haberse sumado a una postura encomiable —si no es que exactamente convincente— para que la presidenta de la Cámara de Representantes se saltara a Taiwán en su gira asiática, al menos mientras Estados Unidos se enfrenta a otras crisis. Pero después de que su visita fue anunciada, habría sido catastrófico echarse para atrás.
A menudo, los acosadores buscan señales de fortaleza para detectar signos de debilidad. Y siempre interpretan los esfuerzos de conciliación como evidencia de capitulación.
Eso es lo que está pasando en este momento. “Conseguir 100 victorias en 100 batallas no es la medida de la habilidad”, escribió Sun Tzu. Más bien, “someter al enemigo sin luchar es la suprema excelencia”. Si Pekín se hubiera salido con la suya en algo tan menor como parece ser una visita de Pelosi, no habría sido solo una victoria simbólica en un espectáculo diplomático secundario. Habría cambiado las reglas del juego. En lugar de evitar una crisis diplomática, habría acelerado un desastre estratégico: un aislamiento mayor de un aliado democrático de Estados Unidos y un socio económico clave como preludio de una rendición, de la guerra o de ambas.
¿Qué pasará después? Primero recapitulemos la situación en la que estábamos.
Por décadas, integrantes del Congreso estadounidense han visitado Taiwán. En mayo, la senadora Tammy Duckworth, demócrata por Illinois, encabezó una delegación del Congreso y se reunió con la presidenta Tsai Ing-wen. El senador Lindsey Graham, republicano por Carolina del Sur, lideró una delegación bipartidista en abril. Ninguna de estas visitas provocó crisis alguna.
En 1997, Newt Gingrich, entonces presidente de la Cámara de Representantes, visitó la capital taiwanesa, Taipéi, después de pasar por Pekín, donde advirtió a sus anfitriones que Estados Unidos defendería militarmente a Taiwán en caso de ser atacada. “Nunca discutimos”, dijo Gingrich en ese momento. “Nunca dijeron: ‘Bueno, no tienes ese derecho, eso es interferencia’. Dijeron: ‘Está bien, entendido’. Y luego, básicamente dijeron: ‘Como no tenemos la intención de atacar, no tendrás que hacerlo. Continuemos y hablemos sobre cómo vamos a resolver esto’. Y creo que eso es muy saludable”.
Todas esas visitas se hicieron a partir de acuerdos diplomáticos que han regido las relaciones entre Estados Unidos, China y Taiwán desde la década de 1970: la política de Una sola China y la Ley de Relaciones con Taiwán. Pero a medida que China sintió que su poder aumentaba, y percibía que el poder y la determinación de Estados Unidos disminuían, ha optado por una nueva estrategia: hacer reclamos legales escandalosos, transformar supuestas provocaciones en pretextos útiles, tomar medidas incrementales pero cada vez más agresivas y usar la fuerza solo como un último recurso psicológicamente apabullante.
Así es como impuso un control dictatorial sobre Hong Kong. Así es como poco a poco está obteniendo dominio militar en el Mar de la China Meridional. Así es como busca debilitar la soberanía de Japón en algunas de sus islas periféricas.
Y es el enfoque que ahora parece estar usando con Taiwán. A consecuencia de la pérdida de prestigio que Pekín creerá que sufrió por la visita de Pelosi, podemos esperar que China aumente la intimidación sin arriesgarse a iniciar una guerra abierta. Kinmen está rodeada de islotes que China, como una demostración de fuerza, podría tomar con facilidad.
¿Qué debería hacer Estados Unidos entonces? No retroceder.
1. Las delegaciones del Congreso deben llegar a Taiwán todas las semanas durante el próximo año. Hacer esas visitas tan habituales que Pekín se olvide de protestar.
2. El presidente Biden debería declarar formalmente lo que ha dicho repetidamente: que Estados Unidos intervendrá militarmente si China intenta invadir Taiwán. Puede subrayar su postura con recorridos frecuentes de embarcaciones de la Marina estadounidense a través del Estrecho de Taiwán, junto con una expansión de los ejercicios secretos de entrenamiento conjunto que las fuerzas de operaciones especiales de EE. UU. y Taiwán ya han realizado.
3. Estados Unidos también puede suministrarle a Taiwán el tipo de armas asimétricas que se distribuyen de manera sencilla y se ocultan con facilidad y que le han hecho tanto daño a los rusos: misiles antitanque Javelin, drones “kamikaze” Switchblade, misiles antiaéreos Stinger, misiles antibuques de ataque naval.
4. Biden debería proponer un incremento importante en el gasto militar, particularmente para la Marina, que ahora está detrás de China en cantidad de barcos. Tendría apoyo bipartidista tanto como política industrial como medida de seguridad global.
Con un poco de suerte, China aceptará que los costos de la confrontación superan por mucho los beneficios. Es una lección que Vladimir Putin puede haber aprendido, aunque solo después de que invadió Ucrania y a un precio trágico para el mundo. La clave para salvar a Taiwán es que Pekín entienda ese mensaje ahora, antes de que se lancen a una tragedia similar. Celebro a Pelosi por mantenerse firme.
Bret Stephens ha sido columnista de Opinión en el Times desde abril de 2017. Ganó un Premio Pulitzer por sus comentarios en The Wall Street Journal en 2013 y antes fue editor jefe de The Jerusalem Post.