Perfecto peninsular

Entre España y Portugal, existe una bendita tierra de nadie, en la que parece que no pasa nada y al mismo tiempo están ocurriendo muchas cosas. Vistas de lejos, las relaciones entre los dos países son un hecho sonámbulo: el mutuo ignorarse de dos pasajeros en el metro, dos tipos muy de perfil que no se conocen de ninguna parte. Observando las cosas de cerca, uno se da cuenta de que, entre las dos naciones, hay una red de contactos en perpetuo movimiento. Donde sólo veíamos un desierto descubrimos un hormiguero.

Esta vida secreta de la historia peninsular se ha estudiado bastante en los últimos años, con base en el acercamiento oficial de los dos países. No obstante, creo que todo ello se olvidará, porque la obsesión por la identidad nacional suele borrar la memoria de la relación peninsular. Por lo menos, así ha sido durante siglos. Un país es un sistema de olvidos que pretende salvar, únicamente, su propio recuerdo.

No obstante, yo no querría que se evaporara la huella de uno de los insignes personajes que han estudiado –y también animado– este diálogo peninsular: Perfecto Cuadrado, profesor de la Universitat de les Illes Balears. Su trabajo como académico anarquista, como escritor de traducciones, como gestor cultural desbordante es bien conocido en el mundo un poco filatélico de la gente que estudia la telaraña de las relaciones entre españoles y portugueses. Ese conocimiento se transformó en reconocimiento cuando recibió el premio Luso-Español de Arte y Cultura, en el año 2008.

Cuando uno se llama Perfecto Cuadrado y, encima, tiene un perfil físico algo cúbico, corre el riesgo de que su vida se transforme en una broma onomástica permanente. Mi amigo Perfecto me contó la carambola de casualidades que dio origen a la fatalidad de su nombre, y todo es una escena de Fellini rodada en un pueblo profundo de Zamora hace más de medio siglo. Perfecto nació en pleno magma castellano-leonés.

Coimbra, en Portugal, Salamanca, en España, son antiguas villas universitarias cuyo provincianismo permite una suave transición entre el pueblo original y las grandes urbes peninsulares. Perfecto estudió filología en la academia salmantina y fue ahí donde se aceleró su viaje a Portugal. Entró en contacto con el gran poeta lusitano Cesariny, un surrealista radical, un tipo que, cuando paraba de llover, lanzaba la gabardina al aire, colgándola del cielo. Un druida lírico y genial que recogía cosas encontradas por la calle, creando en su casa un museo de hermosuras olvidadas.

A través de Cesariny, Perfecto formó parte del pequeño teatro de la vida cultural portuguesa, conociendo a muchos de sus principales protagonistas. Se trata de un español lusitano, que habla el portugués con maestría. Hoy en día, es el coordinador del Centro de Estudos Surrealistas de la Fundação Cupertino de Miranda. Si uno visita Vila Nova de Famalicão, en el norte de Portugal, vale la pena acercarse al edificio de esta institución. Nos recibe una librería de estanterías inclinadas, donde los libros se vuelven locos, y después nuestro recorrido es un delirio organizado.

No obstante, yo ignoraba que Perfecto también fuese un poco catalán, por vía mallorquina. Estuve hace seis meses en Palma, hermosa ciudad de monasterios y piratas, que es la base de este profesor inolvidable y de su ayudante, la amable Lourdes Pereira. Perfecto me llevó a conocer la villa, que es quizá el Río de Janeiro de las tierras catalanas, y me contó una batalla de cisnes, acaecida en un lago municipal, y muchas otras cosas. El profesor Cuadrado escribe libros en el aire y, cuando se calla, algo ha quedado magníficamente contado: algo que nunca nadie leerá.

Y fue en Palma donde lo vi impartiendo una charla en catalán, dándole sin problemas la voltereta a los pronombres reflejos y sin equivocarse en las desinencias verbales. Perfecto Cuadrado es una de estas personas que, cuando hablan en público, parece que duplican su tamaño. Además, tiene una gran presencia física: unos ojos saltones, planetarios, capaces de sobrevivir a un navajazo de Buñuel, y una voz poderosa, de órgano, que transforma sus conferencias en catedrales escuchadas.

Me di cuenta de que, en este humanista, en su gran generosidad, en su inteligencia siempre bordeando la genialidad, se realizaba un ideal: el del peninsular ilustrado que ama todo lo que puede aprender de nuestra piel de toro. El profesor Cuadrado, en el fondo, es uno de estos seres sutiles y bondadosos que funcionan como bisagras entre culturas. Y los hombres bisagra hacen tanta falta, en un tiempo en el que cada europeo siente la tentación de regresar a su caverna. Resulta algo extraño que se haya tumbado el muro de Berlín para reconstruir una muralla entre el norte y el sur: después de la cortina de acero, regresan los visillos pueblerinos de la mutua desconfianza. Perfecto no es un verdadero castellano, ni un verdadero mallorquín, ni un verdadero portugués, sino esa cosa maravillosamente falsa que es un europeo culto. Y el pegamento de Europa, en el futuro, tendrá que ser cultural.

Gabriel Magalhaes, escritor portugués.

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