Periodismo romántico

El discurso de Alma Guillermoprieto en la ceremonia de entrega de los Premios Princesa de Asturias fue tan emocionante como complaciente con el oficio de periodista. Al edificar esa imagen del periodista como alguien que persigue publicar algo que alguien, en alguna parte, no quiere que se publique, según un famoso aforismo a menudo mal citado, lo dota de épica, sin duda, pero también descarga de responsabilidad a los colegas: los enemigos de un periodista, la mayor parte de las veces, no son los hechos o los personajes que persigue, sino lo que de hechos y personajes han escrito otros periodistas. Eso se ve bien en la serie norteamericana The newsroom en la que emociona ver cómo persiguen la verdad los miembros de redacción y producción de un noticiario, pero no se hace suficiente hincapié en la evidencia de que en esa persecución las principales mentiras con las que tienen que combatir han sido redactadas y producidas por otros periodistas.

Cuando Guillermoprieto afirma que "hemos dado por buena una mentira absoluta: que la verdad existe" y agrega que cada hecho puede ser mirado desde puntos de vista distintos que extinguen la posibilidad de que haya una verdad, olvida que la reproducción de esos puntos de vista no pueden alterar, sino incurriendo en mentira, los hechos objetivos, y por mucho que cada uno tengamos un punto de vista acerca del asunto, la verdad para todos ellos es que dos aviones pilotados por terroristas tumbaron las Torres Gemelas, que Borges murió, que España se proclamó campeona del mundo de fútbol en Sudáfrica... Por puntos de vista que les eches -los pilotos de los aviones no eran terroristas, creemos en la resurrección y Borges estará en algún sitio ahora mismo...- poner en duda cualquiera de esos hechos es impugnar la historia en aras de un relativismo parvulario al que el periodismo ha servido más y mejor que los maestros del posmodernismo. Ya sé que la aparente verdad dos más dos igual a cuatro no lo es en algún terreno -por ejemplo, en métrica: hombre, tiene dos sílabas, alto, tiene dos sílabas, y sin embargo hombre alto sólo tiene tres sílabas-, pero eso no significa que, si nos tomamos un par de copas de vino Alma y luego otras dos podamos pedirle al camarero que sólo nos cobre tres. La prueba más fehaciente de que muy a menudo el enemigo acérrimo del periodista que busca la verdad no son los hechos ni los puntos de vista, sino otros periodistas, es Un buen tío el libro en el que Arcadi Espada ofrece la catarata de portadas que El País dedicó al asunto de los trajes supuestamente regalados al presidente de la Comunidad Valenciana, Francisco Camps.

El famoso aforismo, tantas veces atribuido a Orwell como al magnate Hearst, decía en su versión primigenia: "Lo que el patrón quiere que se publique es publicidad, lo que quisiera suprimir es periodismo". Cambiar el sujeto por cualquiera es quitarle toda la fuerza al aforismo ya que quien lo escribió era periodista del Chicago Herald y se estaba refiriendo a su propio patrón. Así que cuando Guillermoprieto en un renglón emocionado declara que los periodistas "dejamos constancia de lo que otros quieren tapar", sólo se olvida de que muchos de los que consiguen tapar aquello de lo que sólo quedará una constancia tergiversada, son también periodistas. No podía ser de otra manera, siendo el periodismo tan poderoso, era natural que los que ostentan el poder se procuraran canales suficientes para surtirnos con "su" periodismo. Un periodismo que no es tan heroico como el que cantó Guillermoprieto pero que, me temo, es mil veces más fuerte. Por supuesto sin llegar a la zafiedad de decir una verdad aparente saltándose las causas, como cuando en algún país africano el diario oficial del Gobierno publicó que un opositor había muerto de una parada cardíaca, olvidándose de apuntar que antes de la parada cardíaca le habían arrancado la cabeza. Al hombre se le paró el corazón, en eso el periodismo oficial no mentía, pero...

Naturalmente se me puede decir que quien se dedica a hacer esto no es periodista, sino propagandista, y tendré que recordar que todo periodismo es propaganda si atendemos a la etimología y que cuando nacieron los periódicos periodista y publicista eran sinónimos porque el oficio consistía precisamente en "hacer público" o sea "dar publicidad" a algo que no estaba en conocimiento de la gente. El crecimiento de la publicidad como negocio y disciplina se quedó con un sustantivo, pero dejó al otro sin más fuerza etimológica que la de la frecuencia de aparición.

Esta excursión a nuestros orígenes no es mero capricho, aspira a indicar tan solo que, por bienintencionadas y emotivas que sean, las palabras de Guillermoprieto ensalzando el periodismo descuidan una evidencia: un altísimo porcentaje del periodismo que se ha consumido siempre no era más que propaganda, sin que haga falta recurrir a casos extremos como nuestra Guerra Civil, donde cada bando tenía decenas de profesionales exquisitamente modelados para contar lo que interesaba a los patrones. Todos ellos sabían una cosa con toda seguridad: que su misión consistía esencialmente en combatir la verdad, infectarla, ampararse incluso en esa acogedora madriguera que asegura que la verdad no existe a sabiendas de que se está mintiendo porque si no existiera ¿para qué combatirla? El resultado de todo ello es que durante nuestra Guerra Civil el mayor número de víctimas entre periodistas se dio por fuego amigo, lo que no deja de ser natural: de repente, a veces, contar la verdad era hacerle un favor al enemigo, y entre la verdad y el nosotros, siempre es más cómodo militar en el nosotros. Esto que parece lejano, más para historiadores que para periodistas, sigue vigente como puede comprobar cualquier telespectador de uno de esos canales en los que, el patrón sea el Gobierno: el punto de vista de TV3 o el de Canal Sur o el de Telemadrid, siempre hace lo que puede por no dejar que la verdad asome por entero, y quienes se encargan de ello, también son periodistas.

Nada pues más perjudicial para el propio periodismo que la complacencia romántica y la estampa épica del chaleco lleno de bolsillos. Nada más sencillo que tatuarle en la corteza del alma a quien aspire a ser periodista un solo mandamiento: busca la verdad, cuéntala, porque existir existe. Porque sí, puede que Trump llegara a la presidencia con mentiras, pero que es presidente y viaja en el Air Force One, es verdad... Y no hay punto de vista que cambie eso a no ser que incurra en invención.

Juan Bonilla es escritor. Acaba de publicar La novela del buscador de libros (Fundación José M. Lara).

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