Quizás, para hablar de política nacional, no sea el mejor momento el inmediato posterior a la entrega a Montoro de los ahorros de todo el año, pero la cronología de los acontecimientos no nos permite elegir: José María Aznar hizo sus declaraciones cuando las hizo y las reacciones han tenido lugar, igualmente, cuando correspondía. Aunque –confieso– al llegar el mes de mayo no pueda evitar el recuerdo de los almojarifes y alcabaleros de antaño que tuvieron desastrados finales, con gran regocijo popular. Y cerraremos el capítulo histórico, en parangón favorable para Mariano Rajoy, estableciendo que este ha actuado, en lo tocante a los cuartos, de manera opuesta a la de Almanzor en cierta ocasión: cuenta Ibn ‘Idari que, al entronizar como califa a Hixam II (976), el afamado chambelán propuso abolir el impuesto sobre el aceite, el más gravoso para el pueblo, para contentar a las masas e inducirles a aceptar por las buenas al joven sucesor. Las gentes tragaron encantadas y –apostilla Dozy– «el pueblo de las calles, el que se amotina, le proclamó un verdadero amigo de los pobres», algo semejante a las medidas de un Rodríguez o un Chávez para sentar plaza de simpáticos y preocupados por el común. Rajoy eligió la vía opuesta, más seria y constructiva a la larga.
Pero ya debería inquietar algo al presidente del Gobierno que los periodistas de estricta obediencia PSOE se hayan volcado adulándole y cantando su panegírico: me recuerdan a esos forofos del Barcelona que, coñones ellos, gritaban a voz en cuello «¡Mourinho, quédate!». Y estaba claro por qué. Mientras, por otro lado, la cacería contra el presidente Aznar se ha concentrado en motivaciones estrictamente personales que están por demostrar: despecho, ansias de protagonismo, jarrón chino… y otras consideraciones del mismo tenor poco acordes con alguien que anunció su retirada con cuatro años de antelación, cuando se hallaba en la cresta de la ola y nadie se atrevía a pronosticarle un futuro en que sólo sería «historia». Pero en estas críticas lo peor no reside en lo argumentado, sino en cuanto se calla. Y para acabar con el folclore, sólo agregaremos que en el acto del Congreso (segunda intervención pública de Aznar en estos días) la ovación recibida por este fue cuatro veces más larga que la dedicada a Posadas, de cortesía estricta (¿quién era presidente de las Cortes en 2013?, se preguntarán los historiadores en 2020, desojándose en las notas a pie de
En las últimas elecciones municipales y autonómicas Ruiz-Gallardón obtuvo, en la ciudad de Madrid, 80.000 votos menos que Esperanza Aguirre, y la conclusión que extrajo Mariano Rajoy fue nombrarle ministro, en tanto dejaba marchar a la presidenta de la Comunidad (luego fingen extrañarse por el distanciamiento de los ciudadanos hacia los políticos). Es de suponer que los sociómetras empedernidos de la calle de Génova sabrán ya que, según las encuestas, desde su marcha el PP ha perdido la mayoría absoluta en la provincia. ¿Lo explicarán?¿Explicarán por qué prefirieron perder Asturias, que tenían ganada de calle, con tal de no pactar nada con Álvarez Cascos? ¿Se atrepágina). Pero el problema no es de rencores o palmas, sino de fondo: ¿por qué reaparece Aznar? ¿Por qué se pone tan agresiva la izquierda? ¿Por qué se está incumpliendo todo el programa –economía aparte– electoral del PP? ¿Por qué cunden el desánimo, la irritación, el escepticismo entre sus votantes? Esas son las preguntas que se deben responder, no boberías sobre la boda de la hija, convertida la información política en gacetilla del corazón. verán a reconocer que el PP sólo cuenta con dos líderes con tirón popular y que esos líderes son precisamente –¡ay!– Aznar y Esperanza, tan temidos y, lógicamente, denostados por la izquierda?
Los aparatchik del partido, sólo atentos a poner en cobro el cargo, deben saber que gran parte de sus votantes –no puedo hablar en nombre de todos, sí de muchos– están muy hartos de ellos, y seguramente lo saben, pero se conforman con abrir el paraguas cuando se avecina un ciclón: consolarse con que el PSOE aún anda peor. Corto alivio. Porque no queremos más fotos de Rajoy (ni de nadie) con los padres de Sandra Palo, o similares; queremos una ley de cadena perpetua, implacable con las alimañas que violan y asesinan a niños, sin tibiezas ni juegos semánticos (cuando los políticos cambian el nombre de las cosas ya no les creo una palabra). Porque todavía no han explicado por qué soltaron –escondiéndose detrás de los jueces– al criminal Bolinaga, y tanto les gustó la experiencia que siguen dejando salir a otros. Queremos saber demasiadas cosas y no dan aclaración alguna: qué pasa, en realidad, con ETA, por qué se le ha entregado una provincia, por qué no se ilegaliza a sus compadres «políticos»; cómo piensa el Gobierno cortar la insurrección –imposible de ocultar ya con eufemismos– en Cataluña; cuándo se modificarán la ley del aborto y la de enjuiciamiento criminal y la del menor y el Código Penal; cuándo el Estado recuperará el monopolio de control del orden en las calles (ni la vicepresidenta del Gobierno tiene garantizado nada: ¿se imaginan algo parecido con De la Vega?); cuándo y cómo van a simplificar la Administración del Estado y la división territorial, que es, sencillamente, inviable; cuándo van a dotar de modo adecuado en los presupuestos a las Fuerzas Armadas, proporcionándoles algo más que palmaditas en actos oficiales. Demasiadas preguntas para tanto silencio y tanta pantalla de plasma.
¿Tendrán algo que ver las declaraciones de Aznar con estas cosas?¿Estará quizás preocupado no sólo porque se hunde el PP, sino el país detrás de él?¿Será consciente Mariano Rajoy de que la alternativa no es un cambio de gobierno, de siglas, de nuevo reparto de cargos? Su responsabilidad, aquí y ahora, es enorme, porque si fracasa no viene otro González, ni siquiera otro Rodríguez, sino un Frente Popular de bolsillo, con su zurrón de ideícas a cuestas para hacer florecer la economía y alegrar la convivencia con su revanchismo de indocumentados y pilotado por… No incurriré en la inelegancia de decir los nombres, pero busquen entre l os (y l as) s oci al i st as, comunistas y separatistas que asoman en la tele a todas horas y –como decía La Codorniz– tiemblen después de haber reído: que Dios ilumine a Rajoy, porque Arriola no lo creo.
Serafín Fanjul, de la Real Academia de la Historia.