Pittsburgh: el riesgo es el inmovilismo

La reunión del G-20 en Pittsburgh presenta un acusado contraste con la celebrada en Londres hace ahora seis meses. En Londres el ambiente era de temor -casi de pánico- ante la extensión de la crisis financiera, la debilidad de la banca internacional, la contracción del comercio mundial, la paralización de segmentos completos de los mercados financieros y las crisis en algunos países emergentes. En Pittsburgh, por el contrario, los líderes se encontrarán con una economía mundial que muestra señales claras -aunque desiguales- de recuperación, al tiempo que algunos bancos comienzan a devolver las ayudas públicas y los mercados financieros salen poco a poco de su convalecencia. Se ha contenido lo que parecía una oleada de crisis en países emergentes gracias al aumento de los fondos del FMI en los últimos meses, que ha permitido paquetes de ayuda generosos allá donde han sido necesarios.

La prioridad en Londres era asegurar un compromiso de los gobiernos de hacer cuanto fuera preciso para detener el deterioro de la economía mundial, utilizando todos los fármacos necesarios para mantener al paciente con vida. Ahora, en Pittsburgh, la agenda se centra en sentar, por un lado, las bases para una normalización y en evitar, por otro, que se repitan los errores cometidos.

Siguiendo con el símil médico, el primer objetivo es el más inmediato: ¿cuándo debe retirarse la respiración asistida al paciente, cuándo puede salir de la UCI, de qué depende el alta, cuál es la secuencia de la retirada de la medicación actual, sin duda excesiva, cuándo podrá andar de nuevo y finalmente hacer vida normal? El segundo objetivo, una vez se produzca el alta, exige prescribir la dieta y las recomendaciones adecuadas para evitar la recaída (mucha verdura, ejercicio, nada de tabaco, vino sólo en las comidas). Pero no olvidemos que en el G-20 se reunirán los médicos de 20 pacientes distintos aunque con dolencias emparentadas, que parecen poco proclives a ponerse de acuerdo en la secuencia de altas, aunque algo más en el tratamiento posterior.

Se ha hablado mucho en estas últimas semanas de estrategias de salida. Existe consenso en que no deben retirarse prematuramente los estímulos, pero sí se debe estudiar y planificar cuidadosamente cómo hacerlo, con qué secuencia y con qué grado de coordinación internacional. Los estímulos monetarios son posiblemente los primeros que conviene retirar, especialmente en los países que han aplicado medidas de expansión cuantitativa como EE UU y Reino Unido, aunque la normalización de los tipos de interés dependerá del panorama inflacionista y del sistema bancario; aspectos -sobre todo este último- en los que la situación de los distintos países no es en absoluto homogénea.

La consolidación fiscal dependerá de la recuperación macroeconómica y de la aritmética de sostenibilidad de la deuda en cada país. Y la retirada de los apoyos al sistema bancario, a su vez, de su impacto presupuestario y de las distorsiones a la competencia. Como se ve, todo está estrechamente relacionado. Parece, en todo caso, que ni el ritmo de retirada de los estímulos ni su secuencia serán homogéneos, con el consiguiente riesgo de que se amplíen los diferenciales de crecimiento y de inflación, así como la volatilidad entre las principales divisas. Esta falta de coordinación también podría poner trabas a la incipiente tendencia a la corrección de los desequilibrios globales.

En cuanto a la reforma financiera internacional, la agenda se ha ido definiendo en los últimos meses: se reforzarán los requisitos de capital de los bancos, en cantidad y calidad; la regulación financiera procurará suavizar los ciclos (o al menos no agudizarlos), lo que implica requisitos de capital y provisiones más exigentes en los tiempos buenos y menos en los tiempos malos, de acuerdo con el modelo español; se mejorarán los incentivos para la disciplina de mercado, lo que exige mayor transparencia y una reforma de las normas contables, así como un mayor control sobre los 'bonus' bancarios (un asunto importante, pero sobre el que Europa ha puesto demasiado énfasis, quizá por motivos de rentabilidad electoral). Es más difícil que se alcancen acuerdos muy precisos sobre el espinoso asunto de qué hacer con las instituciones demasiado grandes, complicadas o interrelacionadas para dejarlas caer, sobre el que los grupos de trabajo existentes seguirán ocupándose.

En fin, los detalles de esta nueva regulación financiera internacional no se van a resolver en Pittsburgh. La reforma será lenta y no es descartable que la poderosa inercia de los grupos y comités internacionales, donde las decisiones se toman por consenso y los acuerdos se limitan al común denominador de las distintas posiciones, haga que prevalezca el continuismo, una vez pasado el susto y perdido el impulso reformador. El inmovilismo es el principal riesgo para la reunión de Pittsburgh.

Santiago Fernández de Lis, socio de Analistas Financieros Internacionales.