Pensando un Estado binacional

Hace unas semanas se celebró en la universidad israelí de Bar Ilan un seminario para valorar desde la distancia —pasados ya diez años— la retirada unilateral del ejército israelí de la franja de Gaza en 2005 bajo el Gobierno del entonces primer ministro, el fallecido Ariel Sharon.

En ese seminario participaban los artífices de la retirada y el desmantelamiento de las colonias judías, como, por ejemplo, el general Gershom Hacohen, además de varios de los colonos evacuados de Gush Katif y otras zonas de la franja de Gaza, y uno de los rabinos de Gush Emunim que siguió desde el principio todo el proceso de evacuación de los colonos de Gaza. La mayor parte de los asistentes eran religiosos de kipá o del sector de los halcones, contrarios a la retirada unilateral.

También yo fui invitado a dar una ponencia en una de las sesiones. Era el ponente más claramente identificado con el bloque pacifista israelí. Así comencé mi conferencia: “El ministro de Defensa, Moshe Yaalon, dijo hace poco que él no vería ya en vida la firma de un acuerdo de paz con los palestinos; pues bien, yo les digo que si no cambia la política israelí, puede estar seguro que tampoco sus hijos y sus nietos serán testigos de un acuerdo de paz entre israelíes y palestinos”. Al escuchar mis palabras, se oyeron murmullos de protesta en la sala y pensé: “¿Por qué no les habrá gustado lo que acabo de decir?”. Me resultaba extraña esa reacción ya que la mayoría del público apoya la ampliación de asentamientos y es contrario a una nueva retirada de Judea y Samaria. Además, es de esta gente que opina que Israel no tiene, en realidad, un partner con el que negociar en el lado palestino y que ni siquiera eso sería necesario. Entonces, ¿por qué estas personas se estaban mostrando decepcionadas por ver a un pacifista declarado como yo sumarse a su incredulidad ante la posibilidad de alcanzar algún día la paz con los palestinos? Pero pensándolo mejor, caí en la cuenta de que el enfado venía precisamente por el hecho de que un miembro tan visible del bloque pacifista renunciase al sueño de lograr la paz, no representando con ello lo que se supone que es su papel. Es como si la misión de los pacifistas en la sociedad israelí fuera alimentar la esperanza en que es posible lograr la paz con los palestinos, mientras que la de los del bando nacionalista fuera negar la posibilidad de esa esperanza.

En cierto sentido, se da un pensamiento similar en el bloque pacifista: existe la voluntad de creer en la paz y confiar en la disposición de los palestinos a aceptar el esquema de los dos estados, pero, por otra parte, se le atribuye siempre a la derecha la misión de repetir hasta la saciedad lo difícil o casi imposible que sería evacuar asentamientos, hablar de la no viabilidad de dividir Jerusalén, amenazar con la posibilidad de que se repita la respuesta violenta que tuvo Hamas tras la retirada de Gaza y ahora ya se trata de decir qué hubiera pasado si ya existiera un Estado palestino y vinieran miles y miles de refugiados sirios e iraquíes buscando asilo en ese Estado.

Por tanto, para salir de esta trampa que anula y acalla un debate entre los dos bandos que podría ser fructífero y realista, sería importante promover una iniciativa —incluso a modo de ejercicio intelectual— que planteara la posibilidad de una solución binacional, la cual podría derivar en un Estado federal (con o sin Jordania) o cantonal al estilo de Suiza. En cualquier caso, se trataría con ello de ofrecer una esperanza de paz realista y práctica dejando claro qué precio habría que pagar. La visión de una tierra de Israel donde se diera la nacionalidad israelí a los palestinos que lo quisiesen, tal y como apunta el presidente de Israel, Reuven Rivlin, podría desmontar algunos de los tópicos más asentados, y que ya han quedado desfasados, para dar lugar a planteamientos nuevos. El proceso de paz se hace muy difícil cuando la derecha habla de la fórmula de “los dos estados” a la vez que permite la ampliación de colonias —afianzando así aún más la ocupación—; mientras tanto, la izquierda, sirviéndose de esa misma fórmula, dibuja unos mapas imposibles para dividir Jerusalén y poder mantener algunos de los asentamientos más grandes, que, por otro lado, no hacen más que expandirse. Y todo ello mientras los palestinos permanecen en una pasividad de ofendidos y víctimas.

El Estado de Israel que se dibujaría aplicando las fronteras marcadas por la Línea Verde tendría ya en cierta medida un carácter binacional. Y cuando la historia ha obligado a una convivencia así, tanto judíos como palestinos lo han llevado relativamente bien. Esa idea de convivencia no es ajena para gran parte del sionismo, tanto si es de cariz socialista o de derecha liberal, y aún está anclada en la conciencia de la mayoría de los palestinos.

No puedo negar que desde que terminó la guerra de los Seis Días en 1967 he defendido el establecimiento de un Estado palestino. Así llevo haciéndolo 48 años. Pero me duele muchísimo pensar que luchar por esa idea —correcta desde un punto de vista político y ético— suponga mantener la ocupación muchos años más y que el terrorismo no cese. Así la paz, envuelta en una bruma amarillenta, ni siquiera llegará a brillar algún día en el horizonte.

Abraham B. Yehoshúa, escritor israelí, impulsor del movimiento Paz Ahora.

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