'Peñas de Mouthier'

Miro ahora, porque llevo la fotografía en el móvil, Peñas de Mouthier, de Gustave Courbet (1819-1877), un cuadro que el artista francés pintó en los alrededores de Ormans, su pueblo natal, en el Franco Condado.

Es un cuadro de una belleza callada pero rotunda. El motivo no tiene nada de especial: unos cerros, un breve barranco, mucho verde. El color y la luz son inigualables. Y todo el cuadro exhala serenidad, una calma extraña, como de tiempo suspendido. Tiene ecos del arte japonés y explica por qué Courbet es citado a veces como antecedente de Edward Hopper.

Las Peñas de Mouthier las atrapé hace unas semanas en la exposición Impresionistas y modernos. Obras maestras de la Phillips Collection, que dura hasta el 19 de junio. Se trata de una selección de obras de los grandes pintores de los últimos 175 años. La muestra barcelonesa de CaixaForum acredita que, sin duda, el tal Duncan Phillips, además de ser millonario, tenía muy buen gusto. Las pinturas se acomodan en seis espacios temáticos diferentes y la exposición presenta una estructura clara y fácil de leer.

Rocks at Mouthier Gustave Courbet 1819-1877
Rocks at Mouthier, Gustave Courbet 1819-1877

De Courbet solo conocía un puñado de cuadros en el momento de poner los pies en la exposición: El origen del universo, Entierro en Ormans, Autorretrato (El hombre desesperado) y puede que alguno más.

Courbet era un tipo curioso. Le gustaba, por lo visto, la exageración y la astracanada. Llevaba una vida que, por decirlo en términos actuales, no era saludable, y murió en el exilio a causa de cirrosis. Además de un rebelde, era un amante de la libertad individual y un anarquista.

En su obra abundan los autorretratos y los retratos. Uno de esos retratos se llama Proudhon y sus hijos. El pensador ocupa el centro del cuadro, y tiene la pluma, papeles y algunos libros sobre la escalera donde está sentado. Parece haber interrumpido su labor para mirar un momento a cámara -al ojo de Courbet-.

No es de extrañar que Courbet retratase a Proudhon, pues era un gran admirador del autor de ¿Qué es la propiedad? Pierre-Joseph Proudhon fue uno de los padres del anarquismo político y social, al que empapaba de un fuerte antiestatismo. Era diez años mayor que Courbet y nueve que Karl Marx, con quien primero sintonizó y al que se enfrentó después (el alemán lo despreciaría tildándole tópicamente de «pequeñoburgués»). Nació en Besançon, muy cerca del pueblo de Courbet, Ormans.

Proudhon, de familia trabajadora y campesina, defendía fórmulas de tipo cooperativista o mutualista. Era contrario a la propiedad privada, pero también al comunismo o al todo es de todos de socialistas utópicos como Fourier -hijo también de Besançon- o Étienne Cabet. Es así como Peñas de Mouthier me fue conduciendo hasta Cabet -muy popular en la Barcelona de su tiempo- y su utopía particular: Icaria.

Existe una obra de teatro, Montaldo, inspirada en los intentos de los seguidores de Cabet para convertir la utopía en realidad, es decir, para fundar, en EEUU, comunidades sin dinero, propiedad ni comercio. Montaldo la vi en el CCCB en julio del 2013. Su creador y único actor era Ernesto Collado y cuenta la historia de Ignacio Montaldo, que habría participado en una expedición icariana a Tejas, y cómo lo que debía ser la creación del paraíso terrenal se convertiría en una pesadilla. El hilo argumental es la supuesta investigación del propio Collado, quien muchos años después persigue el rastro de Montaldo. Es una pieza inteligente y divertida a la vez, que mezcla lo real y lo inventado. La gracia está en fundir una cosa y la otra de manera que el espectador transite por un territorio mágico. Esta y no otra es la intención de Collado, que reivindica el poder liberador de la fantasía y la utopía.

De hecho, y tal vez eso explica el porqué de mi circunvalación, la dialéctica entre realidad y ficción, entre verdad y mentira, entre fealdad y embellecimiento, es también lo que obsesionó a Courbet, al que se acusaba de provocador -lo era- porque justamente, y a diferencia de Collado, se empeñaba en separar la realidad de la ficción. Por ello precisamente recibió la etiqueta de realista.

La idea de Courbet era combatir la autoridad desmontando, deconstruyendo, sus ficciones. Uno de sus grandes desafíos fue la ya mencionada tela El origen del universo, donde retrata un coño rotundo y sin matices. Pero también son realismo sus paisajes. Y la imperfección de los rostros que pinta. Para el francés, lo revolucionario no es confundir realidad y ficción sino retratar las cosas tal como son y no como algunos querrían simular -y hacer creer- que son. Era un militante de la realidad porque estaba convencido de que es un arma demoledora. Es quizá por eso, porque era un realista, que el amigo filósofo de Courbet, Proudhon, se peleó agriamente con Marx y recelaba de las utopías artificiosas de Fourier o del atildado Cabet.

Marçal Sintes, periodista. Profesor de Blanquerna-Comunicación (URL).

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