Podemos de las mil caras

Cuando se cumple medio siglo de la Revolución Cultural china, nacida en la primavera de 1966, conviene volver la vista hacia tantas variantes de izquierdismo que produjeron una catástrofe tras otra a lo largo del pasado siglo. Lo peor es que se presentaban como proyectos de emancipación de la humanidad. El maoísmo fue una de ellas, deslumbrando de paso a buen número de intelectuales, desconocedores del idioma y de cuanto ocurría en China. En La chinoise, Jean-Luc Godard nos dejó una esclarecedora crónica de esa ceremonia de la confusión en los preliminares del 68 francés. Nuestro país no resultó inmune, y, entre otras cosas, los llamados “juicios críticos” made in China nos privaron de un gran profesor, Luis Díez del Corral, discípulo de Ortega, en el único logro revolucionario del líder maoísta Intxausti, luego brillante colaborador de José Bono.

Desde los años setenta los datos históricos han disipado el aura de romanticismo que entonces rodeó a las experiencias revolucionarias pos-soviéticas. Es algo que resulta imprescindible tener en cuenta para evaluar al izquierdismo de hoy. Charlando con Jruschov, Mao confesó que solo con el Gran Salto Adelante “sintió una alegría completa”. La alegría de Mao costó a China una hambruna con 45 millones de muertos. También sabemos hoy que Lenin puso en marcha desde el principio un terror luego culminado por Stalin, y que de Stalin vía PC francés, más Mao, sale el genocidio de los jemeres rojos. Olvidarlo es política y moralmente inaceptable. Descalifica a quien se proclame hoy sin más comunista.

Podemos de las mil carasTales constataciones no excluyen que en Europa partidos comunistas, como el italiano o el español, realizaran contribuciones decisivas al progreso y a la democracia de sus respectivos países. Pero de la línea Lenin-Stalin-Mao y su prolongación, nada se salva. Y nuestros izquierdistas, de Monedero a Monereo, valoran la aportación democrática del PCE a la Transición como un abandono de los principios de la izquierda. Así que “fuera el régimen de 1978” (Garzón).

La incorporación de IU a Podemos ha agudizado esta ceremonia del absurdo, consistente en cerrar los ojos ante lo que fue el comunismo “realmente existente” y reivindicar en cambio una ortodoxia anticapitalista. Huyen de la historia real del comunismo, que les desautorizaría, para refugiarse en un discurso de satanización del otro. Con el auge de Podemos, vemos publicistas dispuestos ya a ejercer aquí la labor depuradora de intelectuales que acompañara al establecimiento de las democracias populares.

Los horrores del mundo capitalista, Corea del Norte no existe, les bastan para justificar una propuesta que nos llevó por unas semanas de Juego de tronos a La noche de los muertos vivientes. Así, el regreso de Anguita al pedestal equivalía a suscribir su anticapitalismo primario. El de Monereo encarnaba una larga fidelidad al leninismo que destila revolución sobre la realidad, en vez de analizarla. Pablo Iglesias ha proclamado a ambos sus mentores, y al hoy candidato por Córdoba, el guía que formó su pensamiento. Ya conocíamos el peso de Lenin en las ideas y en la visión orgánica del líder de Podemos, pero esto va más allá.

Solo que ahora conviene taparlo a toda prisa, para adoptar la máscara de la moderación de cara a las elecciones. Hasta Marx y Engels habrían sido socialdemócratas, y ¿por qué no decir otro tanto de Lenin, comunista hasta la Revolución en un partido denominado socialdemócrata? Las furias se visten de hadas sonrientes. Total, un disfraz se quita sin más al día siguiente de llegar al Gobierno. Iglesias es marxista, pero variante Groucho.

¿A qué jugamos entonces? ¿Llamaremos “nueva socialdemocracia” a lo que de hecho implicaría una toma del poder dirigida a la subordinación radical de ese “adversario” omnipresente en boca de Errejón ? Mal puede resultar beneficiosa para “la gente” una política populista que ignora la racionalidad económica y en un caso notorio está hoy practicando el golpe de Estado permanente contra los elegidos del pueblo.

Pocos dudan de que Rajoy personifica una derecha profunda, reaccionaria. Pero también es reaccionaria, para la imprescindible acción contra la desigualdad, una política de gasto público y fiscalidad destructora del sistema productivo, que podría venir de una adopción abrupta de las políticas fiscales y sociales escandinavas, en términos cuantitativos. ¿Y Europa? En el limbo.

A la vista de los sondeos, nada de esto parece importar a buena parte de la población española y singularmente a estratos urbanos, mejor preparados y más jóvenes. Con el Gran Rechazo al sistema basta, siendo las palabras convincentes. Lo recordó Errejón en la UNED: un discurso imperativo, el de Hitler, se impuso por su claridad expositiva —de la “confabulación” antialemana y de “la usura de los banqueros judíos” (sic)— en Alemania en 1930. El ejemplo es útil. España atraviesa lo que Gramsci llamó una crisis orgánica, donde los sectores y partidos dominantes han perdido la hegemonía, la dirección de la sociedad, sin que despunte lo nuevo, una alternativa clara, y por eso cabe temer “un porvenir oscuro de promesas demagógicas” (Gramsci dixit). Por lo que toca al manejo de ese discurso demagógico, integrado por una cascada de falsas evidencias, resulta incuestionable la ventaja de Pablo Iglesias. Todo al servicio de ganar, ganar, ganar, único fin. Aunque sea desde un permanente transformismo.

Así que ante el cinismo exhibido por Iglesias al encubrir la dictadura actuante en Caracas, problema ya maldito, solo cabe augurar aquí un futuro de riesgos, tanto para la democracia en “la nueva transición”, como de cara a una recuperación económica correctora de la desigualdad. Para enderezar nuestro rumbo de nada nos sirve Lenin, ni solo, ni disuelto en populismo de raíz latinoamericana, que para la ocasión, y para destruir al PSOE, tome la etiqueta de “nueva” (¿?) socialdemocracia.

La máscara nunca falta en Iglesias, solo que esta vez no pudo evitar, en su cortina de humo sobre Venezuela, dejar al descubierto el fondo reaccionario de su proyecto político. Como reaccionaria era la izquierda callada ante el Gulag. Recordemos que nadie hubiese aceptado la condición democrática del PCE sin su condena de la invasión de Praga por la URSS. Aunque la hegemonía mediática haya permitido que Podemos entierre el tema, y se vista de lagarterana, entonces y ahora el silencio habla.

Antonio Elorza es catedrático de Ciencia Política.

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