Pensando en Malta sobre el Cristianismo

Por Francisco Rodríguez Adrados, de las Reales Academias Española y de la Historia (ABC, 04/05/04):

He pasado la Semana Santa en Malta. ¡Qué belleza la isla, desde los templos megalíticos, gigantes, al barroco esplendoroso! Todo olía a misa solemne, a procesión casi española, a un tiempo «otro», casi solo perturbado por nosotros, los profanos. Rendíamos honor, de todos modos, a lo que entraba por la vista y por los sentidos.

El viejo catolicismo, emotivo, profundo, que une tiempos y edades, domina la isla. Como dominaba la vieja Sicilia, la vieja España. Mucho de ello queda aquí y allá, aunque a veces lo veamos como difuminado y borroso.

Nosotros, algunos, somos ya casi de otro mundo, hemos visto, pensado, sentido demasiadas cosas. Pero estamos unidos emotivamente a este, todavía. Visitando ruinas, oteando paisajes, con el tiempo medido, sentíamos remordimiento de no ser uno más en las procesiones. Nos contentábamos con contemplar el barroco de un inigualable decorado. Y con recordar los mitos antiguos, unidos a la isla.

Y nos uníamos a todo este ambiente desde la historia: desde las iglesias y fuertes y albergues de los caballeros hospitalarios, que defendieron la isla y nos defendieron a todos del musulmán. ¡Qué honor ver su bandera flamear todavía!

Aquí en Malta han dejado su recuerdo los aragoneses, los castellanos, los Borbones de Nápoles. Y fue el virrey español D. García de Toledo quien salvó a La Valeta del gran sitio de los turcos, en 1564. Pero, sobre todos, el primero es el recuerdo de los caballeros de San Juan del Hospital, luego llamados caballeros de Malta. No lograron salvar del musulmán el Krak de los Caballeros en Siria, fuerte fabuloso (cayó ante el mameluco Baibar en 1251); ni Acre, fuerte no menos fabuloso (cayó ante los mamelucos en 1291), ni Rodas (cayó ante Solimán el Magnífico en 1522), pese a su heroísmo. Lugares donde los recordé en otros momentos. Todo fue inútil.

Y entonces Carlos V, en 1530, trajo a los caballeros a Malta. ¡Qué emoción visitar sus albergues en Vittoriosa, en La Valeta! ¡Sus tumbas en la concatedral de San Juan en La Valeta, con sus bellas inscripciones latinas! Recordar sus proezas, sus victorias. En tiempos en que los turcos se llevaban los cautivos por millares de Ciudadela, de Villajoyosa. En que secuestraban a Cervantes y a tantos otros, ya habían inventado este lucrativo y desalmado negocio.

Los caballeros, como antes los cruzados y las varias órdenes de caballería, son la Europa más primigenia, antes de esta descorazonada de ahora.

Hay quien no quiere recordar nada de esto. Y, sin embargo, el fanatismo musulmán (no el pueblo musulmán, entiéndase) nos ataca de nuevo. Sus bombas son sus alfanjes de entonces, sus mártires suicidas y sus secuestros son los mismos de entonces. Muchos, repito, no quieren enterarse, nos infectan con mentirosos mitos. Están fuera de la Historia y de nuestro mundo, fuera de la realidad.

Pero a mí, yendo más a lo hondo, todo esto me hacía pensar en la historia, conflictiva y al final (como al principio) sincrética, de Cristianismo y Humanismo. Se reconozca o no, ambos están vivos en nuestro universo. Sólo en él han podido nacer la democracia, la igualdad y la creatividad sin límites. Donde quiera que hay algo de esto, es herencia nuestra. Y no se nos perdona porque, inevitablemente, erosiona otras culturas. Este es el origen de la contraofensiva de lo más radical y fanático del Islamismo.

No nos engañemos. Lo peor es que crea un clima detestable para todo intento de entendimiento humano, que ha habido muchas veces.

