Hace semanas, quizás meses, que en el debate político se habla constantemente de pactos, de los necesarios pactos entre partidos para formar Gobierno. Pero desde el domingo por la noche ya no se trata de hablar sino de actuar. Pactos, claro, como se vaticinaba, pero ¿con quién? O, mejor dicho, ¿entre quiénes? Lo apuntaba Javier Ayuso el lunes en EL PAÍS: “Es la hora de la aritmética, de sumar y restar (…) además de la aritmética es la hora de las ideologías”.
Pero tampoco sirve, en ocasiones, buscar grandes coherencias ideológicas desde el punto de vista tradicional, el eje derechas e izquierdas, una manera de simplificar nuestro complejo panorama político. Hay otras variables, en especial aquellas ideologías que se basan sobre todo en sentimientos y que nos pueden conducir a enfocar los problemas desde las emociones y no desde la razón, que apelan a los ideales del Romanticismo y no a los de la Ilustración. Cualquier país que se decanta por estos senderos acaba descarrilando.
En materia de pactos políticos es decisivo escoger bien a la contraparte. El presupuesto de todo buen pacto está en la lealtad, en estar convencido que el otro no te va a engañar, en suscitar confianza. Me viene a la memoria un pacto político que desde el principio ya se podía intuir que no funcionaría porque carecía del requisito de la lealtad: el acuerdo del PSC con ERC para designar presidente de la Generalitat a Pasqual Maragall con el objetivo de aprobar un nuevo Estatuto de Cataluña. El acuerdo no podía acabar bien porque fue un error desde sus mismos inicios.
¿Por qué un error? Porque el agua y el aceite no se pueden mezclar. Aparentemente podía parecer que habían llegado a un acuerdo en aprobar un estatuto, pero ello no era cierto porque no lo podía ser: ambos partidos tenían lealtades distintas. Los socialistas catalanes creían que un nuevo estatuto podía apaciguar al nacionalismo catalán y los republicanos pretendían crear un conflicto mediante la aprobación del nuevo Estatuto para acelerar la marcha hacia la independencia. No lo digo a balón pasado, algunos ya lo advertimos entonces públicamente e incluso contribuimos a fundar Ciudadanos por ese motivo. Los socialistas eran leales a lo que ingenuamente pensaban que sería una buena solución, lo que ellos denominaban “profundizar la autonomía”, los republicanos eran leales a la independencia, su ideal confesado. Naturalmente ganaron los segundos, siempre en política los astutos vencen a los ilusos.
A corto plazo, Maragall y después Montilla fueron presidentes de la Generalitat. Aparentemente, el acuerdo era una jugada hábil: habían acabado con el pujolismo e impedido que Artur Mas fuera entonces presidente. A largo plazo ya hemos visto lo que ha sucedido: los independentistas son mayoría en el Parlamento de Cataluña y el PSC roza la irrelevancia. Los errores graves, aquellos que afectan a la orientación política general, antes o después se pagan.
Creo que el PSOE puede caer en la misma tentación que el PSC de Maragall. También entonces los socialistas catalanes se justificaban diciendo que ERC era de izquierdas y, por tanto, su aliado natural. Pero los republicanos catalanes son, como Podemos, un partido populista, es decir, un partido cuyo objetivo principal es llegar a gobernar, sea como sea, diciendo una cosa y la contraria, para desde allí ser leales a sus ocultos pero verdaderos objetivos. Esquerra decía que su finalidad para formar Gobierno con el PSC era la reforma estatutaria. No era cierto: la reforma del Estatuto era solo un medio, un instrumento, para crear el clima político necesario que les permitiera alcanzar su auténtico objetivo: la independencia de Cataluña. Conseguido el instrumento se pasó a crear el clima para obtener los objetivos tácticos intermedios: que el catalanismo pasara de autonomista a independentista, hundir al PSC, dividir a CiU, disminuir la fuerza de Convergència y dar vuelos a la CUP para así quedar situada ERC en el centro político independentista. Una excelente estrategia.
Tras las elecciones del domingo pasado, el PSOE corre el riesgo de caer en una tentación similar a la del PSC: un pacto de izquierdas creyendo que Podemos es un partido de esa naturaleza. Grave error. Podemos es un partido populista, dice lo que le conviene para su único fin inmediato: alcanzar el poder y desde allí llevar a cabo su agenda oculta, sus objetivos últimos, el primero de los cuales, por cierto, es sustituir al PSOE como referente de la izquierda española. Podemos, como ERC, es leal a sus objetivos, no a sus aliados.
Recordemos. ¿Qué decía Podemos hace tan solo un año y medio? Sus propuestas eran las propias de un partido antisistema, anticapitalista y antiglobalización: no pagar la deuda pública, salir de la UE y del euro, renta básica generalizada, entre otras muchas propuestas, todas legítimas. Pero ahora estas propuestas han cambiado y explícitamente ha efectuado un llamado “giro al centro” en materia económica y social, y se muestra partidario del derecho de autodeterminación.
Este giro social y económico en tan pocos meses, ideológicamente no justificado, ya no es legítimo, algo esconden ahí. En cuanto al derecho de autodeterminación la razón es evidente: era necesario para formar coaliciones electorales con los nacionalistas de Galicia, Cataluña y Comunidad Valenciana, bajo el compromiso de concederles grupo parlamentario propio en el Congreso. Sin olvidar que Pablo Iglesias se ha negado a condenar la situación de los presos políticos en Venezuela, a cuyo régimen han asesorado los dirigentes de Podemos.
Ante un partido de estas características, cabe preguntarse: ¿qué es Podemos? ¿El de antes? ¿El actual? ¿Los tres Podemos autonómicos? ¿Solo el central? ¿Por qué cuatro grupos en el Congreso? ¿Votarán lo mismo? ¿Votarán distinto? ¿Quizás lo que nos aguarda es un futuro Podemos que todavía no sabemos qué pretende? Demasiadas preguntas, demasiadas incógnitas. Todo muy raro. ¿Digno de confianza? En absoluto. Se trata del partido que no sabemos lo que es, ni lo que piensa, ni hacia dónde va.
Ante este panorama, un partido serio como el PSOE debe desconfiar. Que se acuerden de ERC, de su deslealtad con los socialistas catalanes y con el mismo PSOE, que le pregunten a Zapatero. Coincidir con Podemos, tanto en el Gobierno como en la oposición, es una operación de alto riesgo para cualquiera, especialmente para el PSOE, el partido al que quiere sustituir. Mejor que Pedro Sánchez renuncie a liderar el Gobierno si debe pactar con Podemos, no sea que le suceda lo mismo que a Maragall. Las ventajas a corto plazo son muchas veces la ruina futura. Lo sabe bien Sánchez, que no se deje presionar.
Francesc de Carreras es profesor de Derecho Constitucional.