¿Perú, entre el sida y el cáncer?

A la vista de los resultados de las elecciones presidenciales del pasado domingo, Mario Vargas Llosa acuñó la sentencia de que a los peruanos no les quedaba más opción que escoger entre el sida y el cáncer, en referencia a los dos candidatos más votados (Ollanta Humala y Keiko Fujimori), los que se disputarán la presidencia en la segunda vuelta del 5 de junio. Ante eso, uno se pregunta: ¿cómo es posible que el 54% de los ciudadanos peruanos escojan libremente una de las dos patologías referidas? Quizá el célebre escritor debería hacer una reflexión un poco más respetuosa y plantearse algunas de las razones por las que se ha llegado a este resultado. Expondré tres.

La primera es que, a diferencia de muchos otros países, en Perú el sufragio es obligatorio. Por ello muchos ciudadanos, que en otras latitudes optarían por abstenerse, en el país andino se han manifestado con un voto de castigo al statu quo que pregona que Perú es un caso de éxito y un modelo a seguir. Así, buena parte de los sectores que se han sentido molestos e irritados al escuchar este mensaje autocomplaciente, acuñado por el exprimer ministro Pedro Pablo Kuczynski, el expresidente Alejandro Toledo y el exalcalde de Lima Óscar Luis Castañeda, no han tenido la salida de abstenerse, sino que los han castigado votando a los que representaban otra cosa.

La segunda razón es que en Perú desaparecieron los partidos hace un par de décadas. Tras la catastrófica gestión de Alan García en el periodo 1985-1990, y de unas elecciones que enfrentaron en clave personal a Alberto Fujimori y Vargas Llosa en 1990, el sistema tradicional de partidos se destruyó. Desde entonces, en las elecciones no compiten partidos que ofrecen programas, ideologías y candidatos, sino que lo hacen plataformas personales que se agotan en el carisma y la retórica de sus líderes. Precisamente por ello es muy difícil responder a quién y a qué representan los candidatos, ya que no están vinculados a ninguna tradición partidaria ni a ninguna red institucional. En suma, los líderes se representan poco más que a sí mismos, y como no tienen anclajes partidarios ni ideológicos pueden mutar fácilmente de un día para otro, o ser cooptados por los más diversos intereses (desde la élite financiera hasta el narco).

La tercera razón es que si bien la economía de Perú ha crecido a un ritmo espectacular durante la última década (el PIB aumentó un 71% del 2000 al 2010), los beneficios no se han distribuido de forma equitativa. Justo lo contrario: en el mismo periodo los salarios se han incrementado apenas un 13% y el empleo formal continúa siendo una rareza. Además, los sectores económicos pujantes han sido los de carácter extractivo (como la minería, el petróleo y el gas), los servicios comerciales y las telecomunicaciones, mayoritariamente en manos de multinacionales extranjeras. En este contexto, Keiko y Ollanta representan para el electorado la posibilidad de una gestión diferente. Keiko ha basado su discurso en los supuestos éxitos de la Administración de su progenitor: seguridad, inversión en las zonas rurales y expansión económica. Y Ollanta ha prometido -con un discurso menos radical que hace un lustro- mantener la senda del crecimiento con equidad. Así, mientras Kuczynski, Toledo y Castañeda apelaban a los ganadores del milagro económico concentrados en las dos grandes urbes (Lima y Arequipa), Keiko se dirigía a los más pobres (trabajadores informales) con un discurso de mano dura y oportunidades para todos; y Ollanta apelaba a las clases medias provincianas del sur andino (Ayacucho, Apurímac y Cuzco) que percibían que la riqueza generada volaba hacia lejanos paraísos fiscales y se concentraba en pocas manos.

¿Qué puede ocurrir ahora? Nadie lo sabe, y menos con un duelo tan singular como el que enfrenta a Ollanta y Keiko. Muchos pensaban que ambos competían por el mismo voto, pero no ha sido así; mientras que sí lo han hecho los tres candidatos restantes por el voto moderado, neoliberal y modernizador.

Keiko, que apela al autoritarismo y al mercado, parece que podrá contar con los representantes del mundo de los negocios, con los favores del presidente saliente (Alan García), y el apoyo de los evangélicos y de las redes de trabajadores informales sin referente ideológico. Por otro lado, Ollanta, que representa al voto de la clase media provinciana del sur, deberá convencer a sus homólogos urbanos, al sector productivo nacional y a los operadores de Toledo (enfrentados con el fujimorismo) de que es un candidato demócrata, fiable y solvente.

¿Cuál será el resultado? A día de hoy es impredecible, pero la campaña -que durará dos largos meses- será dura, y la correlación de fuerzas, muy equilibrada. Keiko y Ollanta representan múltiples y heterogéneos sectores que son fruto de un proceso de crecimiento económico acelerado, desarticulado y muy mal repartido, y sin referentes institucionales ni organizativos en los que confiar. Por ello lo acontecido merece una reflexión un poco más elaborada que la metáfora que ha lanzado el novelista que hace 11 años quiso ser presidente.

Por Salvador Martí Puig, profesor de Ciencia Política de la Universidad de Salamanca.

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