Pocas nueces en Oriente Medio

A la hora de herir las sensibilidades de los árabes de Oriente Medio, no hay que ser un lince para darse cuenta inmediata de que la canciller alemana Angela Merkel es tan torpe y falta de tacto como Tony Blair. Se niega a comprender que el hecho de apoyar al presidente George W. Bush es impopular. Merkel ha realizado una gira reciente por Egipto, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos para abordar el problema palestino y tratar de esclarecer la forma en que podría reavivarse el proceso de paz.

La canciller Merkel ha realizado esta visita en un momento crítico. Los problemas de Palestina, Iraq y Líbano amenazan con quedar fuera de control y afectar a toda la región. A mi modo de ver, la canciller alemana no viajaba en circunstancias adecuadas para salir airosa de su empeño. De hecho, aparte de la cuestión del respaldo a las políticas inaceptables de Bush, no se acierta a distinguir con claridad una postura europea en cuanto tal. Aunque Alemania preside en este momento la UE, no ha dado pasos tendentes a definir una postura nueva. Los europeos han boicoteado el movimiento islámico fundamentalista Hamas desde que fue democráticamente elegido hace un año. El daño causado a los palestinos, así como la pobreza y el hambre que ha ocasionado este boicot, importa menos que los deseos de agradar y complacer a la Administración Bush.

A lo largo de varios decenios, tanto los líderes prooccidentales como antioccidentales han cifrado sus esperanzas en que Europa actúe de forma independiente respecto de Estados Unidos. En los años sesenta y con anterioridad, Europa no se hallaba madura para ello. Pero bajo el mandato del canciller Gerhard Schröder dio la sensación de que la política europea relativa a Oriente Medio era un objetivo al alcance de la mano. Schröder y el presidente Jacques Chirac se mostraron contrarios a la invasión de Iraq, criticaron las políticas unilaterales de Estados Unidos y llegaron a recelar de que este país fuera capaz de cambiar en el futuro.

Aunque no pudieron modificar el curso de los acontecimientos, quedaba algún resquicio para que sus políticas, en último término, fueran eventualmente tenidas en cuenta. Si cupo pensarlo, ya no es el caso. La canciller Merkel es una firme defensora de la cooperación europeo-estadounidense y respalda la postura de la superpotencia, pese a la mendacidad e incompetencia de la Administración Bush. La solidez de su postura proestadounidense se parece a la de Tony Blair antes de la invasión de Iraq.

Blair aportó entonces y Merkel aporta ahora el apoyo de que tan necesitado anda George W. Bush. Apoyo que, por cierto, deja de lado a Europa como fuente de ideas e inspiración para despejar el callejón sin salida en que se halla sumido Oriente Medio y posibilita además que Bush siga adoptando posturas radicales.

En realidad, la canciller Merkel debería haber aprovechado el gran fracaso de Bush en Iraq y la consiguiente debilidad de la postura de los líderes árabes prooccidentales - en especial Arabia Saudí, Egipto y Jordania- para formular un enfoque específicamente europeo.

En el propio Oriente Medio ha podido detectarse cierto movimiento. Reconociendo como reconocen el problema palestino como principal fuente de inestabilidad en la región, los dirigentes árabes prooccidentales han sumado simplemente su respaldo a la política estadounidense en Iraq a la convocatoria también estadounidense de una conferencia internacional para solucionar el problema palestino. Como los palestinos no tienen nada que ofrecer, el éxito de tal reunión dependerá de la disposición israelí a efectuar concesiones. Egipto, Arabia Saudí y Jordania no pueden respaldar a Bush en Iraq sin obtener algo sustancioso a cambio.

Entre tanto, la Administración Bush no presenta nada nuevo u original que ofrecer a debate con ningún interlocutor. En Iraq, apoya a los chiíes proiraníes y traza los contornos de su propia derrota. En Palestina, la política sólidamente proisraelí de Estados Unidos incluso en la cuestión de la construcción de nuevos asentamientos constituye una receta para el desastre. Bush no se muestra inclinado a presionar a Israel a fin de que haga concesiones. Y los planes estadounidenses relativos a Líbano son prácticamente inconsistentes.

Al propio tiempo, la verdad es que la canciller Merkel no llevaba nada en su zurrón diplomático. Su historial muestra que no dará un paso más allá en la senda recorrida por Estados Unidos. De hecho, las consecuencias de su gira perjudicarán probablemente la postura alemana y europea en el futuro y limitarán su margen de maniobra para impulsar los esfuerzos de paz. En definitiva, y sin dejar de reconocer en todo momento la potencia económica alemana, la canciller Merkel ha perdido una oportunidad para romper una lanza en favor de la postura de Alemania y de Europa.

Tony Blair apoyó el desatino de Bush en Iraq. Beneficiándose de la experiencia, Angela Merkel habría debido actuar con mayor sagacidad. Su viaje augura, también, nuevas torpezas estratégicas. Nos esperan ahora las consecuencias de la actual pendiente hacia el caos. Líbano debe estabilizarse, la desintegración de Iraq debe detenerse y el azuzamiento de un enfrentamiento civil en Palestina debe cesar. Los problemas con Irán y Siria ya son lo bastante sobrecogedores sin la inmadura determinación de Merkel de pasar por alto a estos importantes protagonistas de la región. Merkel, de momento, de tiene nada que ofrecer. Debería haber reflexionado sobre lo que reportó a Tony Blair su respaldo a George W. Bush. Debería haberse quedado en casa.

Said Aburish, escritor y biógrafo de Sadam Husein. Autor de Nasser, el último árabe. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.