Por si interesa a alguien - opinó en su columna el siempre divertido Mark Steyn justo antes de las elecciones legislativas celebradas el pasado martes-, no creo que los demócratas vayan a ganar. Los grandes triunfos predichos no son más que la habitual y autoaislante burbuja mediática demócrata hinchada con las habituales encuestas poco dignas de crédito... Apuesto... a que los republicanos siguen el miércoles por la mañana aferrados al poder después de pasar toda la noche mordiéndose la uñas".
Un momento, no era una de sus bromas; Mark Steyn lo decía en serio. Bueno, no importa. Él y otros acérrimos partidarios de Bush no tienen que desesperar. Pueden haberse equivocado, pero a lo mejor no importa. Desde luego, por lo que respecta a los mercados financieros, lo sucedido en los últimos días no ha sido gran cosa. En realidad, la bolsa subió un poco la víspera de la reconquista demócrata de ambas cámaras del Congreso. El dólar se fortaleció levemente frente al euro, el yen y la libra esterlina. Los tipos de interés a largo plazo bajaron un poco. No es así como espera uno que reaccione Wall Street a un profundo giro político hacia la izquierda.
Porque, en el fondo, es una vuelta a la normalidad, ¿no? La separación de poderes, que ocupa un lugar tan central en la Constitución estadounidense, ha dado lugar con frecuencia a lo que los franceses llaman cohabitación,donde un partido controla la Casa Blanca y el otro controla el Congreso. Los demócratas controlaron la Cámara Baja durante la mayor parte del siglo XX, incluida toda la presidencia de Ronald Reagan. Y lo de ahora no es una gran mayoría según los parámetros de la década de 1980. Allá por 1982, tenían una mayoría de 103 escaños frente los meros 29 actuales. Ni tampoco fue la cohabitación tan negativa para la economía - ni para otras cosas, en realidad- en la década de 1990, cuando Bill Clinton ocupó la Casa Blanca y Newt Gingrich era el rey del Capitolio. ¿No?
No. Se trata de algo importante y tendrá grandes consecuencias. Ante todo, la victoria ha sido arrolladora, y no muchos habían pronosticado algo así. Los demócratas no sólo han retomado el control del Congreso después de doce largos años, lo han hecho además con un amplio margen. Tomemos, por ejemplo, el caso de Ohio, que ha pasado de una victoria republicana por un margen del 32 por ciento en el 2004 a una victoria demócrata por un margen del 25 por ciento. Unas oscilaciones similares se han producido en Indiana y Pensilvania.
Es más, los demócratas también han vencido en una mayoría de gobernadurías y asambleas legislativas de diferentes estados. Y han derrotado toda una serie de propuestas conservadoras, como los referendos sobre la prohibición del aborto - votado en Dakota del Sur- o la prohibición del matrimonio homosexual - presentado en Arizona-.
No, no puedo atribuirme el haber predicho una victoria demócrata tan clara. Sin embargo, tuve un presentimiento de que los demócratas podían ganar de modo tan abrumador dos días antes de las elecciones, cuando fui con mi familia a ver la película Borat a un cine de San Francisco. Un escenario curioso para una epifanía política, podrán decir. El caso es que Sacha Baron Cohen es, con creces, mi ex alumno que más éxito ha tenido, y que conste que me tomo muy en serio sus dotes satíricas. Aún recuerdo lo bien que interpretaba el papel de estudiante aplicado, y me engañó por completo. Ahora bien, con el personaje de Borat lo ha hecho mucho mejor. Ha engañado a todo el país.
Porque lo asombroso de esta nueva película es la brutalidad con que ridiculiza a Estados Unidos. Las víctimas de Borat son todos unos estadounidenses desafortunados que se ven vapuleados por una ironía de Oxbridge. Los espectadores de un rodeo que hacen callar a gritos su interpretación de un falso himno nacional kazako cantado con la melodía de La bandera estrellada,el himno estadounidense; el arquitecto y el predicador sureños que lo invitan a cenar y ven al final insultadas a sus esposas; los fieles pentecostales de los que se ríe fingiendo que tiene convulsiones y que habla en lenguas; los universitarios políticamente incorrectos que lo recogen en su camioneta y que, borrachos, ponen al descubierto su lamentable misoginia... todo ellos acogieron de modo confiado a un hombre al que tomaron por un auténtico periodista centroasiático y todos ellos resultan humillados de modo miserable. Y, a pesar de ello, los públicos estadounidenses (y no sólo en San Francisco) estallan en carcajadas. La película es un éxito de taquilla: ha recaudado 29 millones de dólares en su primera semana.
