¿Petróleo caro? ¡Ponga azúcar!

Por Niall Ferguson, profesor de Historia Laurence A. Tisch de la Universidad de Harvard y miembro de la junta de gobierno del Jesus College de Oxford. Traducción: José María Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 04/05/06):

Los británicos la llaman petróleo (petrol), los estadounidenses prefieren llamarla gasolina (gasoline). Llámesela como se quiera, los precios en el surtidor están por las nubes. La semana pasada, a tres dólares el galón (3,8 litros) en ciertos puntos de Estados Unidos. Ante esta situación, a los conductores británicos sólo se les ocurre responder: ¡idiotas! Conduciendo el viernes pasado por la M40 inglesa, dejé atrás estaciones de servicio que vendían la gasolina sin plomo a 97,9 peniques el litro (6,62 dólares el galón). Si una estación de servicio británica vendiera gasolina a precios estadounidenses - 44 peniques el litro-, las colas ocuparían laM40de un extremo a otro.

No hay mucho misterio a la hora de preguntarse por qué los británicos pagan más del doble que los estadounidenses al llenar el depósito. Gran Bretaña ha aplicado impuestos mucho más elevados sobre los hidrocarburos que Estados Unidos, de modo que si los británicos quieren echar las culpas a alguien, ya tienen por dónde empezar.

Naturalmente, Gordon Brown no es el culpable de los problemas y tensiones subyacentes en los elevados precios del petróleo y las gasolinas. El mercado de futuros del petróleo alcanzó un precio récord de 72,49 dólares el barril la semana pasada, seis veces el precio que los productores pedían en diciembre de 1998.

Entonces, ¿quién es el responsable de los elevados precios del petróleo? Estos días hemos oído hablar una vez más de los sospechosos habituales y también de recién llegados a la nómina. Lord Browne, consejero delegado de BP, declaró en una entrevista: "La cuestión es que no hemos de hacer frente únicamente a una economía de oferta y demanda habituales; la actividad financiera en el mercado de hidrocarburos propulsa los precios al alza", en apenas velada alusión a los fondos de cobertura y riesgos especulativos.

Los políticos estadounidenses proponen un discurso menos sutil y refinado. Destacados líderes demócratas acusaron al presidente Bush de "favorecer en exceso a la industria petrolera", y quienes en un principio razonaron que la Administración Bush invadió Iraq con vistas a abaratar el petróleo dicen ahora que..., en fin, el objetivo era encarecerlo.

¿Cómo dice? ¿Ministro de Hacienda? ¿Fondos especulativos? ¿Petroleras? Me sorprende que nadie haya echado las culpas al viceprimer ministro, John Prescott, quien conserva su magnífico par de Jaguar, uno para cada una (según hemos sabido ahora) de las dos mujeres de su vida.

Pero este juego de acusaciones y censuras no es más que una farsa y una comedia. El precio del petróleo es alto precisamente por la economía de oferta y demanda, como lord Browne por cierto sabe perfectamente... La demanda global de petróleo ha aumentado del orden de un 40% en los últimos veinte años. Periodo, por cierto, en el que cabe distinguir claramente el papel en alza de China. Por otra parte, en los últimos cinco años los países del G-7 han supuesto tan sólo un 15% del crecimiento de la demanda global; China representa el doble de esa proporción.

El auge de la demanda coincide con un estancamiento de la oferta. La capacidad global de refino ha aumentado escasamente y las refinerías acusan los estragos derivados de los huracanes del año pasado. Entre tanto, la inestabilidad política existente en algunos de los principales países productores -Iraq, Nigeria y Venezuela- ha sumido en el pesimismo (justificado) sobre la oferta futura tanto a países productores como a inversores sagaces. Yno olvidemos, por añadidura, la posibilidad de ataques aéreos estadounidenses contra Irán. En tales circunstancias, difícilmente cabría calificar de especulaciones la apuesta por una subida de los precios del petróleo. Así que, en resumidas cuentas, sólo un necio se pondría a vender en el mercado en lugar de comprar.

¿Podríamos estar reviviendo los años setenta, la última vez en que los precios del petróleo alcanzaron precios tan elevados en comparación con otros precios del consumo? La buena noticia estriba en que, gracias a una industria más eficiente, las economías del G-7 dependen mucho menos del petróleo que en los tiempos de los pantalones de pata de elefante. Tampoco es probable que los precios altos nos devuelvan a la estanflación -bajo crecimiento con elevada inflación- que vivimos en aquellas infaustas jornadas.

Algunos comentaristas llegan a afirmar que los precios altos del petróleo constituyen un factor positivo con el argumento de que envían una señal a los países productores y consumidores en el sentido de que ya es hora de buscar nuevas fuentes de energía. Pero no es más que otra muestra de falta de sentido común.

