Picasso y los toros

Hace cincuenta años, el 8 de abril de 1973, murió Pablo Picasso, el gran renovador del arte del siglo XX. Goya y él encabezan la larga lista de pintores apasionados por los toros. La Fiesta no es un tema artístico exclusivamente español. Ha atraído, por ejemplo, a Van Gogh, Chagall, Magritte, Max Ernst, Francis Bacon… Tampoco se limita al arte tradicional o figurativo. Ha inspirado a surrealistas como Dalí, Miró, Óscar Domínguez, José Caballero; a expresionistas, como Benjamín Palencia, Saura, Barjola; a abstractos, como Tápies, Millares, Guinovart; en el collage, al Equipo Crónica; en lo naïf, a Mari Pepa Estrada, Fernando Botero… Ninguno de ellos, sin embargo, llega a una identificación tan grande con los valores simbólicos del toro bravo como Pablo Picasso.

Picasso y los toros
NIETO

De niño, iba a los toros con su padre, en La Coruña y en Málaga. El primer torero que recordaba haber visto era Cara-Ancha, inmortalizado por Antonio Machado: «Este hombre del casino provinciano / que vio a Carancha recibir un día». Para llevarlo a los toros, su tío le exigía al niño Pablo que hubiera comulgado. Años después, comentará: «¡Veinte veces hubiera ido a comulgar para ir a los toros!». Su primera obra taurina retrataba a un picador, una figura que siempre le obsesionó. A su amigo Luis Miguel le confesó que, de no haber sido pintor, eso le hubiera gustado ser.

En su primera visita al Museo del Prado, copió, en su 'Carnet Madrid', dibujos taurinos de Goya. Su primer grabado, 'El Zurdo', también retrataba a un picador: según la tradición, le puso ese título por no haber calculado la inversión de la plancha. Dibujó la plaza de El Torín, de Barcelona. Incluyó alusiones taurinas en las naturalezas muertas de su etapa cubista. Para los Ballets Rusos de Diaghilev, pintó el telón de 'Le Tricorne' ('El sombrero de tres picos', de Falla), con una escena taurina.

En el Museo Picasso de París he visto recuerdos que conservaba : entradas y carteles de toros; nada menos que veinticuatro divisas de ganaderías; postales eróticas, en las que el toro o el torero son órganos sexuales masculinos o femeninos. Le gustaba vestir de torero o de picador a su mujer, a su hijo; retratarse él mismo, con traje de luces, o embistiendo, como un toro, al capote de su amigo Luis Miguel.

Le apasionaba, sobre todo, el toro como símbolo. En la enciclopedia 'Los toros', de Cossío, descubrió un grabado popular, 'El Cristo de Torrijos', que él recreó: Jesucristo, en la cruz, desclava su brazo derecho para dar un lance y hacer el quite a un picador, caído en el suelo. ¿Cabe un Cristo más taurino?

Le apasionaba el mito clásico del Minotauro: un hombre con cabeza de toro, que une inteligencia y salvajismo, razón y pasión, dios y bestia, y es capaz de ver claro, en la oscuridad. Resume su amigo Kahnweiler: «El Minotauro de Picasso, que se divierte, ama y lucha, es Picasso mismo». La 'Minotauromaquia' es un claro antecedente del 'Guernica'. Según Juan Larrea, Picasso se identificaba con el toro: un animal noble que, sin querer, causa dolor; sobre todo, a la mujer a la que ama.

Una y otra vez, dibujaba, pintaba, grababa, esculpía cabezas de toros con largos cuernos, inspirados en los toros de Creta y de Costig, de la cultura balear de la Edad de Bronce. Se sentía misteriosamente unido al toro, por el amor y por el destino trágico. Es lo mismo que expresa Miguel Hernández, en 'El rayo que no cesa': «Como el toro he nacido para el luto / y el dolor…».

En el exilio, Goya dibujó los 'Toros de Burdeos', como un lazo que le unía a la España profunda (más allá de Fernando VII). Lo mismo le sucedía a Picasso: los toros eran su gran vínculo con España (más allá de Franco).

En la Costa Azul, acudía con frecuencia a las plazas, para mitigar su nostalgia. Se desesperaba, los fines de semana: «Es domingo y no hay corrida». Escribió nada menos que dieciocho veces una frase: «Hoy, 18 de agosto, si el tiempo lo permite, habrá corrida en la plaza de Cartagena». En la servilleta de un bar, dibujó cuarenta y ocho toritos. Dedicó así un dibujo : «Los toros son ángeles que llevan cuernos».

Al peluquero Eugenio Arias, su amigo, le regaló el dibujo de «un plato de toritos fritos para Currito, para que los acompañe con una jarra de Valdepeñas y un porrón del Priorato». Arias le compraba el ABC, para que leyera las crónicas de Cañabate: sobre ellas, con rótulos de colores, pintaba toros, toreros, picadores…

La amistad con Luis Miguel favoreció su pasión taurina. Picasso le propuso hacerle un retrato pero el diestro lo rechazó, porque –le dijo– estaba ocupado con cosas que le interesaban más (obviamente, una cita femenina). Así, se convenció el pintor de que el torero era de los suyos, no se acercaba a él por interés. Luis Miguel le gastaba bromas: le decía que Picasso siempre pagaba con cheques porque estaba seguro de que no los iban a cobrar, para guardar su firma. Esa amistad cuajó en tres proyectos. Ante todo, el libro 'Toros y toreros', con dibujos de Pablo y un texto de Luis Miguel. Le decía éste, con su habitual desvergüenza: si lo compran, será por lo que él había escrito, «no por tus monos, que siempre son los mismos». También le convenció para el rodaje de 'Le mystère Picasso' , un documental único, dirigido por Clouzot: sobre una pantalla traslúcida, van surgiendo, con increíble facilidad, los trazos mágicos de Picasso, sin que veamos su mano ni su cara.

Menos conocido es el proyecto conjunto, de Picasso y Luis Miguel, de una plaza de toros moderna, con una parte subterránea (como la de México), calefacción por losas radiantes y una cubierta móvil, que decoraría Picasso, con relieves cerámicos, dedicados a los más grandes toreros. Se conservan los planos, firmados por el torero, el pintor y el arquitecto catalán Bonet i Castellano, discípulo de Le Corbusier.

Soñó siempre Picasso con volver a España: a Málaga, al Museo del Prado… Intentó Luis Miguel que Franco lo autorizara, con un argumento concluyente: «Dentro de unos años, nadie se acordará de usted ni de mí pero todos seguirán recordando a Picasso». Franco le ofreció a Luis Miguel que pudiera entrar en España sin problemas la persona que le acompañara. Picasso no se atrevió: ¿por temor al franquismo? Más bien, creo yo, por miedo a lo que dirían de él sus amigos del Partido Comunista francés…

Emociona saber que, en sus últimos años, desde la cima de su gloria, le decía Picasso al barbero Arias: «¡Vámonos a los toros, que es lo único que nos queda!». Definió Luis Miguel: «Picasso es un torero, en el fondo». Lo resumió el pintor, con la rotundidad de los genios: «El toro soy yo». Y lo desarrolló Alberti: «El negro toro de España… / porque toda España es él». La auténtica patria de Picasso fue siempre esa 'piel de toro', tendida al Mediterráneo, a la que todavía llamamos España.

Andrés Amorós es catedrátirco de Literatura Española y escritor.

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