¡Pobre Europa!

Tendrá Europa que recuperarse y volver a su proyecto inicial, cuando los fines eran explícitamente morales, éticos, orientados hacia la paz y la democracia, y la economía sólo era un medio para servir a estos propósitos? Los últimos acontecimientos obligan a dudar de ello. Y detrás de los hechos se avecinan problemas de fondo, defectos estructurales que merecen un examen.

La actualidad es, en primer lugar, el manejo de la cuestión griega. Como subrayó recientemente Jürgen Habermas señalando a Angela Merkel, a quien acusó de subordinar la democracia a la economía (en The Irish Times, 28 de junio de 2015), esta gestión calamitosa ha desembocado en un verdadero escándalo, la falta de solidaridad, el naufragio se que avecina hoy para Grecia pero también para Europa. Cualquiera que sea el resultado de lo que está sucediendo, se ha dado la imagen de una Comisión dominada por los intereses de los Estados, poco capaces de insuflar algo más que la defensa de intereses limitados, sin visión de futuro.

La actualidad es también la negativa de los estados miembros, o de los más importantes de ellos, a establecer una política solidaria en el Mediterráneo, convertido en un cementerio monstruoso donde los inmigrantes se ahogan todos los días. Aquí Europa, ofreciendo cuotas para dar acogida a los inmigrantes desamparados en Italia, trató de hacer escuchar la voz del humanismo: Francia, el Reino Unido o Alemania no aceptaron escucharla.

La actualidad también es Ucrania, mal apoyada frente a una Rusia que avanza sin pudor sus peones, mientras que Europa, a pesar de una política de sanciones económicas, apenas se las arregla para hacer prevaler la vía del respeto a las reglas y los acuerdos internacionales.

La actualidad es la hipocresía moral. Da testimonio de ello, con pocos días de diferencia, el contraste entre dos episodios que implican sexismo. Cuando tiene que responder a las acusaciones que circulan en las redes sociales sobre un premio Nobel de Medicina cuyas frases de humor desafortunadas sobre el papel de la mujer en los laboratorios científicos habían sido descontextualizadas y exageradas, la Comisión no dudó, le empujó a que renunciara de la agencia europea de la que era consejero, sin ningún tipo de investigación: la mera insinuación de sexismo fue considerada tóxica. Pero cuando se trató, hace unos días, de renovar un tercio de los directores generales del órgano ejecutivo de la UE, el resultado fue muy claro, muy machista, ya que las mujeres representan sólo el 20% de los 33 directores generales. La pureza moral se había evaporado.

La evolución de Europa desde los años ochenta se llevó a cabo sobre la base de un desafío que se ha demostrado insostenible. El Acta Única de 1985 y el tratado de Maastricht en 1992, la creación del euro, finalmente, hizo creer a Jacques Delors y a otros que se ponían las bases de una dinámica económica que obligaría a los Estados nación a acercarse políticamente. La agenda económica llevaría a la convergencia política. Y convergencia política era desarrollar instituciones verdaderamente europeas al servicio de los valores fundadores últimos, la paz, la democracia, en Europa y en el mundo.

Pero este desafío confiando en el marco del mercado falla, dramáticamente, a falta de la esperada convergencia política. Se ha revelado como una utopía de inspiración socialdemócrata y democristiana, una profecía poco realista. Hoy vemos cómo la lógica económica patina con Grecia; los nacionalismos, los populismos y la extrema derecha proliferan y crecen, y la incapacidad para ponerse de acuerdo en muchos terrenos diplomáticos y militares es evidente. El federalismo, que sería la solución adecuada, no está en absoluto en el orden del día. La economía, la política y la moral son independientes, sus aguas se separan y no hay evidencia de que puedan acercarse. La crisis económica, política y moral es la de una Europa incapaz de revivir su ideal.

Se puede acusar a los países del sur, empezando por Grecia, por no efectuar los ajustes necesarios; también podemos constatar que les hemos dejado endeudarse y encontrarse con un nivel de deuda insostenible. Podemos quejarnos de los estados que no quieren seguir a la Comisión Europea a la hora de rescatar a los inmigrantes mediterráneos, pero ¿cómo no observar que esos mismos estados siguen con más o menos ardor a la misma Comisión cuando se trata de economía? Uno puede encontrar la política europea clara y fuerte en relación con Ucrania, y alegrarse al ver que las sanciones contra Rusia se han extendido seis meses más, pero eso no permite decir que Europa tiene una diplomacia integrada y eficaz.

En resumen, podemos tratar de calificar el juicio, la crítica, y encontrar todo tipo de excusas a las autoridades europeas, y reconocer los éxitos. Pero mientras las instituciones europeas no sean la expresión de valores y proyectos de solidaridad, sino el fruto de los acuerdos y las relaciones de poder entre los estados celosos de su independencia, negándose estos estados a fortalecer su unión, incluso a ceder parte de su soberanía a las instituciones dotadas de poderes políticos de tipo federal, seguiremos revolcándonos en el pantano de las buenas intenciones y teniendo que soportar prácticas cada vez menos eficaces.

Michel Wieviorka, sociólogo, profesor de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París.

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