Como siempre, lo importante es conocer la Historia. Dentro de un mundo conflictivo y desorientado, dominado por el presente, el éxito y el placer, sin fe, no disímil del de hoy, es decir, dentro del mundo de la Antigüedad helenística y romana, nació el Cristianismo. Mejor: en él se difundió, había nacido en el judaísmo, se había desarrollado en la diáspora judía, en contacto con los griegos. El poder romano necesitaba una doctrina que integrara a los hombres, que sosegara los espíritus: esta doctrina fue el Cristianismo, triunfó frente a otras más o menos paralelas. Y la nueva fe, la nueva sensibilidad religiosa y humana aspiraba a un implante social y aun político. Hubo una confluencia.

Cristianismo: tras la gran apertura intelectual de los griegos, algo que había de cambiar el mundo pero que estaba preñado al final de dudas y de angustia, nació. Magnífico sistema para polarizar el pensamiento y la carne en una dirección única, para ordenar y santificar la vida humana con los sacramentos, el año con las fiestas, el día con las campanas, la imaginación con el modelo de Cristo, la Virgen y los Santos. Era el poder como la vía de Dios, el intento de un Cielo en la Tierra: luego un Cielo ( y un Infierno) lo completaba.

Era el fin de las dudas. Había el Bien y el Mal con líneas fijas, el Premio y el Castigo, y también el perdón. Los cristianos eran, se proponía, una comunidad justa, unida por una fe común. Todo perfecto, con líneas firmes y previsibles. Bajo un doble poder coordinado, religioso y político, que en definitiva aspiraban a lo mismo. Y rodeado de fervor, belleza y esperanza.

Mediante la renuncia, se creaba un nuevo mundo dentro del mundo, se aspiraba a un Cielo que se construía poco a poco en la Tierra y, luego culminaba, ya decididamente, en el Cielo verdadero. Era la perfección del hombre a que habían aspirado los filósofos. Haciéndolo, poco a poco, criatura celestial. O condenándolo al Infierno, si no había más remedio.

Pero todo esto implicaba también un cierre de ventanas para el hombre, una prohibición de salirse de unos límites marcados, de un pequeño paraíso más bien aparencial. El refugio, a veces, se siente como prisión. El hombre es inquieto, quiere siempre más, quiere explorar, aunque sea en el riesgo. Por lo menos, el hombre occidental que, nacido de Grecia y cristianizado, expandido luego a otras culturas, llega hasta hoy. No todas las culturas son iguales, como dicen por ahí.

Al cabo del tiempo, el hombre intentó recuperar el sentido de la libertad, de la igualdad, de la tragedia, del conocimiento sin límites. Se inspiraba en lo antiguo y en la propia apertura de su razón y su espíritu. Es el conflicto entre Cristianismo y Humanismo (y luego Ilustración, Socialismo y demás movimientos). Comenzó desde muy pronto, en él estamos sin remedio.

Al final, el Cristianismo perdió la guerra contra el tiempo. Unido al Humanismo, ya en la Antigüedad, luego mucho más tarde, se molificó, se abrió. A la fe muchos preferían ver y pensar y crear y dudar. No sin añorar un bello -aunque difícil- ideal. Ni sin que el Cristianismo cayera, también él, en la represión y la guerra, como caen, al final, todos los idealismos. Ni sin que tuviera que admitir, al final también, una igualdad, al menos en lo político y social, de todas las doctrinas. ¡Después de haberse proclamado, a través de los siglos, portador de una Verdad única!

Pero es bella y esperanzada esta conciliación. Sufre ahora una ofensiva terrible de quienes no han llegado a ella.

Esta es, muy abreviada, la historia que yo recordaba en Malta. El Cristianismo elevaba, entre misas, cantos y procesiones, su voz en el debate. Pero todo está ya tan mezclado y confuso, es tan difícil ver lo que es compatible y lo que no, la vía de la historia.

En todo caso, allí estaban los caballeros defendiendo a Europa, a todas las varias Europas y existentes y posibles. Abrían, para Europa, la vía del futuro. A ellos y a los demás que lucharon como ellos debemos nuestro ser. Todos los europeos: unos y otros. Hemos de recordarlo.