Plutón emerge del Averno

Decían los griegos que Plutón era el dios del mal, representante del dolor, del sufrimiento y de la muerte. Habitaba en las profundidades de la tierra, en el Averno, considerado como el más profundo y terrible de los infiernos.

Hasta allí había llevado a Proserpina, hija de Ceres, raptándola entre gritos y sollozos y condenándola a vivir con él para siempre, en el inframundo. Su madre, desesperada, pidió ayuda a Zeus para que liberara a su hija y éste llegó a un acuerdo con Plutón, en virtud del cual, durante seis meses, Properpina ascendería a la tierra para vivir con su madre y, los restantes meses, conviviría con Plutón en el Infierno.

Cuando ella estaba en la tierra, ésta se cubría de flores, frutos y brotes de alegría... Era la primavera y el verano, donde brillaba el sol, hacía calor y la luz alegraba los corazones... Los restantes meses, los de convivencia en el Averno con su raptor, eran los correspondientes al otoño y al invierno, en el que los árboles perdían la hoja, la lluvia anegaba las tierras y las tormentas daban paso a la nieve.

El orificio por el que Proserpina regresaba a la tierra se encontraba en Eleusis, pequeña ciudad cercana a Atenas, donde los griegos iban a peregrinar para entrar en el conocimiento del Bien y olvidar por completo el miedo a la muerte, después de varios días de ayuno y reflexión...

Plutón, es decir el mal, el dolor, el sufrimiento y el terror ha venido a visitarnos en esta época posmoderna, en la que los nuevos dioses son el consumo y la tecnología, de la mano de Vulcano, el dios del fuego.

¿Quién podría imaginar que en pleno siglo XXI no se pueda hacer nada frente a una lava incandescente que avanza engullendo casas, bienes y cultivos agrícolas? ¿Es que no nos queda más que la pasividad ante un dios enfurecido que arrebata bienes acumulados a lo largo de una vida y cultivos que han sido el medio de trabajo de gentes desdichadas a las que la Naturaleza ha robado todo?...

Los hombres han querido siempre igualarse a los dioses y, en este siglo en que vivimos, casi lo han conseguido: pueden comunicarse con personas a miles de kilómetros de distancia, ver los acontecimientos más fabulosos o los más monstruosos en el momento mismo en el que suceden, y son capaces de conocer el mundo desde una pantalla de ordenador, acumulando todo el saber de la Biblioteca de Alejandría con solo pulsar el botón del computador o la pantalla de televisión...

Pero al tiempo han perdido su alma, su capacidad de comunicación, la empatía hacia los demás, la creatividad... ¡Todo está ya descubierto y es costoso y aburrido estudiar y aprender...! Y el hombre pasa miles de imágenes en su pantalla para olvidarlas después y no fijarlas en su memoria o en su conocimiento.

Saber... ¿para qué? Esforzarse... ¿para qué? Todo está ya en Google y no hay más que tomarse la molestia de observar un momento para acceder a todo conocimiento.

¿Todo? ¡No! Solo aquello que se nos explica de forma torticera para dirigir nuestras mentes, para condicionarnos y que no seamos capaces de pensar, dudar, reaccionar o sublevarnos frente al pensamiento único.

Y esta nueva posmodernidad ¿no merece el enfado de los dioses?. Yo creo que sí. Que estas ‘llamadas de Naturaleza’, en forma de volcanes escupiendo lava o de huracanes antes desconocidos o de tormentas que originan riadas de lodo y de muerte, podremos decir con el lenguaje actual que son ‘cambios climáticos’, originados por el hombre, pero si elevamos nuestro espíritu, si fantaseamos por una vez, o volvemos la vista atrás hacia las culturas que nos precedieron, podríamos decir, incluso creer que son enfados de los dioses, claramente manifestados, perfectamente reconocibles y desgraciadamente crecientes.

Son la mano de Zeus para recordarnos nuestra fragilidad, nuestra desprotección ante su poder, nuestro efímero paso por la vida sin fuerza para oponernos, sin posibilidad de evitarlo, sin conseguir ser nada más que espectadores asustados ante tanta inmensidad.

El fuego del volcán se apagará algún día, así como las pandemias, las riadas e inundaciones, pero vendrán otros males procedentes de la Caja de Pandora de donde se escaparon todos los horrores que cubren la tierra. Y... ¿qué nos quedará?

Como entonces, los males se expandirán y no se conseguirá introducirlos de nuevo en la famosa Caja. Sin embargo, en aquel momento, quedó un Bien fabuloso cautivo en el cofre: la Esperanza, a la que también ahora tenemos que acercarnos para mirar al futuro, para nunca hundirnos, ni mirar atrás, para vivir lo que nos queda de vida llenándola de emociones, sueños, ilusiones y deseos.

Y así, aferrados a la Esperanza, perderemos el miedo de encarar el futuro y, seguiremos adelante, empecinados en el inútil e inalcanzable deseo de conseguir la inmortalidad.

Carmen Rocamora es escritora y crítico de arte.

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