Perros >>> Niños

Si eres un solitario, píllate un gato. Viven 13 años. Entonces te pillas otro, y luego otro. Y después de eso, te mueres (Mad Men)

Me lo dijo un amigo, padre de una familia que ya debe de contar como numerosa. “Los hijos no se quieren tener ni se buscan”. Eso (ustedes le perdonarán) son “mariconadas”. “Tú follas y los hijos vienen”.

Sin pensárselo tanto, quería decir. Sin tanta planificación y sin tanto esperar el momento adecuado, porque el momento adecuado no llega nunca. Seguramente tenga razón.

Antes era así. Los hijos llegaban y no había que ir a buscarlos llegada la hora. Porque para comprarse un gato hay momentos adecuados y son todos. Pero para tener un hijo todos parecen inoportunos. Si te lo piensas mucho, ni encuentras el momento, ni encuentras el motivo. A no ser que los tengas ya. Y ahí debe de estar la trampa. Yo sospecho que esto de ser padre es un poco como lo de ser catalán, que si no lo eres no lo entiendes.

Es un poco también como lo de estar vivo, así en general, que te impide tener una visión objetiva sobre si es mejor estar vivo o estar muerto. Si estás vivo, ya has elegido en favor de la vida. Pero sólo de la tuya, claro. Elegir la vida en serio, elegir la vida de la humanidad, implicaría, como decían mi amigo e Iván Redondo, “hacer que pase”.

Si uno cree que la vida merece la pena, entonces traer hijos al mundo es un deber. Pero si uno cree que la vida no es buena, entonces traer hijos al mundo es un crimen.

En realidad, lo que nos gusta no es la vida, sino nuestra vida, la que pasamos quejándonos todo el santo día de lo mal que va todo, de lo peligrosa que es la extrema derecha, de lo fatal que lo tendrán los jóvenes y del calor que hará, pero qué ricos están los gusanos mientras cenamos hamburguesa con los amigotes y planeamos las vacaciones de verano. La vida nos gusta para vivirla, pero no lo suficiente como para darla. De ahí que bajen los nacimientos de humanos mientras aumenta la compra de mascotas.

Me cuentan que un emperador romano, de cuyo nombre no logro enterarme, cuando vio las bestias que acompañaban a las señoras de una delegación extranjera, preguntó: “¿Vuestras mujeres no pueden tener hijos?”.

Las nuestras, qué duda cabe, prefieren las bestias. Y hay motivo. Porque para tener hijos no hay ninguno. Es decir, para tener hijos, como para tener amigos o amantes, no valen (y eso lo sabemos todos) los argumentos de tipo utilitario.

No vale tener novia porque te hace quedar bien, ni amigo porque tiene pasta. Porque eso no sería ni amor ni amistad, sino lo contrario. Y para tener hijos no vale decir que quieres a alguien que te quiera incondicionalmente y que siempre se alegre de verte y que nunca pueda abandonarte y que trabaje para mantener el sistema de pensiones en marcha y que te cuide cuando te hagas mayor y que no te deje morir solo.

No vale porque está mal y no vale porque no funciona. Porque es nuestra triste condición el que cuando mejor preparados estamos para tener hijos es cuando menos los necesitamos y más claro es el sacrificio, y el que cuando los necesitamos ya no estemos a tiempo.

Y porque, en el fondo, lo útiles que sean depende de cómo salgan. Y eso es algo que todavía no sabemos controlar.

Creemos mucho en la escuela y en las extraescolares porque hemos dejado de creer en la diosa Fortuna, pero lo cierto es que los hijos salen como salen. Que, visto lo visto, los japoneses están desarrollando unos robots humanoides cada vez más sofisticados para cuidar a los ancianos. Y que la humanidad lleva, de hecho, cientos de miles de años diseñando una máquina de compañía perfecta, que es este lobo domesticado y que viene en infinidad de tamaños y de pelajes según nos encaje mejor en el entorno en el que hayamos decidido aposentarnos.

Schopenhauer llamaba humano a su perro con desprecio cuando se enfadaba. Y nosotros parecemos tristes imitadores de Schopenhauer, pero sólo entre horas, entre el Glovo y la copa de después del concierto de inicio de las vacaciones. Vivimos la mar de bien. Pero, como él, tenemos perros y gatos y no hijos porque para tener perro sobran los motivos.

Un hijo es poco más que un perro manqué, que te es fiel, pero no siempre, y te da cariño, pero no siempre, y te hace compañía, pero no siempre, y está contento de verte, pero no siempre, y etcétera. Es un lento suicidio colectivo, pero peor es morirse, que decía aquella niña.

Si tenemos más mascotas que niños no es por amor a los perros, sino por falta de amor a la vida así en general. Es una crisis metafísica y no demográfica. No tenemos hijos porque desde que murió Dios no hay nadie que nos diga cosas tan bonitas como que somos la sal de la tierra y que es bueno que siga habiendo gentes como nosotros.

Ahora se nos dice más bien que el hombre es un cáncer para el lobo y que las plantas y los peces serían más felices sin nosotros. Así que cuidar de los perros es un deber casi tan sagrado como el de no tener hijos. Y tiene, además, la enorme ventaja de que siguen cumpliendo la función para la que los diseñamos porque, con Dios o sin, seguimos teniendo las mismas necesidades de compañía, fidelidad y demás de siempre.

Así que no es tan raro que salgan algunos tuiteros a decirnos que prefieren a sus perros que a muchos miembros de su familia. También acaban así los personajes del visionario Michel Houellebecq: solos, pero con una nueva mascota o una nueva religión. Y qué duda cabe de que la mascota es mucho más barata y fácil de adoptar.

Así que eso. Que si te lo piensas, te quedas con el perro.

Ferran Caballero es profesor de Pensamiento Contemporáneo en la Universidad Pompeu Fabra y de Pensamiento y Creatividad en LaSalle-Universidad Ramon Llull.

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