Periodismo crítico

Dos intelectuales venezolanos fundaron el diario El Nacional en 1943. Uno de ellos era el periodista y novelista Miguel Otero Silva (1908-1985); el otro, el poeta y cuentista Antonio Arráiz (1903-1962). Con 35 años el primero y con 40 el segundo, era comprensible que tanta juventud enfrentada a una aventura exigente contara con una tercera figura más asentada: don Henrique Otero Vizcarrondo, padre de Miguel, quien sin duda ha debido asegurar los medios para una empresa que no dejaba de ser riesgosa. Y en efecto lo era, porque los tufillos de la larga dictadura gomecista, acabada con la muerte del tirano en 1936, todavía se sentían en el ambiente. No pocos tropiezos tuvieron dos generales de esa rémora —Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita— para llevar a los venezolanos a una terra incognita: la democracia. Si el discurso político de las primeras décadas del siglo no podía ser sino monotemático, ¿qué cabría esperar de la prensa? Entre loas al supremo, crónicas de variedades y noticias de una lejana guerra, se extraviaban todas las páginas. El Nacional, por lo tanto, irrumpía en contra de un férreo conservadurismo, y sin duda comenzaba a ejercer un periodismo crítico, línea editorial que a lo largo de toda su trayectoria, incluso en períodos democráticos, no ha dejado de traerle problemas.

Otero Silva, amante de la cultura en todas sus variantes, exhibía también un temple político que hoy en día lo hubiera etiquetado como hombre de izquierdas. Pero más que militante de partidos, el autor de Casas muertas pasaba por librepensador. La conjunción entre cultura y política, sin embargo, lo condujo a llenar de intelectuales la redacción del periódico naciente. Cuentista que se respetara, novelista en ciernes, poetas que luego descollarían y hasta las primeras reporteras de las que se tenga memoria —como la gran poeta Ida Gramcko—, daban sus primeros pasos en El Nacional. No tardaría mucho tiempo Otero en crear un suplemento esencial: el Papel Literario, que durante todas las décadas restantes del siglo fue la ventana para asomarse a la gran literatura contemporánea. Y si a ello sumamos otra invención, la de un concurso anual de cuentos, que deslindaba a los mejores exponentes del género, completábamos un círculo de excelencia. El Nacional se convertía en el espejo de la cultura venezolana, donde todo se reflejaba y dirimía. Entre sus directores estuvieron el novelista Arturo Uslar Pietri, el historiador Ramón J. Velásquez, el poeta José Ramón Medina, pero en las mesas de redacción y los suplementos se cuentan los nombres que han conformado la literatura nacional de estos últimos sesenta años. También el exilio español se cobijó en esas páginas, con la presencia de José Bergamín como columnista, del filósofo Juan David García Bacca como articulista, del investigador Pedro Grases o del crítico Segundo Serrano Poncela.

En estos últimos años, sin embargo, al igual que toda la prensa venezolana, el periódico ha recibido multas, inspecciones, demandas y, últimamente, cortes extremos en los despachos de papel, hoy controlados por un organismo estatal que premia y castiga. La reducción de su edición diaria a uno o dos cuerpos, la disminución de la plantilla de redactores, la caída de anunciantes, obstáculos mayores todos, no se ha traducido, sin embargo, en un cambio de la línea editorial que históricamente se ha sostenido. A diferencia de otros periódicos, que han terminado comprados, confiscados o abandonados, El Nacional mantiene una línea de resistencia admirable, quizás semejante a la que sostuvo en tiempos de dictadura perezjimenista o en las turbulencias que también alcanzaron al período democrático (1958-1998). Se diría que esa conformación ideada por sus fundadores, de hondo acento cultural, de periodismo nada complaciente, se mantiene viva frente al oprobio y la voz de mando.

El acoso, sin embargo, no llega a su fin, pues corren los días en los que el presidente de la Asamblea Nacional, segundo jerarca del régimen, ha interpuesto una demanda contra El Nacional por reproducir una noticia publicada en el diario español ABC. Sólo que a diferencia de otros bajos trotes, esta vez la acción judicial va dirigida contra la junta de accionistas y el consejo editorial, esto es, contra toda la cúpula del periódico. Si no viviéramos tiempos en los que el poder judicial se comporta como un títere del Ejecutivo, todo se dirimiría bajo los ojos de la dama vendada, pero hay razones para temer lo peor. En el fondo, se trata de un careo entre una empresa cultural, profundamente arraigada en la consciencia moderna venezolana, y los fantasmas redivivos de la barbarie y el militarismo, que creíamos enterrados para siempre. De un lado, el legado de Otero Silva, Uslar Pietri y toda la cultura venezolana de medio siglo; y del otro, la incivilidad que vuelve en forma de gritos, insultos y mandatos. Se diría que estos desequilibrios frente a los poderosos ya los ha vivido El Nacional en el pasado, por lo que habrá más de un redactor de planta que, ante el acoso, sólo verá el rico referente que nutrirá su próxima novela.

Antonio López Ortega es escritor, editor y gestor cultural venezolano.

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