Perdido en un laberinto ciego

Lo hay salida. No la hay para el líder de la oposición, que de aquí a que se celebren las próximas elecciones generales va a ser espectador de la misma ceremonia de reproches políticos y de acusaciones de aislamiento que por enésima vez ayer volvió a oír de labios del presidente del Gobierno. No hay salida para él porque ni el peso de sus votantes ni la contundencia de su discurso va a hacer variar un solo milímetro la política que José Luis Rodríguez Zapatero puso en marcha hace dos años para tratar de acabar con el terrorismo.

Ya se puede desgañitar, como hizo ayer; ya puede recurrir al tono más áspero, más duro, más brutal, como el que utilizó ayer; ya puede lanzar acusaciones de muy grueso calibre, como las que ayer lanzó contra el presidente del Gobierno. Lo único que va a conseguir es afianzar a sus propios votantes en sus conocidas posiciones y reforzar un perfil, que no es el suyo, de hombre implacable, hostil e irrecuperable para el acuerdo. Pero lo que no va a lograr, y eso se vio ayer tarde en el Congreso con toda claridad, es que el señor Zapatero cambie de estrategia.

Tampoco hay salida para el propio presidente del Gobierno porque ayer volvió a negarse a decir lo que muchos ciudadanos y una parte importante de sus compañeros le vienen pidiendo desde el 30 de diciembre: que diga de una vez por todas que ha cegado para siempre toda vía de contactos con los terroristas y que ya no busca más que su derrota para, una vez conseguida, dialogar con ellos de lo único que se debería hablar, que es de las medidas de gracia que la democracia puede arbitrar para sus presos.

Esa declaración, Zapatero no la hace, porque no quiere hacerla, es evidente. Y no quiere hacerla porque su intención es exactamente la contraria. Dice «con violencia no hay diálogo», es decir que, si la violencia se ausenta, el diálogo se podrá retomar. Así que el presidente no tiene más remedio que esperar a que la banda vuelva a anunciar que no habrá más atentados para poder así reanudar los contactos «suspendidos» y las mesas de negociación en busca de un acuerdo para el fin del terror. Pero ésa, que sería para él la salida de este laberinto que parece tenerlas cegadas todas, tiene la dificultad de que no está en sus manos, sino justamente en las manos de ETA.

De todos esos asuntos de fondo no se habló ayer con claridad en el Congreso porque, mientras Mariano Rajoy sacaba el látigo de siete colas para no dejar a José Luis Rodríguez Zapatero ni un resquicio para la escapatoria, el presidente se invistió de víctima del feroz acoso político a cargo del PP. Y, dando vueltas siempre a ese mismo argumento central -el de lo mal que ha sido tratado por la oposición-, tuvo buen cuidado de lanzar a la opinión pública dos anzuelos azucarados. El primero, de resultado seguro, reconocer la obviedad de que se había equivocado cuando dijo: «Estamos mejor y estaremos mejor dentro de un año». El segundo, anunciar la convocatoria de la Comisión de Seguimiento del Pacto Antiterrorista, reunión que previsiblemente no va a servir para nada que no sea repetir los reproches al PP. Pero de estrategia de futuro, de claridad en el diseño para conseguir sus objetivos, de auténtico discurso político, no hubo absolutamente nada.

En medio de aquella levedad lo que se veía era al presidente sobrevolar la realidad aunque, eso sí, con sus más modosos modales.

Los que sí hablaron con toda crudeza fueron sus socios de legislatura, especialmente Cerdá, de ERC, y Erkoreka, del PNV. Y, dado que es con ellos con quien Zapatero va a acordar su política frente al terrorismo, es importante subrayar que ayer le reclamaron no sólo el mantenimiento del diálogo con ETA, sino también la derogación de la Ley de Partidos para que Batasuna pueda concurrir a las elecciones municipales.

No son exigencias que él pueda echar en saco roto. El señor Zapatero es muy consciente de que no le conviene contrariar las posiciones de los nacionalistas en este punto porque de ellos depende que él pueda repetir como presidente del Gobierno en la siguiente legislatura. Sus socios de hoy en materia de terrorismo son importantísimos para él porque tienen que ser necesariamente sus socios de investidura de mañana. Por eso Zapatero, tras las propuestas concretísimas y rotundas de los nacionalistas vascos y de los radicales catalanes, se puso de perfil, buscó su tono más cordial y florentino y eludió entrar a una discusión de hondo calado que de ninguna manera puede sostener abiertamente en este instante de debilidad política con quienes se supone que le van a dar el apoyo que tanto necesita.

Pero ¿existe de verdad una salida para este presidente atrapado por unos terroristas que le ciegan la vía de la paz, un PP que le ciega la vía de un acuerdo gaseoso sobre bases incógnitas y unos socios que le ciegan la vía de la dureza contra ETA y su entorno político? Él cree que sí. ¿Lo cree?

Victoria Prego