Pionero de la vocación europea de España

El fallecimiento de Adolfo Suárez, primer presidente del Gobierno de la España democrática, nos ha hecho recordar y reflexionar a todos los europeos el valor que tienen las democracias en nuestros países, el esfuerzo que supuso para muchas personas su instauración, la importancia de los valores y principios que subyacen e inspiran el proyecto europeo y, al mismo tiempo, lo frágiles que pueden ser.

Adolfo Suárez fue, gracias al apoyo de Su Majestad el Rey Juan Carlos I, el representante por excelencia del espíritu de la Transición española, basada en el consenso político y en la reconciliación. Adolfo Suárez fue una persona buena, íntegra, que se dedicó sin descanso a la política, entendida como servicio a los demás, pensando primero en su país y en el futuro que quería para él.

En 1976 el Rey nos sorprendió con su nombramiento como presidente de España. Todos somos conscientes ahora de la valentía que supuso esta apuesta y, sobre todo, del acierto que representó.

En aquel momento me encontraba finalizando mis estudios de Derecho en la Universidad de Lisboa. Eran tiempos políticamente convulsos en los cuales se empezó a diseñar el futuro de España y de Portugal, que no era otro que el de convertirse en democracias plenas con vocación de pertenencia a Europa.

Quiero subrayar, como presidente de la Comisión Europea, la dimensión europea de Adolfo Suárez, quizá menos resaltada por su ingente labor en favor de la democracia en España. Así, el primer acto de calado de su Gobierno tras las primeras elecciones, un 26 de julio de 1977, fue la solicitud de ingreso de España en la entonces CEE (Comunidad Económica Europea), mediante una carta suya dirigida al a la sazón presidente del Consejo de Ministros de las Comunidades Europeas, Henri Simonet.

Adolfo Suárez intuyó que el ingreso de España en la Unión Europea era una condición necesaria para la estabilidad y el reforzamiento de la aún incipiente democracia. Supo que la integración europea implicaría un fortalecimiento de las instituciones políticas, sociales y económicas de una democracia parlamentaria, basada en la economía de mercado y en la existencia de partidos políticos y organizaciones sindicales libres.

El ingreso de España y Portugal en Europa, hace ahora 28 años, consagró la vocación europea de estos dos países y el éxito de este proceso es, a día de hoy, incuestionable. Los dos países son ahora países modernos, con economías plenamente integradas en la zona euro y cuyos ciudadanos gozan plenamente de todos los derechos y oportunidades que la Unión europea nos aporta. En estos años de pertenencia al club europeo, los dos países han recibido importantes fondos europeos que han servido para modernizar sus infraestructuras, su economía y su entorno rural y agrícola. El proyecto europeo ha mostrado así a portugueses y españoles su gran vocación de solidaridad y es justo reconocerlo.

Muchos de estos logros y realizaciones no hubieran sido posibles sin la visión política de Adolfo Suárez. Él presidió la transición democrática de España mostrando a Europa y al mundo entero el rostro de la reconciliación y de la concordia. Fue un hombre de Estado, en el sentido más noble de la palabra, y sin él no se entendería la historia reciente de España. Adolfo Suárez fue y es también un ejemplo para la clase política europea, como así lo han manifestado numerosos líderes en los últimos días. Y, pensando en él, me vienen a la mente estas palabras de su paisano abulense San Juan de Cruz, «Procure siempre inclinarse: no a lo más fácil, sino a lo más dificultoso; (…) no a lo que es descanso, sino a lo trabajoso; no a lo más alto y precioso, sino a lo más bajo y despreciado; no a lo que es querer algo, sino a no querer nada…».

En nombre de la Comisión europea y en el mío propio, me gustaría manifestar todo nuestro respeto y admiración hacia la figura de Adolfo Suárez. Su legado continuará inspirando a los europeos como el ejemplo de un gran líder que puso los intereses de su nación y de sus ciudadanos por encima de todo, y es obligado para todos no olvidarlo y recoger su testimonio. El espíritu de concordia que Adolfo Suárez nos inspira y nos recuerda se reencuentra plenamente con el presente y el futuro de la Unión europea.

José Manuel Durão Barroso, presidente de la Comisión Europea.

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