Pizarro mata dos pájaros

Mariano Rajoy no tiene ante sí una campaña fácil. Y lo más complicado será rectificar el perfil de partido asilvestrado, tendiendo a reaccionario, que el PP ha exhibido durante toda la legislatura. Pero hasta ayer tenía además dos imbroglios endemoniados. Uno era dar con un candidato a vicepresidente económico conocido y que pudiera plantar cara a Pedro Solbes con alguna credibilidad. El otro, encontrar un número dos por Madrid que no desmereciera y que no consagrara la victoria de ninguno de los dos bandos enfrentados en la guerra civil del PP en la capital. Y Manuel Pizarro le ha permitido matar los dos pájaros de un solo tiro.

El ideal hubiera sido Rodrigo Rato, que ha dedicado su carrera a la política. Pero Rato, visto que ya no será presidente (tanto si Rajoy gana como si pierde) prefiere blindar su fortuna con un fin de carrera bancario. Y Josep Piqué, tan ambicioso como preparado, fue sacrificado en los altares del fundamentalismo pepero, hostil a cualquier vestigio de catalanismo y de aperturismo, el ya lejano julio. Arias Cañete, el gris portavoz económico de la legislatura --que como ministro de Agricultura dijo que el trasvase del Ebro se haría como un paseo militar-- acaba de reincidir en el militarismo pidiendo un "decreto-ley brutal" para hacer frente a la crisis. Y Juan Costa, el primer oficial de Rato durante ocho años, es un experto solvente pero poco conocido. Y tiene escaso currículo político.

¿Qué activos aporta Manuel Pizarro? El primero, ser una personalidad marcada y discutida pero sobre todo conocida. La dura batalla que dio, como presidente de Endesa, contra la opa de Gas Natural --que le perjudica en Catalunya-- fue su gran salto a la primera página de los diarios. Y la estrategia fue hábil. Conservar con uñas y dientes un baluarte de poder se vistió como una patriótica defensa de la empresa privada y de la libertad de mercado frente al intervencionismo socialista. Y Pizarro transmitió combatividad, tanto ante los tribunales de justicia como en Bruselas. Siempre creí que La Caixa y el Gobierno no valoraron bien que una opa hostil es casi un imposible (podían haber consultado a Sánchez Asiaín). Y más frente a un enemigo que sabe latín, es decir, acostumbrado a moverse con habilidad entre jueces, fiscales, auditores, banqueros con honorarios altos, técnicos en relaciones públicas con similares emolumentos, y reguladores comunitarios. Pero, oponiéndose a la opa, Pizarro animó también una subasta por Endesa que, al coincidir con un buen clima internacional para las eléctricas, disparó las acciones de forma casi exuberante y acabó enriqueciendo a muchos accionistas. Por eso los propietarios de acciones y el público conservador no tienen mala imagen de Pizarro.

Claro que también tiene pasivos. Muchos ciudadanos --hay más que accionistas-- parpadearán con incredulidad ante la exorbitante indemnización cobrada de Endesa, 15 millones de euros. Y Pizarro, que viene de abajo y que hizo la primera fortuna en una sociedad de valores (fue presidente de la Bolsa de Madrid), ha hecho mucha política entre bambalinas --desde la presidencia de Endesa--, como ha apuntado Solbes con gran prontitud. Además es un exponente cualificado de los empresarios amigos que el PP puso al frente de las empresas que privatizó (mejor dicho, acabó de privatizar) cuando llegó al poder. Pero este pasivo no siempre le perjudica ante el electorado conservador. Y además, si Felipe González no culminó las privatizaciones --que impulsó-- y no puso gente próxima a su frente, fue únicamente porque, como recordó el sábado en la SER, un presidente de Gobierno pierde reflejos cuando lleva 10 años.

El no ser ajeno a la política (era abogado del Estado en Hacienda cuando la expropiación de Rumasa, y amigo de Aznar y Rato mucho antes del 96) no le va a perjudicar en la campaña. Pizarro es aznarista pero tiene criterio propio y fue de las pocas personas influyentes del PP que se opuso a la operación contra Polanco en la primera legislatura de Aznar. Y la relación con Duran Lleida ha sido fluida. Sería pues un error que el Gobierno de Zapatero volviera a infravalorar a Pizarro. Aunque es verdad que, ante las urnas, su elevado estatus socioeconómico le aleja del elector medio y puede generar malestar. Por el contrario, su pugnacidad le permite salir airoso de trances nada fáciles como su comparecencia en el Parlament el pasado agosto tras el desastre del apagón.

Pero Rayoy ha resuelto también el segundo imbroglio. La elección del número dos por Madrid se ha hecho sin consultar con Esperanza Aguirre, la presidenta de la comunidad que controla el aparato regional del partido. Lo ha decidido el líder en la soledad del poder. Y Ruiz-Gallardón se cae definitivamente de la lista. Ya no será ni el número dos ni la novedad ni la estrella. Los tres papeles los asume Pizarro. Es como si Rajoy hubiera aprovechado la ocasión para dar en los nudillos a los dos políticos de la capital --Aguirre y Gallardón-- quienes, bajo la piel de cordero de ayudarle a derrotar a Zapatero, se postulan sin demasiada hipocresía para relevar al líder del PP si finalmente el PSOE se lleva el gato al agua. Rajoy sigue teniendo la campaña difícil pero ha sabido dar un buen golpe.

Joan Tapia, periodista.