Pla: preso político de Ómnium

De todas las perversiones a las que asiste el español de hoy, la más cruel es la ceguera crónica ante la cultura y la literatura. Tanto o más cainita y español es haberle negado el Premio de Honor de las Letras Catalanas al mejor autor en catalán del siglo XX como el olvido del público lector en castellano. Desde que se descubrieron las reticencias de Josep Pla a comulgar con la cábala separatista, el reconocimiento de su obra escuece en las lindes del dogmatismo endémico de su tierra y se le recuerda con recelo: lo salvó su individualismo ilustrado.

Estos días en los que vemos qué se juzga en el caso del proceso separatista, bien podrían tomar nota del daño intelectual que supuso relegar a Pla a la esquina del despropósito, la sospecha y la difuminación. Aunque es cierto que ha habido algunos intentos de difundir su obra al lector en español es muy escaso el trabajo de los editores y herederos, como constata Arcadi Espada en Josep Pla: Notas para una biografía (ed. Omega), donde sostiene que el sobrino del autor ampurdanés fue una de las principales trabas para seguir con su investigación.

Lo que ha salvado Pla —y condenado— fue su individualismo radical, culto y observador, además del escepticismo y su ácida ironía. Sabía que la masa convertida en rebaño no conducía a ningún lugar. Ante la censura franquista y el discurso ideológico prefirió refugiarse en el Mas Pla de Palafrugell, donde continuó escribiendo y ultimando su obra completa.

El amor por la literatura, por los paisajes, ciudades y por el adjetivo preciso y pertinente evitó que cayese en el error de la adscripción política ciega. Aunque defensor y conocedor del catalán, no sucumbió a la nueva política del revanchismo y el resentimiento, porque para él, la cultura, el saber, eran el reflejo del espíritu de los Hombres.

Durante su vida, el viaje fue fundamental para generar su perspectiva ante el mundo; el don de la observación y sus años en el extranjero o en Madrid le condicionaron a la hora de construir su personalidad tan cercana a la tierra, pero tan lejana de los hombres.

Ahora, con todas las reconstrucciones de la realidad —entre ellas la Historia— bajo el ansia que les produce el desamparo de la distorsión, no encuentran en el que, a juicio de Dionisio Ridruejo, era uno de los mejores escritores del siglo XX, el cómplice necesario, pese a los intentos disimulados. Con Pla se ha jugado al ni contigo ni sin ti. Y lo paga el legado del autor, cuya obra en español sigue renqueando y que el catalanismo exacerbado no desea soltar. Ante un público soltero de él y de la atmósfera que irradia, sus libros recobrarán algún día el tiempo perdido; es justicia.

Esta distancia entre unos y otros tradujo el rechazo, y la organización cultural Ómnium, que otorga el Premio de Honor de las Letras Catalanas, nunca falló a favor del ampurdanés. Entre el jurado, mientras Pla seguía vivo, contó con algún voto. Pero es claro que la motivación a negárselo no fue por cuestiones literarias, sino políticas.

Pla, como buen periodista y escritor, es incómodo; si agrada no lo hace a propósito. En el documental Imprescindibles, el editor Josep María Castellet confiesa que existía el "rechazo de la intelectualidad catalana" a reconocer a su mayor exponente. Albert Boadella lo aclara, si cabe, con más claridad: "Pla fue víctima de esta lacra que es la mezcla de lo político y lo civil. Es como si no les importara que fuera considerado el gran español del siglo XX".

Hay distintas formas de hacer gala de la catalanidad: Pla lo hizo con una literatura verdadera y cuyo reconocimiento más profundo no se encuentra en tal o cual institución, sino en sus lectores. Escapará de su secuestro político.

En el otro lado, nos las vemos con los que no comulgan con el deseo del autor en escribir en catalán y su benevolencia con un regionalismo leve que pretendía revalorizar la lengua y encontrarse a sí misma en España.

El recorrido del calvario se dio cuando, tras casi cuarenta años, decidieron prescindir de sus servicios en el semanario Destino. La crítica y su ejercicio de libertad le granjeó ese despido; hay que tener en cuenta que entonces Jordi Pujol lideraba el proyecto y con su gestión propició el hundimiento de la publicación. La política no pudo penetrar la coraza de veracidad y nobleza de Josep Pla.

En la entrevista que le hizo Soler Serrano en su programa A fondo, Pla dice: "Somos gente totalmente insatisfecha, históricamente insatisfecha". Y cuando le pregunta sobre la envidia del español, el ampurdanés contesta que el español es "bastante" envidioso y el "catalán mucho, quizá es uno de sus motores más visibles". Además, es de todos conocido la respuesta de que el "catalán es un ser que se ha pasado la vida siendo un español cien por cien y que le han dicho que tiene que ser otra cosa. Quizá por la insatisfacción, aunque está más satisfecho que la media española".

Pla ha sido y es el gran merecedor al Premio de Honor de las Letras Catalanas, el problema es la finalidad de la entrega y el organismo que lo ejecuta. En su fantástico El diccionario Pla de literatura (Ed. Destino), haríamos bien en leer lo que dice de José Ferrater Mora. "Considera que el problema consiste en mitigar, suavizar la desunión española no mediante abrazos grotescos ni postulaciones infundamentadas y carentes de mínima autenticidad. Su idea es que la condición preliminar de una paz interna real en España es la abundancia de ingredientes, los esfuerzos combinados de diferentes fuerzas, lo que él llama la coexistencia de múltiples poderes". Es decir, lo que ya existe en las regiones de España: las autonomías.

En definitiva, "la pluralidad de poderes que Ferrater querría proyectar sobre España, y que considera el factor clave para crear una España moderada y una pacificación, demuestra, a mi entender, que es un auténtico catalán". No hay una tercera vía ignota; la tercera vía fue la Transición.

Santiago Molina Ruiz es periodista y máster en Estudios Literarios de la Universidad Complutense de Madrid.

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