Pésimas noticias del imperio

Los candidatos a la presidencia de Estados Unidos, Barack Obama y John McCain, a falta de un programa detallado y creíble de política exterior, insisten en que es preciso "restaurar el liderazgo norteamericano en el mundo". Se entiende, por supuesto, que ese timón universal se extravió o se perdió en mala hora. Hasta los republicanos se adhieren a esa denuncia implícita de los desastres de Bush, como si fuera factible regresar a la edad de oro que se inició con la victoria en la guerra fría y concluyó con el cataclismo del 11-S y las guerras de Afganistán e Irak.
La verdad es que ese fin de la historia, pronosticado por Francis Fukuyama, fue de corta duración e incluso, si se repasa la reciente cronología, se puede aducir que fue un espejismo. Una victoria pírrica o malbaratada. Ni Rusia ni China se integraron en el mundo liberal-democrático, ni la democracia se esparció por el orbe, ni EEUU y sus aliados europeos fueron capaces de impulsar nuevas instituciones internacionales para regular la globalización, sino que asistieron impotentes o inermes al fracaso estrepitoso de las estrategias alicortas para prevenir la proliferación nuclear o el cambio climático.

Yugoslavia se desintegró y la barbarie regresó a los Balcanes, la diplomacia en el Próximo Oriente desembocó en la Intifada y las intervenciones militares fueron decepcionantes --Somalia, Haití, Bosnia, Kosovo--. Consumados los genocidios en Ruanda y Darfur, las dictaduras o el autoritarismo resisten cuando no avanzan y la democracia es un simulacro en África. El terrorismo de inspiración islamista causó matanzas en Madrid y Londres y llegó para quedarse en el corazón de una Europa militarmente irrelevante, de varias velocidades y moralmente debilitada. Las tribulaciones europeas no son una ocurrencia apocalíptica del Papa.

Hay que despertar del peligroso sueño de un mundo mecido por la paz perpetua, como aconseja imperativamente el perspicaz neoconservador Robert Kagan. La competición vuelve en todas sus facetas, militar, tecnológica, energética e incluso ideológica. Terminaron las vacaciones de la historia. Ahí tenemos en pie a los nacionalismos ruso y chino, la guerra relámpago de Georgia o la crisis financiera que desde Wall Street se propaga hasta los rincones más apartados del planeta. Y las palabras entre desafiantes, cínicas y pragmáticas del ministro ruso de Exteriores, Serguei Lavrov: "Occidente está perdiendo el monopolio del proceso de globalización". ¡Qué gran triunfo para el Kremlin!

Ante un escenario tan incierto se multiplican las teorías sobre el presunto ocaso del imperio y su eventual regeneración. El laboratorio de las universidades y los think tanks norteamericanos trabajan horas extra. Señaló un punto de inflexión la palinodia de Fukuyama en el 2006 --EEUU en la encrucijada-- y arrecian los diagnósticos pesimistas coincidiendo con la campaña electoral y el desorden sembrado por la ingeniería financiera. "La era unipolar, una época de dominio norteamericano sin precedentes, ha terminado", resume el circunspecto y prestigioso Richard N. Haass, presidente del Council of Foreign Relations, como si lanzara un grito de alarma.

"Por primera vez en la historia moderna, asistimos a una batalla mundial que EE UU corre el riesgo de perder", advierte el politólogo Parag Khanna, que prevé el progreso de China y Europa y descarta a Rusia por su aparatoso declive demográfico. Sin compartir tan lúgubre admonición, una poderosa corriente intelectual introduce en el debate dos premisas inexcusables: adecuar los medios a los fines, como sugiere Obama, para corregir el fabuloso déficit que llegará a los 500.000 millones de dólares en el 2009, y forjar una coalición transversal que retorne al realismo preconizado por Henry Kissinger, James Baker y sus epígonos, incluido el senador Joe Biden, candidato demócrata a la vicepresidencia. No más guerras financiadas con la deuda externa.

El mismo Fukuyama vaticina que caminamos hacia "un mundo postamericano", aunque descarta el retorno de la guerra fría o simplemente de la historia del siglo XX con su cohorte interminable de guerras y hecatombes, seguidas ahora por una forma más virulenta de terrorismo. Pero, ¿qué ocurre con la democracia? Hace 17 años, la desintegración de la URSS, presunta depositaria de la utopía que debía superar al orden liberal-democrático, alimentó la hipótesis balsámica de que "la democracia es el futuro del comunismo", según el feliz aserto del historiador François Furet.

En el mundo multipolar que se agita detrás del presunto ocaso de la hegemonía norteamericana, cuando llegan pésimas noticias del imperio y Europa retrocede en el Cáucaso, el triunfo y la expansión de la democracia se tornan problemáticos. Como explica un analista ruso, Fiodor Lukianov, "el Occidente se aclimata con dificultad a las realidades del siglo XXI, sobre todo, al desplazamiento del centro de gravedad político-económico hacia las potencias emergentes".

El 8 de agosto, el mismo día en que se inauguraron los Juegos Olímpicos de Pekín, los blindados rusos entraron en Georgia, como si quisieran celebrar el doble triunfo de los regímenes autocráticos, aunque lo más probable es que anuncien un extraño y efímero retorno al pasado, a las viejas potencias nacionalistas del siglo XIX, a la espera de que EE UU y Europa despierten y tomen la iniciativa de un nuevo orden internacional.

Mateo Madridejos, periodista e historiador.