Poco oasis y mucho camello (1)

El problema más alarmante en Catalunya no es ni el futuro de la lengua catalana, plenamente subvencionada, ni la supervivencia del castellano, garantizada por la evidencia. La cuestión más inquietante es la tercera lengua. ¿Y cuál es la tercera lengua? ¿Acaso el inglés? ¡Qué más quisiéramos, que se tratara de una lengua así, muy útil para llamar a las cosas por su nombre y escasamente sofisticada en las reglas! La tercera lengua es la jerga con la que nos expresamos en Catalunya para no decir lo que estaríamos obligados a decir si nos creyéramos lo que decimos. Este trabalenguas, que parece una charada, resulta muy simple de explicar a partir del caso Millet, nuestro Madoff de diseño. Caso modélico de la tercera lengua y de nuestra cultura institucional.

Cuando el abogado de nuestro prestidigitador financiero afirma "que no se preocupe la gente, porque el Palau recuperará el dinero, y si el señor Millet tiene que ir a vivir bajo un puente, pues irá", caben dos posibilidades. Como mínimo, dos. La primera es impresionarnos porque todo un letrado, que además canta y se apellida Molins, de los Molins de toda la vida, pueda usar una expresión tan radical como echarse a vivir debajo de un puente, nada menos que un Millet. Incluso como augurio resulta excesivo, y muchos sensibles intelectuales autóctonos entenderán que se trata de un exceso oratorio.

¿Quién podría tener tan mala entraña como para mandar a Fèlix Millet debajo de un puente?

Sin entrar en el pequeño detalle de que tratándose de tantos parientes y amigos como los que participaron en el saqueo del Palau no cabrían, o cuando menos estarían incómodos en tan inhóspito espacio. Entonces llegamos a la conclusión de que con toda probabilidad el ilustre letrado Pau Molins se está descojonando de nosotros. O lo que es lo mismo, está usando la tercera lengua.

Creo que la mejor metáfora sobre el latrocinio de Millet y compañía la ha dado Domingo Marchena en este periódico. Lo de Millet es un circo, y como todo gran circo tiene varias pistas. La pista principal la ocupa por derecho propio, valga la expresión, el protagonista, con ese gesto cansado que suele distinguirse en gente que no ha trabajado en su vida.

Me presentaron - mejor sería decir de acuerdo con las categorías de la tercera lengua fui presentado-a Fèlix Millet hacia 1991 o 1992 en el vestíbulo del Palau, y lo único que me impresionó, y me hace recordarlo aún hoy, es que el mismo que hizo de intermediario, un periodista radical converso luego al nacionalismo, me susurró inmediatamente después: "Es un delincuente, pero se apellida Millet". Como no volví a encontrármelo en mi vida, la verdad es que se me olvidó el tal Millet hasta hace bien poco.

¿Qué es lo que tiene de peculiar la prodigiosa historia del estafador Fèlix Millet en una España donde es difícil sorprenderse? El color local, eso que vuelve a ser otra manifestación de la tercera lengua. Si el Madoff norteamericano se distinguió por saber explotar el sionismo con la audacia de un estafador de altos vuelos, Millet fue nuestro Madoff. Digo más, ahora que se había puesto de moda entre nuestros nacionalistas de regadío equipararnos al pueblo semita - somos los judíos de España-resulta que el color local se reduce a eso: cómo engañar a la gente usando las creencias más profundas. Pero hasta aquí todo sería normal, todo lo normal en una historia de estafadores y estafados, pero la tercera lengua nos introduce un elemento sorprendente: detrás de la denuncia de Millet hay un ataque a las esencias culturales de Catalunya. La verdad es que el asunto sería cómico si no trascendiera lo patético.

La tercera lengua obliga a considerar que hay dos tipos de estafadores. Los nuestros, que se desviaron del pacto implícito que les hubiera permitido robar un poco y vivir de ello, y se excedieron en el descaro y la alevosía. Y luego están los demás, que cuando roban lo hacen sin principios. A nuestros estafadores hay que suponerles siempre gente de principios muy arraigados. Casi se podría decir, parodiando una vieja película española, que nuestros ladrones son gente honrada.