Los precios elevados entrañan dos problemas. El primero es de naturaleza política: enriquecen a la mala gente. "Por supuesto - dijo Al Yazira que había declarado el ministro iraní del Petróleo-, Irán está encantado con esta situación. Los precios altos complacen a cualquier país suministrador".

Debo añadir personalmente que cualquier cosa que satisfaga al régimen de Irán lo consigno en la columna del debe.

Ahora bien, el problema mucho más grave es el medioambiental, y en este punto he de discrepar de la contraria perspectiva tan en boga que afirma que el calentamiento global no existe o no importa. Durante 400.000 años, la concentración atmosférica de dióxido de carbono (CO ) en el planeta ha fluctuado entre 180 y

2 280 partes por millón (ppm). El año pasado alcanzó 380 ppm. La prueba de que las temperaturas globales suben consecuentemente resulta incontrovertible. De acuerdo, nadie sabe con precisión cuáles pueden ser los efectos sobre el clima, pero sólo un estúpido puede pensar que no habrá consecuencias en absoluto.

El problema radica en que los precios altos del petróleo no constituyen una señal para que la humanidad se decida hacer algo en esta materia.

Al contrario, constituyen una señal para que las petroleras procedan a explotar los hasta ahora inviables yacimientos de hidrocarburos como, por ejemplo, las arenas bituminosas de Canadá. Al propio tiempo, los precios altos del petróleo no disuaden a la gente deseosa de adquirir vehículos que devoran gasolina y diésel. De hecho, la demanda de vehículos 4 x 4 como el monstruoso Hummer parece seguir siendo (como dicen los economistas) inelástica a los precios. Los estadounidenses acomodados siguien comprando Hummer incluso con la gasolina a tres dólares el galón.

Y es fácil descubrir la razón. Si uno conduce tanto como los estadounidenses -se trata de un país de grandes dimensiones y la gente se desplaza largas distancias para ir y volver del trabajo-, quiere comodidad en la carretera. El 4 x 4 o similar es en realidad una especie de híbrido: en parte un vehículo, en parte un hogar. Lamentablemente, el mercado ve tan lejos como los consumidores... Si la gente no cree que el calentamiento global vaya a afectar a su vida -y los sondeos de opinión así lo indican-, en tal caso los riesgos del cambio climático son asimismo inelásticos a los precios.

¿Qué cabe, pues, hacer? ¿Existe un mejor modo de desplazarnos que el consistente en extraer petróleo del subsuelo, refinarlo y quemar el combustible resultante en el motor de explosión? La respuesta es: sí.

Normalmente me he puesto de parte de Homer Simpson cuando afirma que el alcohol es la solución; para ser exactos, la forma de alcohol conocida como etanol, derivada de plantas como, por ejemplo, la caña de azúcar.

Sin que el hemisferio occidental pare apenas mientes en el asunto, un país está poniendo en práctica una revolución del transporte al cambiar de gasolina y diésel a etanol. Este país es Brasil. Actualmente, el etanol representa el 40 por ciento de todo el combustible que utilizan los vehículos en Brasil, mientras que el 80% de los nuevos vehículos brasileños ya son coches híbridos que funcionan con gasolina o con etanol.

En teoría, tales combustibles de biomasa -derivados de carbohidratos y no de hidrocarburos- podrían reemplazar casi la totalidad de combustibles para el transporte basados en el petróleo. Indudablemente, un cambio de este tipo comportaría ciertos costes medioambientales, pero la iniciativa reduciría las emisiones de dióxido de carbono.

¿Qué obstáculos impiden que el hemisferio norte siga la senda de Brasil? La respuesta no estriba tanto en las grandes petroleras (aun cuando las petroleras estadounidenses han luchado con uñas y dientes contra la introducción del etanol, incluso como aditivo del carburante) cuanto en los pequeños agricultores: a fin de proteger a los productores de azúcar del hemisferio norte, tanto Estados Unidos como la Unión Europea imponen actualmente elevados aranceles a las importaciones de etanol producido en Brasil.

Sin embargo, ni siquiera un mundo de pleno comercio libre convencería a la humanidad para que optara por formas y medios más juiciosos, sensatos y previsores de transporte. Los incentivos fiscales son asimismo necesarios para animar a la gente a comprar coches híbridos.

Y si desean ustedes saber cómo pueden pagarse tales reducciones impositivas, no tienen más que preguntárselo a Gordon Brown. El sistema impositivo británico sobre la gasolina no disuadirá a los estadounidenses a la hora de adquirir vehículos 4 x 4. Ahora bien, podría ayudar a financiar una transición hacia el coche del futuro: unos 4 x 4 - ¡eso sí, verdes!- que seguirán funcionando emborrachándose literalmente de combustible.