Podemos, contra la Transición

«Por sus frutos los conoceréis», reza el conocido versículo del Evangelio. Por eso sorprende que, en un momento en el que todo el mundo se llena la boca para hablar de ejemplaridad, nadie se fije en la obra académica de los dirigentes de Podemos, que son profesores universitarios. Se acusa al partido de improvisación, especialmente en materia económica, pero es posible rastrear una filosofía política fija, más allá de su discurso en los medios de comunicación y actuaciones públicas.

Primer ejemplo: nada más resultar elegido secretario general de esta formación emergente, Pablo Iglesias prometió acabar con el «régimen» establecido por la Constitución de 1978. Y es esta idea la que ha articulado previa y sistemáticamente el inspirador intelectual de Podemos, Juan Carlos Monedero. Lo hizo, en especial, en su libro «La Transición contada a nuestros padres» (2011), cuyo adánico título constituye ya toda una declaración de intenciones. La «generación de la Transición» no protagonizó, ni asistió tan siquiera al gran episodio de reconciliación colectiva de nuestra Historia contemporánea. Muy por el contrario, y siempre a juicio de Monedero, el modelo español de cambio democrático habría constituido una simple «herramienta para preservar la impunidad» de los franquistas y asegurar su continuidad en las nuevas instituciones. En consecuencia, correspondería a los hijos de esta generación ilustrar a sus ignorantes padres acerca del enorme engaño al que se habrían visto sometidos.

En una clara muestra de lo que Joaquín Leguina ha denominado «antifranquismo sobrevenido», la intención última del libro de Monedero, según confía este sin ningún tipo de eufemismo, es la de acometer un «ajuste de cuentas» para los nietos de los derrotados. Semejante muestra de sectarismo no podía quedar ajena a la mal llamada recuperación de la memoria histórica que, lejos de rehabilitar personalmente a los represaliados por la dictadura, persigue la reconstrucción propagandística de nuestra historia reciente. Entre otras lindezas, la revolución asturiana del 34 habría sido lisa y llanamente un «acto democrático (...) que pretendía frenar a un fascismo que prometía para España lo que en ese momento estaba pasando en Alemania e Italia». En el mismo sentido, según Monedero, nuestro último y desgraciadísimo enfrentamiento cainita se habría dirimido entre «fascistas» y «demócratas». No obstante, su deformación adquiere caracteres sangrantes cuando, tras afirmar un «pacto de amnesia colectiva» que en realidad nunca existió, alaba «la vitalidad del entorno abertzale» por mantener un solitario «relato histórico diferente al complaciente del franquismo y la Transición». Al fin y al cabo, ETA le parece un simple «anacronismo cruel».

Al presentarse el programa económico de Podemos el análisis se centró, como es natural, en el detalle de las propuestas. Se reparó menos en el perfil de sus dos redactores. El de Vincenç Navarro, catedrático ciertamente en una de las universidades más prestigiosas de España, excede el de un escueto economista. Con similar enfoque marxista que el de Monedero, Navarro se prodiga en la descalificación de una Transición que califica de «inmodélica» y un sistema de medios de comunicación ayuno de pluralismo y al servicio de la recurrente dominación «de clase». Una afirmación esta última llamativa si consideramos la desusada presencia de Iglesias y otros dirigentes de Podemos en televisiones privadas.

Visto lo anterior, ¿tiene algún sentido rebatir a Monedero y Navarro que no es «una falacia» afirmar que la voluntad de los aperturistas del franquismo inició la democracia? Las Cortes franquistas aprobaron en noviembre de 1976 la Ley para la Reforma Política, que el pueblo aceptó en referéndum el 15 de diciembre. En otras palabras, la Ley dio luz verde a la celebración de elecciones libres y, en último término, a la consecución de la primera Constitución de consenso en toda nuestra historia. El modelo español de transición, que el propio Partido Comunista acabó asumiendo como «ruptura pactada», ha tratado de ser imitado, habitualmente con escasa fortuna, por otros países en trance de abandonar dictaduras. Si España fue capaz de pasar del franquismo a la democracia sin violentar el orden social ni las instituciones, la necesaria regeneración que demanda nuestra vida pública puede y debe hacerse desde dentro. No tiene sentido ninguno abrir una etapa constituyente. Los políticos de la Transición la evitaron y en ello residió esencialmente el éxito de la conquista de las libertades.

Álvaro de Diego González, decano de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad a Distancia de Madrid.

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