Pobreza y desigualdad extrema

La misión de Oxfam Intermón es acabar con la pobreza y defender los derechos de las personas más vulnerables del mundo. Décadas de experiencia al lado de campesinos africanos, de mujeres que ven atropellada su dignidad, de refugiados, de jóvenes sin oportunidades, nos han llevado a poner nuestro foco en la desigualdad extrema, uno de los principales obstáculos para acabar con la pobreza en un mundo de recursos escasos como el que habitamos.

No estamos solos, de hecho el consenso es casi unánime en el diagnóstico. No se trata solo de prestigiosos economistas, como Krugman, Stiglitz, Piketty o Milanovic. También se ha sumado el FMI, nada sospechoso de ser antisistema, que por boca de su directora, Christine Lagarde, ya considera la desigualdad extrema como uno de los males y principales retos del siglo. Incluso algunas grandes fortunas del mundo anglosajón apuntan en el mismo sentido.

Tal vez el más radical en sus palabras y textos, como la exhortación «Evangelii Gaudium», ha sido el Papa Francisco, al condenar un sistema económico que mata y apuntar a la desigualdad como una de sus peores consecuencias, que necesita ser revertida a través de la redistribución. Totalmente en sintonía, por cierto, con el mensaje del Evangelio.

El último dato aportado por Oxfam Intermón es ilustrativo. En 2016 el 1% de la población tendría la misma riqueza que el 99 % restante. Que ochenta personas tengan la misma riqueza que 3.500 millones de seres humanos solo es otra forma de expresar una injusticia que mantiene a mil millones de personas en la miseria y a otros 2.500 millones en su frontera.

Este consenso se puede resumir en que la desigualdad extrema es:

1. Un freno para luchar contra la pobreza. La riqueza y los recursos naturales se concentran en la élite mundial que captura el poder político en su beneficio. La falta de inversión en educación, salud o vivienda se debe al acaparamiento de grandes fortunas y multinacionales que evaden sus responsabilidades fiscales y escapan a cualquier control.

2. Un obstáculo para un crecimiento económico equilibrado y sostenible. Avanzar hacia una sociedad dual no solo es injusto y vulnera los derechos de quienes se quedan fuera. También es una oportunidad perdida para incorporar a cientos de millones de personas que no aportan sus capacidades ni tampoco contribuyen a un crecimiento económico con equidad. Una economía basada en el alto desempleo y la consiguiente mano de obra barata (ya se habla de los «trabajadores pobres») crece poco y de forma desigual. La falta de cohesión social es también un limitante del crecimiento.

3. Una amenaza para el medio ambiente. El «hiperconsumismo» de algunas personas y el efecto imitación en otras, así como la falta de recursos para luchar contra el cambio climático, constituyen una amenaza a la pervivencia del planeta como lo conocemos. El acaparamiento de tierras –que deja a millones de campesinos en la cuneta de la pobreza–, el control del agua y los conflictos por la energía son manifestaciones y consecuencias de la desigualdad global.

4. Un factor de desestabilización social. No solo por el mayor conocimiento de lo que ocurre en otros lugares. Es que la desigualdad se ha localizado y ahora es mayor dentro de cada país e incluso en regiones y ciudades. Hay una colección de datos sangrantes, e incluso fotografías, que muestran ese lastre a la cohesión social que es fuente de agravio y de inseguridad.

5. Un «antivalor». No podemos aspirar a una sociedad presidida por el individualismo darwinista que acepta, e incluso promueve, que millones de seres humanos vivan en la pobreza. Esa sociedad solo puede estar presidida por el miedo y su consecuencia, las vallas y falsas seguridades para unos pocos.

La desigualdad no es solo fruto del mercado libre y sin regulación. Hay leyes que la acentúan. Hacen falta reglas –y la autoridad para hacerlas cumplir– que reviertan los efectos dañinos de un mercado que desprecia a los más vulnerables. Sin embargo, muchas políticas están hechas para beneficiar a ese 1% acaparador cuyas fortunas no son fruto ni del azar ni muchas veces del mérito, sino de unas leyes y prácticas públicas que actúan en su beneficio. El consenso en el diagnóstico no se extiende con tanta claridad a las propuestas para enfrentar la desigualdad extrema. En Oxfam Intermón apuntamos a una nueva fiscalidad más justa y progresiva que impida que paguen más los que menos tienen, acabando, para empezar, con los paraísos fiscales. Blindar las políticas sociales básicas, como la salud o la educación, y asegurar la protección social de los más vulnerables no debería ser motivo de discusión.

Llevamos seis décadas luchando contra la pobreza y el sufrimiento de millones de personas que viven en la miseria. Hoy sabemos que hay recursos para cambiar esta situación. Solo falta la voluntad política para hacer realidad la esperanza.

José María Vera, director de INTERMÓN OXFAM.

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