Petróleo barato y renovables

En su último análisis sobre el panorama energético global ('WorldEnergy Outlook 2015'), la Agencia Internacional de la Energía (AIE) contempla un hipotético escenario de bajos precios del petróleo. El estudio explora las implicaciones derivadas de la posibilidad de que el precio del barril se mantuviera sin superar los 50-60 dólares hasta entrada la próxima década. La AIE contempla una combinación de cinco factores, tres de ellos relacionados con la oferta y dos con la demanda, que podrían hacer realidad dicho escenario.

El primer factor es que la OPEP continuara con su actual estrategia de incrementar el porcentaje de participación del cartel en el mercado mundial del crudo. El segundo es que el futuro nos depare un panorama geopolítico relativamente tranquilo, sin apenas interrupciones importantes del suministro. Y, el tercero, que los productores no integrados en la OPEP, muy especialmente EEUU y su petróleo de 'fracking', pero también Rusia, Brasil y Canadá, mostraran una resiliencia mayor de la esperada frente a los bajos precios.

Desde la perspectiva de la demanda, la AIE considera que los dos factores que favorecerían su escenario sostenido de precios bajos serían: primero, un bajo ritmo de crecimiento de la economía global y, segundo, un decidido impulso en muchos países a la reforma de la política de subsidios al consumo de los derivados del petróleo.

Que estos cinco factores se combinen adecuadamente parece muy poco probable, pero supongamos por un momento que el escenario de bajos precios comentado se hiciera realidad, ¿qué implicaciones podría tener esto sobre las fuentes energéticas renovables?

A menudo se da por sentado que un petróleo barato significa malas noticias para las renovables, pero esto no es tan obvio. Las renovables se utilizan sobre todo en la generación de electricidad y calor, dos sectores en los que el uso de los derivados del petróleo es muy limitado y, además, está en franco declive. Si el petróleo barato afecta a dichos sectores, lo hace de forma indirecta, a través de su ligamen y efectos sobre el precio del gas natural y, en cualquier caso, no es evidente que una caída de este tenga un impacto significativo sobre el despliegue de las renovables.

Aunque es cierto que los costes de estas últimas tecnologías están cayendo de manera espectacular, la inversión en energías renovables está aún respaldada en casi todos los países por subsidios u otros sistemas que favorecen su entrada en el mercado, sin una competición directa de costes con otras fuentes primarias de generación eléctrica, como es el caso del carbón, el gas y la nuclear.

Una disminución en los precios de estos combustibles puede hacer que algunos de los esquemas de apoyo a las renovables resulten más costosos, pero, a menos que esto fuerce un cambio en la política energética, los incentivos seguirán estando presentes. EEUU constituye un ejemplo de lo acontecido con las renovables en una ambiente general de bajos precios del gas natural, fruto de la denominada revolución del 'shale gas' que se inició antes que la actual etapa de descenso de los precios del petróleo.

En este caso, los mandatos a favor de las renovables en los estados de la Unión siguieron vigentes tras la caída del precio del gas en el 2009, reforzándose incluso en California, y apenas hay evidencias de que el despliegue en el sector de la generación eléctrica de las renovables no hidráulicas (básicamente eólica y solar) se viera afectado negativamente. De hecho, si algo ocurrió, fue en sentido contrario.

El impacto de un hipotético escenario de precios bajos del petróleo sobre las fuentes de energía renovables usadas en el transporte, es decir, sobre los biocombustibles, es algo más matizable. Con pocas excepciones (el del etanol en Brasil) los biocombustibles entran al mercado con la obligación de mezclarlos con derivados del petróleo, por lo que su consumo no está ligado al precio relativo sino al volumen total de combustibles usado en el transporte. Y en la medida que en la mayoría de países el precio bajo del petróleo incrementa el consumo de sus derivados, también lo hace el de biocombustibles.

Sin embargo, el apoyo político a los biocombustibles no es tan robusto como el brindado a las renovables en el sector de generación eléctrica. Existe preocupación sobre la sostenibilidad de los biocombustibles convencionales, principalmente en lo que se refiere a temas relacionados con un uso de la tierra que en ciertos casos compite con la producción de alimentos, mientras que los biocombustibles más avanzados, o de segunda generación –basados en la biomasa lignocelulósica– no están penetrando en el mercado con la celeridad deseada.

Mariano Marzo Carpio, catedrático de Recursos Energéticos. Facultad de Geología (UB).

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