Pobreza de jóvenes

La lucha generacional parece estar reemplazando a la lucha de clases. Aunque, cuidado, no me entiendan mal, el conflicto de clases sigue estando entre nosotros. Cuando le preguntaron a George Soros –influyente gestor de fondos de inversión– si pensaba que la lucha de clases había desaparecido, respondió: «Aún existe, y vamos ganando nosotros».

Hay muchas señales que apuntan a que el conflicto redistributivo entre mayores y jóvenes es un rasgo definitorio de las sociedades occidentales desarrolladas en este inicio del siglo XXI. Hoy solo quiero poner la atención en una de esas señales en el caso de España.

Según un informe que acaba de publicar el Banco de España, a lo largo de esta crisis la renta media de los hogares encabezados por un menor de 35 años ha caído un 28,4% respecto de su nivel en el 2008. Y el valor de su riqueza neta (fundamentalmente, el valor de su vivienda menos la deuda) se ha desplomado un 94%. Una caída dramática.

En el extremo opuesto de la franja de edades, los mayores de 65 años, tomados en su conjunto, no han experimentado prácticamente los rigores de la crisis. Al contrario. La renta media de los hogares cuyo cabeza de familia es una persona de entre 65 y 74 años era de 19.600 euros en el 2008 y en el 2014 había subido a 22.100 euros. Un aumento de un 12,7%. Y los hogares con un cabeza de familia mayor de 74 años han aumentado su renta un 14,1% en el mismo período. La situación para el colectivo de mayores no ha debido empeorar desde el 2014. Por un lado, los nuevos jubilados tienen una pensión cada vez más alta. Por otro, la mejora de los precios inmobiliarios les beneficia al tener en su mayoría la vivienda en propiedad y deshipotecada.

Entiéndanme, no se trata de culpabilizar a los mayores. Tampoco es que todos naden en la abundancia. Y menos cuando muchos de ellos están utilizando sus ingresos para sostener a sus hijos y nietos. Lo único que quiero poner de manifiesto es a quién le ha tocado pagar en mayor medida la factura de la crisis: los jóvenes. Aunque el problema viene de más atrás.

A principios del siglo pasado el problema social más grave era la pobreza de los mayores. Cien años después es la pobreza de los jóvenes. Las consecuencias de esta pobreza de jóvenes son desastrosas. Por un lado, no hay que olvidar que es en los hogares jóvenes donde están los niños. Son ellos los que más sufren las consecuencias de la pobreza de sus padres, tanto en términos de alimentación y salud como de oportunidades a largo plazo. Por otro, está la pérdida de emancipación. Casi un tercio de los jóvenes de 19 a 33 años viven en casa de sus padres. Hay que retroceder a principios del siglo pasado para encontrar una situación similar. Sus consecuencias serán duraderas. Tanto para la cultura moral de esos jóvenes no emancipados como para el dinamismo social y económico del país.

¿Qué factores han provocado esta pobreza de jóvenes? Son, fundamentalmente, tres.

El primero ha sido la recesión económica. Recuerden: cuanto más larga es una recesión, mayor es el paro estructural de los jóvenes. Las recesiones españolas de los 80, los 90 y la actual han sido más largas que las del resto de países. No nos debería sorprender entonces que el paro de larga duración sea más elevado. Un joven que tenga la mala suerte de llegar a la edad laboral, o de acabar una carrera, cuando la economía está en una larga recesión tiene una alta probabilidad de caer en el paro estructural.

El segundo es la legislación laboral. Desde la recesión de los años 80, la llamada flexibilización de las condiciones de trabajo se ha confabulado contra los jóvenes. Es un claro ejemplo de cómo las buenas intenciones pueden abocar al fracaso más estrepitoso.

El tercero es la política social. Nuestro sistema de prestaciones públicas (pensiones, desempleo) y de servicios públicos esenciales (sanidad, educación) protege relativamente bien a los mayores, pero deja al pairo a los jóvenes. La política social durante la crisis ha acentuado esta asimetría: los recortes han penalizado especialmente a la educación y a la sanidad.

Pero ¿saben lo que más me sorprende? Que no veo a los jóvenes reaccionar contra esta situación. Parecen resignados. Como si pensasen que su pobreza y falta de oportunidades es una fatalidad del destino y no la consecuencia de malas políticas económicas, laborales y sociales. Podríamos atribuirlo a un caso de indefensión aprendida, que dicen los psicólogos.

Antón Costas, Catedrático de Política Económica (UB).

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