Pérez-Llorca, un patriota culto

El 19 de noviembre de 2018 mi gran amigo José Pedro Pérez-Llorca inició, ante los Reyes de España, como presidente del Real Patronato del Museo del Prado, la conmemoración del bicentenario del Museo, al servicio de cuya misión e integridad había dedicado sus mejores esfuerzos durante los últimos años. Su inesperada muerte no le permitirá culminarla este año, en que se cumplirán dos siglos de la institución que simboliza como pocas nuestra identidad nacional. Sí pudo, en cambio, participar en la conmemoración de los doscientos años del primero de nuestros textos constitucionales, la Constitución de 1812, celebrada en el lugar de su promulgación, el oratorio de San Felipe Neri de su Cádiz natal.

No es casual que el principal legado de José Pedro Pérez-Llorca se inscriba entre estos dos bicentenarios. Parece como si, entre los padres de la Constitución, él hubiera encarnado la mejor tradición del liberalismo español, repartida entre el patriotismo lúcido y la inquieta búsqueda del conocimiento.

Patriotismo y cultura eran para él complementarios. Y su figura, tan representativa en nuestros días del constitucionalismo español -quizás por ser, además de diplomático ya en 1964, letrado de las Cortes desde 1968, y, como tantos grandes parlamentarios, brillante abogado-, permite reflexionar sobre la relación de ambos conceptos -patriotismo y cultura- en la democracia liberal cuando la cuestión de la identidad cultural es uno de los temas centrales del debate contemporáneo.

Pérez-Llorca, sin ser comunitarista, era consciente de la pertenencia del individuo a la comunidad histórico-política en que nace y vive. Su sentido de la cultura, heredero del humanismo y de la Ilustración, y, por tanto, profundamente universalista, no estaba desconectado del medio concreto en que aquélla se traduce. Para él, no se excluyen la idea de civilización -como depósito del conocimiento, del pensamiento, de la literatura y del arte, creados en y por todas las culturas- y el concepto de ciudadanía -derivado de la identificación de la persona con una comunidad histórica determinada.

Frente a la idea romántica de cultura nacional como concepto diferenciado y contrario de la idea de civilización en el sentido ilustrado, se inclinaba por esta última. La cultura era, ante todo, cultivo del espíritu, fruto de muchas influencias, no del espíritu del pueblo, del Volkgeist. De ahí la profunda coherencia con su pensamiento del hecho de encontrarse, al final de su vida, a la cabeza del Patronato del Museo del Prado y ser, al mismo tiempo, consejero del Patrimonio Nacional. Ambas instituciones, nacidas del legado histórico y cultural de la Corona, expresan en grado máximo la presencia en nuestra patria de las grandes corrientes del arte occidental, en conexión con la continuidad histórica de España, que sin duda fue el auténtico propósito de su acción política.

José Pedro Pérez-Llorca escribió en 2015, refiriéndose a la Transición: «Quienes con más o menos acierto e intensidad tuvimos la oportunidad de arrimar el hombro en el comienzo de este periodo, lo hicimos por muchas cosas: la verdadera paz, la concordia, el progreso, una sociedad más justa, una España libre y democrática, pero sobre todo por servir a España en su continuidad histórica».

Y ese mismo propósito le llevó a reforzar la inserción de nuestro país en el conjunto occidental, a través de la adhesión en 1982 a la Alianza Atlántica, siendo ministro de Asuntos Exteriores del último gobierno de la UCD, presidido por Leopoldo Calvo-Sotelo. Esta decisión, de hondo calado político, tiene en su biografía el mismo sentido que su participación en el proceso constituyente.

De acuerdo con ello, ¿qué significaba para un liberal como José Pedro Pérez-Llorca la historia de su país como elemento de la acción política y qué sentido tenía, en sí misma, una política cultural?

La aceptación de la realidad histórica de España como nación implicaba, para él, la puesta en práctica de una política cultural que debería proteger, difundir y fomentar el conocimiento del patrimonio cultural común, así como procurar su enriquecimiento. Ello no excluía la aceptación, como parte de esa misma realidad histórica, del pluralismo cultural ínsito en ella, de lo cual fue buena prueba su amor a Cataluña.

Lejos de cualquier «identitarismo», ligado a una única interpretación de la realidad nacional, Pérez-Llorca partía del pluralismo cultural característico de nuestra época, pero sin negar las tradiciones culturales existentes en nuestra sociedad y la necesidad de mantener los vínculos comunes. Ello se aplicaba especialmente a la enseñanza y uso del castellano como lengua española común y al conocimiento de la historia de España.

En su intervención ante la Comisión del Congreso sobre el Estado autonómico en enero de 2018, resumen de su pensamiento sobre la hora actual de España, dijo: «Ha llegado el momento en que el autogobierno en el que tenemos que pensar intensamente es el autogobierno de España, (…) un país que tiene que ser gobernado de acuerdo al servicio de los ciudadanos en su conjunto y al interés general (…). El tema de nuestro tiempo es cómo mejorar ahora el autogobierno de España». Y en la misma intervención, al referirse a su concepto de patria, señaló: «La patria requiere que sea un ámbito significativo en el que se tomen grandes decisiones que sean útiles para los ciudadanos y que (…) sea percibido como un ámbito necesario y a ser posible -y de eso en este momento distamos mucho- un ámbito querido».

Gobierno para el conjunto de la ciudadanía, interés general, utilidad de las decisiones públicas, amor a la patria. Conceptos y principios que son eco del pensamiento ilustrado y del Cádiz de las Cortes. Sin mucho esfuerzo podemos pensar que José Pedro Pérez-Llorca formó sobre ellos su personalidad, impregnada de moderación, firmeza y patriotismo, teñida además de una ironía aguda e inteligente -siempre benevolente y comprensiva- y de estoicismo. «Padre de la Constitución», también podría llamársele, como en la Roma antigua, «padre de la patria».

Alfredo Pérez de Armiñán es miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y presidente del Consejo de Administración del Patrimonio Nacional.

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