Perú: ¿y ahora qué?

Por José Luis Curbelo, catedrático de la Universidad Antonio de Nebrija (EL PAÍS, 24/05/06):

Los resultados de la primera vuelta de las elecciones peruanas, en la que los principales tres contendientes han obtenido resultados muy parejos, han sido recibidos con alivio dentro y fuera del país, aunque para muchos el que la presidencia se vaya a dirimir entre el ex militar Ollanta Humala y el ex presidente Alan García no es de gran consuelo, dados los antecedentes de este último. Cara a la segunda vuelta, los candidatos perdedores, incluidos aquellos que representan formaciones minoritarias, están llamados a ejercer inmensas dotes de realismo, también diría de patriotismo, para ser capaces de negociar un programa creíble de acción gubernamental, que, además de eventualmente impedir el ascenso a la presidencia de las formas histriónicas del populismo representadas por el ex militar, sea capaz de leer el mensaje implícito de una parte del voto que pudiera estar tentado a votar al candidato Humala. El plan de gobierno debiera transmitir a los electores el mensaje de que el Perú puede razonablemente transitar por la senda de un crecimiento socialmente más incluyente, que sea sostenible a medio plazo.

Pero el pacto no puede ser una simple componenda electoral, ha de ser el eje de la política del quinquenio. De fracasar el pacto, es muy probable que Humala resulte vencedor en la segunda vuelta; pero si una vez en la presidencia, García traicionara el mensaje de crecimiento incluyente que le llevara a la victoria, ésta no será sino una victoria pírrica, preludio de situaciones indeseables. Sería un error ignorar los corrientes estructurales subyacentes en el fenómeno Humala y no interiorizar que la solidez de su candidatura trasluce el malestar de amplias capas sociales. Un malestar que viene de largo y se traduce en la disponibilidad de amplios y crecientes sectores de la sociedad, excluidos de los beneficios del crecimiento económico, a depositar sus esperanzas, y frustraciones acumuladas, bajo la tutela de cualquier advenedizo capaz de prometer pociones mágicas.

El crecimiento económico del Perú no ha filtrado a una importante proporción de peruanos. Como antes la Presidencia de Fujimori, la Administración de Alejandro Toledo ha sido incapaz de transformar una gestión económica sana y eficiente en términos macroeconómicos, y de momento libre de grandes escándalos de corrupción, en una mayor integración social, y Toledo cederá la banda presidencial con elevadas cotas de rechazo popular. En su quinquenio, la economía ha crecido consistente y aceleradamente. El PIB per cápita creció casi un 30%, y 2005 se cerró con un crecimiento nominal del 6,7%. De igual modo, la tasa de inflación bajó hasta el 1,4% al cierre de 2005, el sol se revalorizó frente al dólar, se duplicaron las exportaciones, y las reservas crecieron un 60%. Tras veinte años de déficit, el saldo por cuenta corriente fue en 2005 positivo. La gestión fiscal fue austera, y 2005 cerró con las cuentas públicas prácticamente en equilibrio y niveles de deuda pública que descendieron al 45% del PIB. En el quinquenio, la deuda exterior del país pasó de representar el 52% del PIB a menos del 40%. El pasado agosto, el país prepagó 1.600 millones de dólares de su deuda con el Club de París, recurriendo para ello a una emisión en soles en términos muy favorables.

Pero estos datos, que fundamentan la creciente confianza en el país de los mercados de capitales, ocultan que más de la mitad de la población vive en la pobreza; el 20%, en situación de pobreza extrema, y el subempleo se aproxima al 65% de la población activa. Ante este escenario de pertinaz incapacidad de, a pesar del crecimiento, avanzar en la integración social del país, con una pésima distribución del ingreso que se prolonga en el tiempo, un gobierno tras otro, fenómenos como el de Humala son un intento más (antes lo fueron el chino Fujimori y el mismo Toledo) de manifestar descontento y frustración. Descontento y frustración que, como en otros países de la región, cada vez van adquiriendo formas de expresión menos amigables con el orden económico y político.

La magnitud del empuje social y electoral representado por Humala puede ser bienvenida para fraguar el programa electoral y la eventual acción de gobierno del presidente García. Respecto del programa, todos los intervinientes, en especial el candidato, han de ser conscientes de la imposibilidad de derrotar a Humala sin contar con el caudal de votos (y esperanzas y miedos) representado por el conjunto de los perdedores de la primera vuelta. Pero, para ser creíble, el programa y la acción de gobierno deben incorporar reformas económicas y sociales que salvaguarden el crecimiento económico y no añadan más frustración social. De no plasmarse el programa electoral en políticas incluyentes, se acentuaría la inestabilidad política y social, y en cinco años, un recrecido Humala, u otro político igualmente advenedizo, se presentará ante las masas desfavorecidas ofreciendo de nuevo soluciones milagrosas para una ciudadanía mayormente inculta.

El programa de acción de gobierno debiera asentarse sobre dos pilares inseparables. El primero, continuar con la gestión ortodoxa de la economía, la consolidación de sus instituciones, y la profundización de la inserción del país en los flujos financieros y de capitales internacionales, incluido el recientemente ratificado Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. El contexto internacional pareciera positivo, al menos en el mediano plazo, para continuar esta senda de crecimiento debido a la solidez de la demanda externa y la evolución positiva de los términos de intercambio, al subsiguiente incremento de beneficios empresariales, la elevada liquidez internacional, y el plus de confianza que allegaría un gobierno solvente y de amplio consenso. Adicionalmente, es preciso construir sobre otro segundo pilar, siempre referido pero nunca abordado, sin el cual aquella estrategia de simple crecimiento está condenada al fracaso. En este sentido, me permito referir por su simplicidad la enumeración del ex ministro Villarán: hay que (I) generar empleo decente (no hay nada más integrador que una buena chamba); (II) articular a las micro y pequeñas empresas con las grandes; (III) brindar una educación de calidad para todos los niños y jóvenes (el mayor factor de movilidad social y económica); y (IV) combatir sin descanso toda forma de discriminación y exclusión. En este contexto, y porque quizás el éxito en Perú de una estrategia incluyente ayude a desactivar el fantasma del populismo telúrico que recorre Iberoamérica, la comunidad internacional, muy particularmente España y las empresas con intereses en aquel país, está llamada a jugar un importante papel de apoyo.