En un país con opinión pública, donde la tercera lengua no se constituyera en el canon de las relaciones sociales, políticas e informativas, lo primero que se hubiera hecho es formar sociedades de agraviados por nuestro Madoff, porque se ha producido una estafa a la sociedad, no sólo a particulares. En Catalunya hoy no existe opinión pública; existía, pero se disolvió en los años del pujolismo. Es creencia de la tercera lengua que nos habíamos hecho tan excelentes que la envidia carcomía a nuestros ancestrales enemigos. Por eso ahora estamos apenados, porque nos van a decir que nos parecemos a los demás. Esta ideología de patio de colegio funciona. Es sorprendente, pero funciona.

A los portavoces de la tercera lengua se les llena la boca hablando de la sociedad civil. O mucho me equivoco o el plenario de esa denominada sociedad civil asistió a las bodas de las hijas del Midas de la música catalana. ¿Hicieron regalos o consideraron que la inversión ya estaba amortizada? A ese consuegro doblemente estafado, el que pagó a Millet lo que Millet había sustraído, ¿nadie le pregunta si reclamará o se mantendrá callado? Me imagino los sudores del juez Juli Solaz, el del 30, enfrentado a un dilema shakespeariano digno del Mercader de Venecia.

Mirémoslo desde el ángulo de la ironía. Nuestra aportación y desprendimiento hacia la cultura. Dudo mucho que haya país alguno en el que sea posible que alguien sin necesidad de tocar un instrumento ni tener zorra idea de música alcance tal nivel de sofisticación armónica como para forrarse él y los suyos. ¡Millet, el primer estafador mundial de la música!

¡A qué esperan nuestros diseñadores estelares y nuestros chistosos mediáticos para exportar esa mina! Incluso las escuelas empresariales de rompe y rasga, y con influencia en el mundo entero, deberían incluir un programa de estudios que tuviera un título imaginativo y con pegada: "Fèlix Millet, un crac del negocio musical sin saber lo que es una corchea". Yo animo a hombres de reconocida solvencia en este campo, Oscar Tusquets por ejemplo, que tan bien conocía al protagonista cuando nos vendió un proyecto hotelero suculento, para que nos ayude con su proverbial imaginación plástica a lanzar el producto.

La tercera lengua facilita entender al juez Juli Solaz. Una opinión pública exigente nos hubiera hecho saber todo sobre el juez, amén de que pertenece a la otrora progresista Jueces para la Democracia. La izquierda en  Catalunya se arrugó hacia 1980 y ahí se quedó, en el calor de la tintorería. El juez Solaz se lo piensa. Tiene su lógica. Si Millet lleva nueve años robando - las investigaciones ya están en el 2000 y seguirán bajando-por qué se quejan si su señoría se lo toma con calma. Y además intuyo que el juez Solaz - qué idoneidad la del apellido; solazarse viene de solaz-debe de tener esposa y quizá hijos, y suegros y hermanos y parientes, y le gustará comer en familia canelones - ¡ojo, canelones!; los canalones,en castellano, son de metal-.Se imaginan qué dirían de él los de la tercera lengua, los suyos en definitiva, si metiera en la cárcel al chisgarabís de Millet. ¡Mientras pueda demorarlo! ¿Quién osaría arrostrar una responsabilidad así? Sería como encarcelar una institución. ¿O no era una institución?

Conmueve la preocupación por el buen nombre de las instituciones. ¡Hay que preservar el prestigio de las instituciones! Bueno, vale, preservémoslo. ¿Y cómo lo hacemos? Tenemos en la cárcel a nuestro empresario modélico Javier de la Rosa, también al formador de generaciones de abogados catalanes, reconocido prohombre del derecho, Piqué Vidal. También a Pascual Estevill, nuestro juez más profesional - yo me aterrorizo cuando oigo que se dice de alguien que "es muy profesional", expresión muy utilizada para los sicarios-.A lo mejor ni siquiera están ya en la cárcel, sino en el limbo del tercer grado, en función de sus muchos méritos.

No es por ponerme dramático, pero tras lo de Millet "deberíamos hacérnoslo mirar", que dicen por aquí. Con eso ya habría como para una sesión. Pero entonces aparecieron los del Pretoria.

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Leer la segunda parte.

Gregorio Morán