La explicación, por supuesto, es que casi todas las víctimas de Borat son republicanas. Supuestamente las personas temerosas de Dios, con frecuencia sureñas y poco acostumbradas a los extranjeros traviesos son las que constituyen el núcleo del respaldo al Partido Republicano. De repente, el resto del país se ríe de ellos, y los echa con sus votos.
No nos entusiasmemos. Según cierta argumentación, las elecciones del martes señalan el cambio de una marea que empezó a avanzar en dirección republicana en la época de Richard Nixon. La jugada de Nixon, pulida hasta la perfección por Ronald Reagan, fue construir una coalición republicana que incluyera a demócratas sureños y también a trabajadores manuales desilusionados con las reformas liberales de la década de 1960. Bajo la dirección de Karl Rove, esa estrategia pareció alcanzar su cenit, ya que convenció también a algunos hispanos y negros de espíritu conservador, que votaron a los republicanos. Según los críticos de Rove, todo esto ahora se ha deshecho, al viejo y gran partido sólo le queda el sur. La base de Rove se ha dispersado. La mayoría moral ha quedado reducida, de forma definitiva, a una minoría.
Esto es excesivo. Y es que aquí está actuando la ley de las consecuencias involuntarias. Un resultado tan abultado indica que muchos republicanos y votantes independientes decepcionados han acabado votando demócrata como reacción a los errores del Gobierno de Bush. Sin embargo, los demócratas a los que han respaldado reciben con frecuencia el nombre de perros azules,como el recién flamante congresista por Carolina del Norte, Heath Shuler, un antiguo jugador de fútbol americano que se opone al aborto y al control de armas; dicho de otro modos, son demócratas conservadores.
De modo paradójico, entre los perdedores se cuentan algunos republicanos relativamente liberales; mientras que los grandes ganadores en Washington serán los demócratas de tipo tradicional procedentes del nordeste y California, que aún son los dirigentes del partido. Cabe esperar, por ejemplo, que Henry Waxman vaya detrás de las grandes petroleras cuando se haga cargo del comité de Reformas Gubernamentales, mientras que Barney Frank tendrá la vista puesta en los fondos de cobertura como presidente del comité de Servicios Financieros. Y, en tanto que probable presidente del comité de Medios y Arbitrios, Charles Rangel desempeñará un papel crucial, dada su feroz postura crítica ante los recortes fiscales y el parón de la reforma de la Seguridad Social impulsados por el Gobierno de Bush. Es probable que otros demócratas (como John Dingell, el amigo del UAW, el sindicato de los trabajadores de la industria del automóvil, y Collin Peterson, un firme defensor de los subsidios agrícolas) le hagan al presidente la vida más difícil en la cuestión del libre comercio y hundan los últimos clavos en el ataúd de la moribunda ronda de Doha.
Al margen de lo que se diga en estos días sobre las alegrías del bipartidismo y aunque los demócratas se resistan a la tentación de iniciar en el Congreso investigaciones para airear trapos sucios, el resultado va a ser al final una mayor - no una menor- polarización. Bush nunca será capaz de tender la mano a una presidenta como Nancy Pelosi, y menos sobre una cuestión como Iraq. Antes preferirá ver como los amigos realistas de su padre, James Baker y Robert Gates, tienden la mano a Irán y Siria.
Sin embargo, justo por estas razones, los demócratas podrían enajenarse muy pronto a los electores que han conseguido ganarse a lo largo de las últimas semanas, o, más bien, a los votantes republicanos que los propios republicanos han conseguido alejar de ellos. Y dos años de estancamiento entre un presidente impopular y un establishment no reconstruido en el Partido Demócrata darían lugar al escenario perfecto para la campaña presidencial de John McCain en el 2008. Al fin y al cabo, McCain ha criticado en repetidas ocasiones la conducción de la guerra de Iraq por parte del Gobierno de Bush, sin hacer nada en política interior capaz de hacer gruñir a un perro azul.
Como en el caso de la cohabitación, los franceses tienen también una frase para eso: "Reculer pour mieux sauter". Si resulta que unos Estados Unidos republicanos sólo dieron un paso atrás en el 2006 para poder saltar mejor en el 2008, las risas acabarán por ser a costa de Borat y no de Mark Steyn.
Niall Ferguson, titular de la cátedra Laurence A. Tisch de Historia en la Universidad de Harvard. Traducción: Juan Gabriel López Guix.