Esta semana falleció en un trágico accidente Sebastián Piñera, presidente de Chile de 2009 a 2013 y de 2017 a 2021. Probablemente la figura más importante de la derecha chilena post-1989, fue un político con más aristas de las que muchas veces se quiere ver, y su historia personal y política ayuda a entender a la perfección la evolución del espacio político que lideró.
Los retratos de Piñera tienden en muchas ocasiones a quedar distorsionados por dos hechos: su opulenta riqueza personal y su pésima gestión del estallido social de 2019. Ambas cosas son ciertas, y explican algunos de los ángulos más oscuros de la trayectoria política del expresidente.
Pero quedarse solamente en eso implicaría obviar otros detalles que son igualmente importantes para entender la dimensión de su figura, y el vacío que deja en su espacio político.
Piñera fue el único líder posible para una derecha que sin una figura como la suya jamás habría logrado llegar al poder tras la dictadura. Las dos décadas de pinochetismo remodelaron completamente la derecha chilena, que tras el fin de la dictadura quedó conformada por dos partidos: la Unión Demócrata Independiente (UDI), creada por colaboradores estrechos de Pinochet, y Renovación Nacional (RN), un partido más abierto pero que también tenía un pasado unido al régimen militar.
Sin embargo, la hegemonía del pinochetismo en la derecha no se correspondía con el sentir mayoritario de la sociedad, y los vínculos con la dictadura pronto se convirtieron eran un enorme lastre político. La UDI y RN apoyaron el Sí a Augusto Pinochet en el referéndum de 1988, y la contundente derrota de esta opción dejó náufrago a un espacio político que ahora navegaba a la deriva en un mundo que ya no lograba entender.
Es en este contexto donde la figura de Sebastián Piñera adquiere una notable relevancia. Piñera, a diferencia de los dirigentes de la UDI y una parte de los de Renovación Nacional, era una persona sin cargas que no tenía que soportar a sus espaldas el peso del legado pinochetista.
Proveniente de una familia pudiente de tradición democristiana, era más un empresario que un político, lo que además de darle pedigrí en los sectores económicos, le daba cierta imagen modernizadora respecto a otros líderes del espacio más vinculados con la dictadura.
Piñera era un hombre de éxito, que a comienzos del nuevo siglo ya amasaba una fortuna superior a los 1.000 millones de euros gracias a sus inversiones. Y que no representaba el pinochetismo gris y caduco, sino el Chile moderno y triunfador que crecía más que nadie en América Latina.
Como decía Gonzalo Bustamante en una espléndida columna en CIPER esta semana, frente al tradicional relato de la derecha sobre la "decadencia sistémica de la sociedad", Piñera prometía un optimismo de los tiempos mejores representado en su propia persona y patrimonio.
A su manera, Piñera era un outsider sin serlo. Un creyente devoto del modelo neoliberal impuesto por la dictadura, pero que no tenía lazos directos con esta. Era una persona que podía abrir los horizontes de la derecha y darle un cierto barniz de modernidad, pero sin perder a los sectores más duros de esta, indispensables también para alcanzar una mayoría.
Su figura era un híbrido, la de un hombre de negocios metido a política, que aunque no simpatizara con la dictadura, creía fervientemente en el modelo neoliberal chileno que su hermano José Piñera, Chicago Boy y uno de los ideólogos del sistema de pensiones, había contribuido a construir.
Causó recelos a su derecha, pero no los suficientes como para que los sectores más duros hicieran que rodara su cabeza. No les entusiasmaba, pero sí le toleraban, y sobre esta unión imperfecta pero sólida se forjó la victoria electoral de 2009 que rompió con una hegemonía de 20 años del centroizquierda.
Esta alianza no tardaría mucho tiempo en resquebrajarse. Pero Piñera ya había hecho historia para la derecha chilena devolviéndola al poder.
Una vez en el gobierno, hubo dos Sebastianes Piñeras, y a través de esta evolución se entiende el pasado y presente de la derecha chilena.
El primer Piñera que llegó al poder en la legislatura 2010-2014 se ganó grandes enemigos a su derecha, y en este periodo es donde se empieza a forjar la ruptura que ha redefinido el mapa en este espacio político en los últimos años.
Como primer presidente de la derecha tras la vuelta de la democracia, las expectativas depositadas en Piñera por los sectores más conservadores de la sociedad eran altas, pero el giro radical en materias sociales o de memoria histórica que le demandaban no se emprendió.
