Petrov y los tiempos modernos

El 1 de septiembre de 1983, el vuelo 007 de Korean Airlines se adentró accidentalmente en la Unión Soviética. La defensa aérea, convencida de que se trataba de un nuevo caso de penetración de un avión espía de los EE.UU., ordenó su derribo. Murieron todos los pasajeros. Pocas semanas más tarde Stanislav Petrov, teniente coronel de las FFAA de la URSS al mando de un sistema de alerta temprana, observó aterrado una luz roja encenderse en sus paneles: un misil nuclear intercontinental lanzado desde una base de los EE.UU. alcanzaría Moscú en 35 minutos. Podría tratarse de una reacción desproporcionada a aquel incidente o un intento de tomar por sorpresa las bases de SS-20 soviéticos. Fuera así o no, Petrov lo puso en conocimiento de sus superiores, impulsando con ello una decisión que podría sentenciar el fin de la humanidad. Petrov había estudiado que un ataque nuclear sería masivo. No tenía sentido uno aislado. Y así lo dejó saber. Sin embargo, mientras hablaba otras cinco luces rojas se encendieron. Petrov hizo la apuesta más arriesgada de su vida y comunicó a sus superiores, sin ninguna base para ello, que se trataba de un fallo del sistema, y cruzó los dedos. Fue durante unos minutos el hombre más angustiado, poderoso y libre de la tierra. Al acertar salvó a la humanidad, aunque se cuenta que pagó un precio por triturar la infalibilidad de la tecnología del papado soviético.

El caso describe cómo fallos técnicos o espirales de tensión ponen al mundo al borde del abismo. Es revelador, en consecuencia, de la importancia de los sistemas de control de armas, los tratados, las medidas de confianza, y la transparencia y comunicación entre adversarios.

Siendo secretario general adjunto de la OTAN seguí detalladamente el proceso de denuncia por parte de los EE.UU. del Tratado de Fuerzas Nucleares Intermedias (INF). Aquel tratado, cuya negociación estuvo a punto de irse al traste en noviembre de 1983 (dos meses tras el incidente Petrov, coincidiendo con la llegada de los misiles Pershing II a Europa para enfrentar los SS-20 soviéticos desplegados), fue firmado cuatro años después por Ronald Reagan y Mijail Gorbachov. El INF supuso el desmantelamiento de más del 90% de los misiles nucleares basados en Europa y el más firme paso para acabar con la Guerra Fría. Tristemente, iniciada la segunda década de este siglo Rusia lo violó, desplegó secretamente misiles 9M729, se negó a su desmantelamiento cuando fue descubierto, y EE.UU. finalmente denunció el tratado en 2018 tras informar reiteradamente en la sede de la OTAN de la gravedad de los hechos, obteniendo el apoyo unánime de sus aliados. El paraguas nuclear desapareció. Es de notar que la violación rusa tenía una variante china, pues ese país acumula tales misiles en su proximidad.

Hechos similares se observan ahora con la denuncia, también de los EE.UU., del Tratado de Cielos Abiertos. Por él, los países firmantes hacen uso de un protocolo que permite sobrevolar el territorio ajeno, tener una visión directa y fotografiar esta o aquella base militar o despliegue. Supone respirar con alivio cuando confirmas que el arma nuclear no es más que la sombra de un chopo. EE.UU. ha basado la denuncia en incumplimientos rusos contrastados, como la prohibición de sobrevuelo de Kaliningrado, donde podrían basarse los misiles 9M729, con alcance para borrar cualquier capital europea del mapa, incluida Madrid. Algunos europeos -España entre estos- aunque preocupados por la actitud rusa, han lamentado el anuncio, deseando exprimir las cláusulas del tratado sobre verificación y restablecimiento de la situación.

Otro instrumento es el Documento de Viena, suscrito en el marco de la OSCE, que obliga a anunciar cualquier ejercicio militar que supere el umbral de 13.000 soldados. Se trata de no erizar los pelos del vecino cuando el suelo tiembla al paso cercano de una columna blindada. Es un instrumento vivo, sujeto a permanente revisión. Pero sufre las resistencias a su puesta al día y la insistencia rusa de no informar de ejercicios con cifras de decenas de miles de efectivos que presenta como si correspondieran a varios ejercicios diferenciados.

La cúpula de todo el sistema es el New Start, que limita la fuerza nuclear intercontinental de ambas potencias. Debe renovarse el próximo febrero, pero el desarrollo de nuevas armas, ajenas por tanto a esa regulación, que podrían conferir una ventaja estratégica a Rusia, desde drones nucleares submarinos hasta misiles hipersónicos, lo pone en peligro.

El fondo del problema no es tanto los incumplimientos o las ventajas. Tampoco la riesgosa inclinación de los partidarios de eliminar acuerdos para fiarlo todo a una carrera económica y tecnológica cuya meta sea la ruina o la supremacía. La emergencia de China como superpotencia es el nuevo elemento central a considerar. China no forma parte de ninguno de los acuerdos mencionados. Su arsenal nuclear es comparativamente reducido, pero su proyección militar ha modificado todos los equilibrios. China y Rusia constituyen desafíos perfectamente diferenciados. China es un competidor estratégico en todos los órdenes que evita comportarse como una amenaza. Rusia actúa como una amenaza, pero carece de capacidad para ser un competidor estratégico. El corto y el largo plazo, así pues, juega con diferentes escenarios y actores. Siendo esto así, China debiera compartir su visión del futuro y de los acuerdos a que pueda llegar que otorguen paz y seguridad al planeta.

Y es que se constata una penosa realidad: todos los acuerdos de control de armas, toda esta red de seguridad que veníamos disfrutando, es fruto de otro tiempo, cuando Rusia accedía casi libremente a la sede bruselense de la OTAN o era invitada a su Cumbre de Lisboa. Ese tiempo pasó. Los réditos del fin de la Guerra Fría se agotaron. El mundo es otro. La etapa iniciada en 1989 se cerró en 2014 con la anexión de Crimea. Si ese inquietante camino se confirmase, si desaparecidos los acuerdos solo quedase la imprescindible disuasión, se consagraría el retorno a la responsabilidad final de los tenientes coroneles. Y faltaría Petrov, fallecido en 2017.

Alejandro Alvargonzález fue secretario general adjunto de la OTAN.

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