Podemos en su laberinto

Horas antes de la instalación de la nueva Asamblea Nacional venezolana, los partidos políticos españoles firmaron una declaración en apoyo al resultado electoral del 6 de diciembre, el cual otorgó a la oposición una mayoría calificada. Tal documento sería una redundancia para cualquier democracia normal. No lo es para Venezuela.

Ello por el intento del gobierno de ignorar la elección por la vía de la impugnación judicial, el boicot y las intimidaciones diversas, incluyendo la disputa acerca de la autenticidad del rostro de Bolívar en los retratos oficiales, absurda en un sentido pero cargada de significación simbólica. Si, con frecuencia, el gobierno dividido y la cohabitación son el origen de disfuncionalidades—como tradicionalmente ocurre en Estados Unidos o en Francia, por ejemplo—las mismas pueden adquirir rasgos patológicos con el chavismo a cargo del Ejecutivo.

El pronunciamiento en cuestión, entonces, fue firmado por todos los partidos españoles; todos menos Podemos, esto es. Una vez más Podemos pone al chavismo directamente en la órbita de la política española, a veces de manera incomprensible, como hoy. Si no por acción, al abstenerse de firmar lo hace por omisión.

Llama la atención la dificultad de Podemos en separarse de un fenómeno que representa un pasivo político por donde se lo mire. El diseño chavista tiene fecha de expiración en toda la región. Basado en la perpetuación por la vía del voto, requería necesariamente la construcción de una mayoría permanente, la cual a lo largo del tiempo demandó crecientes cantidades de recursos, coerción y manipulación para reproducirse y neutralizar a la oposición. Ese proyecto es hoy víctima del doble déficit—fiscal y de legitimidad—que algunas vertientes neo marxistas del siglo pasado le atribuían al capitalismo democrático, qué curioso.

Es que, en libertad, toda mayoría es transitoria. Como insumo para un régimen político, por ende, dicha concepción es hoy inviable. Fue abandonada en Argentina; está en coma en Venezuela; y aún en la bien administrada y estable Bolivia podría tambalear en el referéndum de febrero. El tiempo de la alternancia parece haber llegado a América Latina. Alternancia y soberanía popular, precisamente, son los objetivos de Podemos en la España gobernada por el Partido Popular pero, sin embargo, no parece ser capaz de apoyar idénticos principios en otras latitudes.

Se dirá, y se ha dicho, que tales incongruencias se explican por las platas del chavismo, que son deudas atrasadas. Son conocidos los contratos por consultorías e investigación otorgados por los Estados venezolano, boliviano y ecuatoriano. Podemos en la región—con investigaciones reales o imaginarias, con facturas por honorarios o sin ellas—ha sido un legitimador español del proyecto bolivariano, así como Adolfo Suárez y Felipe González lo habían sido de la transición democrática una generación antes.

Pero el problema de Podemos con la democracia es más profundo que el dinero. Sus a menudo indescifrables argumentos no alcanzan a ocultar su incapacidad intelectual para apreciar la democracia. Sus acrobacias discursivas no son suficientes para disimular su desconexión afectiva con el constitucionalismo. Podemos debería ir al diván de la política española. Allí, su inconsciente revelaría un verdadero desdén por el pluralismo, principio que solo un orden político democrático puede cultivar. Sus verdaderas pulsiones tal vez estén ocultas detrás de sus elaboradas racionalizaciones conscientes.

Su afección por el marxismo ortodoxo sugiere que usa la democracia de manera instrumental: una herramienta táctica para lograr el gobierno, un mero requisito para el objetivo estratégico del poder. La democracia es una concesión que Podemos otorga a regañadientes. Parece navegar las aguas de la vieja discusión sobre reformismo y revolución, controversia que el Eurocomunismo resolvió distanciándose de Moscú para aceptar las reglas de la competencia electoral. En contraste, y en su confusión, Podemos no es capaz de distanciarse del chavismo. Ergo, siempre que sus convicciones democráticas son llamadas a testificar, se ausentan.

Tal vez sea porque el aprecio de Podemos por América Latina discurre intelectualmente bajo Laclau y aquella idea de la recreación perpetua—y la exaltación romántica—del momento plebiscitario original del populismo. Ese notable encandilamiento, acrítico, los ha llevado a ignorar que el populismo es producto de condiciones que no pueden replicarse a voluntad. Por cierto en España pero tampoco en la propia América Latina, donde los intentos de reproducir indefinidamente ese momento plebiscitario han concluido siempre en el autoritarismo. Ergo, siendo rechazados por la sociedad.

Es que todos los anti-liberalismos tienen un aire de familia: al final, siempre terminan negando la democracia. La voluntad de la mayoría es central, pero siempre y cuando los vote indefinidamente a ellos. Caso contrario, esa mayoría estará equivocada y votando contra sus propios intereses, según vociferó Maduro la noche del 6 de diciembre.

Falsa conciencia, diría Podemos en su erudición marxista hoy en silencio. Con el paternalismo, sube a la superficie el desprecio por la mismas masas populares que dicen representar. Eso también para el diván.

Como se sabe, en América Latina la democracia está en una encrucijada, con una alternancia que ocurre en condiciones económicas adversas y con Estados destruidos en la decadencia del Ancien Régime. Pero también es un momento crítico en España, por la simple razón que Podemos es el tercer partido y una parte de la conformación de un nuevo gobierno está en sus manos.

Podemos vive en su laberinto, intelectual, político y normativo. Además de aclarar si defiende la democracia en Venezuela, debería aclarar si la defiende en todas partes, incluyendo a España desde luego.

Héctor E. Schamis

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