El gobierno de Piñera abogó por una política económica neoliberal que continuaba el modelo impuesto por la dictadura, pero en materias sociales y de memoria histórica entendía que la sociedad chilena había evolucionado, y que una derecha competitiva era sinónimo de una derecha modernizada.
El primer Piñera no indultó a militares golpistas como le demandaban los sectores pinochetistas e incluso se abrió a ciertos avances en materias LGTBI, como en el caso de las uniones civiles, precursoras del matrimonio igualitario. Una agenda que supuso el primer paso de una ruptura con los sectores más conservadores de la derecha que se terminaría materializando en la candidatura de José Antonio Kast en 2017.
Tras esta primera legislatura vino la victoria de Michelle Bachelet en 2013 frente a Evelyn Matthei, representante de una línea "piñerista" dentro de la derecha. Esta derrota y el giro progresista del segundo gobierno de Bachelet, que se abrió a cambiar la pinochetista constitución de 1980 e incluyó ministros del Partido Comunista en su gobierno, abrió un espinoso debate sobre cual debía ser la línea a seguir en el futuro.
Para los duros, mientras que el centroizquierda se radicalizaba, el centroderecha se encontraba acomplejado, y su moderación programática era la causa de los malos resultados cosechados por Matthei. La consigna era clara: había que girar a la derecha y rearmarse ideológicamente.
Esta lectura, sin ser mayoritaria en el espacio, era compartida por sectores con una poderosa influencia, lo que alteró significativamente el mapa político de la derecha. Primero, a través de la escisión de Kast y los sectores más radicales de la UDI, que crearon el Partido Republicano. Y, en segundo lugar, poniendo fin al giro moderado que había caracterizado al primer Piñera.
Trabajos académicos de gran nivel como el de Cristóbal Rovira Kaltwasser muestran cómo el programa del segundo Piñera rompió con la línea centrista y modernizadora por la que había abogado antaño girando notablemente a la derecha. Un golpe de timón que pretendía aplacar a los críticos y contener las fugas hacia el nuevo partido de derecha radical que habían formado los descontentos de la UDI.
Tratar de entender a Piñera con todos sus matices y aristas ayuda a entender la complejidad de la derecha chilena. El empresario multimillonario, que formaba parte del top 10 de personas más ricas de Chile según la lista Forbes, no fue un pinochetista convencido, pero sí un ferviente creyente en el modelo chileno.
De hecho, de ahí partieron buena parte de sus errores, y su devoción neoliberal le hizo incapaz de reconocer la legitimidad de las demandas que sacaron a la gente a las calles en 2011 y 2019.
Más acostumbrado al mundo de los negocios y de los inversores que al de las clases populares, Piñera sólo veía la cara buena del modelo chileno: la inversión extranjera o los buenos datos macroeconómicos. Pero no era capaz de ver las desigualdades, la pobreza y los estragos que causaban la privatización de servicios básicos como la educación, la sanidad o las pensiones.
Esta ceguera le llevó a naufragar en las protestas estudiantiles de 2011 y especialmente las de 2019, en las que con una mezcla de dureza y condescendencia terminó cavando su tumba política.
El saldo del estallido social de 2019 fue de una treintena de muertos y más de 200 heridos graves con lesiones oculares a causa de la represión policial. En términos políticos puso al país patas arriba, obligó al presidente a abrirse a un proceso constituyente que no querían en su espacio político, y dejó su figura manchada para siempre, alcanzando unos niveles de impopularidad que batieron todos los récords de la democracia chilena (llegó a alcanzar una aprobación sólo del 9%).
Piñera será recordado por muchas cosas. Para algunos, como el gran líder de la derecha que logró romper la hegemonía del centroizquierda, o como el gran estadista que reconstruyó el país tras el terremoto de 2010 y logró salvar a los 33 mineros que permanecieron 69 días atrapados en la mina de San José.
Para otros, nunca dejará de ser un multimillonario cuyo patrimonio creció exponencialmente mientras estaba en política, que se vio implicado en varios casos de fraude fiscal como los Papeles de Pandora, y que reprimió con una dureza desproporcionada las protestas de 2019.
Todo esto muestra las mil caras de un político cuyo legado para bien y para mal marcó la historia de Chile.
Jaime Bordel es politólogo y coautor del libro Salvini & Meloni: hijos de la misma rabia.