Pemán para ignorantes

Vuelve don José María Pemán a donde solía, a esta Tercera de ABC donde eran acogidos los diferentes escritos con los que deleitó a sus lectores durante los años en que duró su caudalosa producción periodística y literaria. Autor gaditano con asombrosa facilidad para componer sinfonías poéticas, narrativas e intelectuales, alcanzó esa esquiva gloria que supone aunar favor popular con prestigio académico: en ambos, Pemán fue un auténtico acaparador.

A día de hoy, después de que el Ayuntamiento de Jerez de la Frontera haya decidido retirar el busto del escritor del Teatro Villamarta, convendría una somera puesta en valor de sus indudables virtudes como guía iniciática imprescindible destinada a los zambeques que han tomado esa decisión, comenzando por la alcaldesa socialista que confiesa no haber leído una sola línea de su laureado paisano. Pemán, como los demás, fue un hijo de su tiempo, que no fue fácil, y prestó su apoyo a la dictadura de Primo de Rivera y a Franco, como tanta gente en aquellos años convulsos a los que muchos parecen querer volver. Lo mismo que Benavente, Manuel Machado, Azorín, Baroja, Rosales o Marquina, puso su prosa al servicio de un bando aunque, como los mentados, fuera poco a poco distanciándose del mismo para acabar, en el caso de Pemán, en la causa monárquica de Don Juan de Borbón, que no era precisamente un amigo íntimo del General. ¿Coqueteó con el fascismo?: a buen seguro se puede llegar a esa conclusión si se analizan los pocos años en los que las fiebres políticas condenaron a España a una septicemia social inabarcable, pero aquel fascismo de los años treinta contemplaba muy distintos fundamentos de los que hoy se atribuyen a esa palabra acusadora, casi inevitable en los labios de los que no lo conocieron ni por asomo. Pemán, le pese a quien le pese, fue un librepensador y también sufrió la censura franquista en sus artículos (¡qué decir de aquél del 22 de diciembre de 1966 en el que abogaba por la sucesión de Franco por Juan de Borbón!) experimentando algún proceso gubernativo por ello y significándole el apoyo a Juan III al estar tan sólo unos días al frente de la Academia. ¿Quiere decir eso que Pemán fue un represaliado del Régimen?: no, hombre, no; pero quiere decir que la misma evolución que ha sido aplaudida y subrayada en autores de franjas ideológicas distintas, no es apreciada en la vida y ejecutoria del autor de «El Divino Impaciente». Rafael Alberti, aquel «granito del salinar» portuense (de quien el propio Pemán decía que era mucho mejor poeta que él), había cantado, como tantos izquierdistas, las excelencias políticas del estalinismo que se llevó, de purga en purga, a millones de criaturas por delante. Alberti volvió «con la mano abierta» (el Maestro Burgos señala con maldad que así venía para recoger cuantas más regalías presupuestarias posibles) y trabajó decentemente por todo tipo de reconciliaciones y afabilidades, incluido un abrazo con don José María el día en que ofreció su pregón del Carnaval de Cádiz vestido, lógicamente, de marinero. Ahora que acaba de morir el historiador británico Robert Conquest, autor de «El Gran Terror», el libro que recoge milimétricamente las canalladas soviéticas de los años treinta, podría el Ayuntamiento de Jerez y alguno de los cretinos que en él moran, pedir el libro para entender exactamente qué era un «Fascista y Asesino», que son las estupefacientes palabras con las que una histérica edil de IU, de nombre Ana Fernández, definió a José María Pemán y Pemartín. Que lo lea también esa alcaldesa cuya gran proeza mediática ha sido hasta el momento calzar sandalias un par de tallas más pequeñas y el par de ignorantes ediles de Ciudadanos que se abstuvieron como toda masa blanda.

Precisamente para los ignorantes que consideran el busto del escritor poco menos que una afrenta a los valores que ensalza ese bodrio jurídico llamado «Ley de la Memoria Histórica», vaya por delante una pequeña ración del Pemán imprescindible.

Fue un autor oceánico. No es virtud en sí mismo: hay océanos pavorosos. Pero de entre 93 obras de teatro, 28 novelas, guiones televisivos, incontables artículos y creación poética puede extraerse, sin duda, más de un instante de excelencia. Poseedor de una inteligencia volteriana de derechas, Pemán fue definido por Francisco Umbral como un «Minué entre el Ingenio y la Trascendencia», y es importante subrayar lo segundo para no caer en la tentación de creer que era sólo un hombre dotado de «chispa y gracejo», como los hijos del Sur. Su poesía sacra, bien en romance o en las diversas formas cancioneras con las que la cultivó, está a la altura de los grandes clásicos. Como lo está su poesía neopopularista o costumbrista. Conviene reconocer sus adaptaciones de autores clásicos, desde Antígona a Hamlet, comedias deliciosas como «El Viento sobre la Tierra», hondísimos relatos andaluces del corte de «Noche de Levante en Calma» o poemarios deleitosos como «Las Flores del Bien».

Y las Terceras de ABC, técnicamente perfectas, a las que los lectores y los papahuevos del Ayuntamiento pueden asomarse abriendo la Hemeroteca Digital de este periódico. Solácense con la lectura de «El Catalán: un Vaso de Agua Clara», publicado en abril de 1970, en el que el autor reprochaba la ligereza y estulticia con la que algún Procurador en Cortes de la época atribuía a la lengua catalana el carácter de virus maligno para la estabilidad política. Y, por finalizar el imposible intento de abarcar lo inabarcable, asómense a una de las más grandes crónicas de la política y la sociología en el franquismo: «Mis Almuerzos con Gente Importante», de lectura sugerente y clarificadora.

Más allá de la abstracción metafísica que en ocasiones inflamaba su poesía, anoto de tacón unos sencillos versos de su primera época. Versos de un hombre de veintipocos años en los que practicar el siempre impreciso arte del autorretrato y en los que anunciar la riada de aguas limpias que estaba por llegar:

Ni voy de la gloria en pos,
ni torpe ambición me afana,
y al nacer cada mañana
tan sólo le pido a Dios

casa limpia en que albergar,
pan tierno para comer,
un libro para leer
y un Cristo para rezar;

que el que se esfuerza y se agita
nada encuentra que le llene,
y el que menos necesita
tiene más que el que más tiene.

De la villa sencilla (1923)

Carlos Herrera, periodista.

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