Podemos, éxito de la política de laboratorio del PP

El populismo es una enfermedad derivada del deficiente funcionamiento de la democracia, florece en las crisis económicas y cuando las élites políticas se burocratizan y caen en la tecnocracia (Rajoy) o en el infantilismo izquierdista (Zapatero).

El PP y el PSOE, en lugar de desarrollar y habilitar la monarquía parlamentaria, tal y como dispone la Constitución, han construido un Estado de partidos, que es el que está en crisis. Cuarenta años después del inicio de la democracia, en España se vuelve a plantear la disyuntiva entre los continuistas del régimen constitucional de 1978, los reformistas y los rupturistas.

Los continuistas son inmovilistas, como Mariano Rajoy, para quienes lo mejor es seguir como siempre, es decir, no cambiar nada, rumbo al precipicio; para los reformistas, se trata de valorar los muchos aspectos positivos de casi cuarenta años de libertad, democracia y estabilidad, cambiando los elementos que permitan mejorar la calidad de nuestra democracia.

Los rupturistas, agrupados por vez primera, y con amplio apoyo electoral (Podemos, CUP, Esquerra, mareas, IU, Bildu), pretenden volver a 1975 y realizar la ruptura que la sociedad española desechó entonces en beneficio de la Transición. ¿Cómo hemos llegado, o vuelto, a esta situación?

Desde 1978, los aciertos de los gobiernos españoles están en la base de un largo periodo de libertad, democracia y estabilidad. Ese es el activo. También hay un pasivo: los cuatro últimos presidentes del Gobierno hasta 2016 (González, Aznar, Zapatero y Rajoy) han elegido, en el discurrir del camino constitucional, la senda de la perdición en lugar del camino de la virtud.

Estos cuatro presidentes, por acción o por omisión, han deteriorado la calidad de la democracia, anulado la división de poderes, depreciado el principio esencial de la representación, han limitado la democracia interna de los partidos con la eliminación de todos los controles sobre los dirigentes con el resultado de una corrupción sistémica que ha terminado por hartar a buena parte del electorado de todas las tendencias. Por si fuera poco, los partidos mayoritarios no han renovado o actualizado sus proyectos políticos.

La libertad, la aventura de la libertad en España (recuperada a partir de 1975) de nuevo se encuentra cuestionada por los populismos, la extrema izquierda y los separatistas. La irrupción de descamisados en el Congreso de los Diputados, en una suerte de reivindicación de los sans-culottes de la Revolución francesa, es el resultado de los errores del PP y del PSOE ante la ausencia de autocrítica y rectificación de la deriva de la decadencia de la calidad de nuestra democracia.

En 2013 fue evidente el descenso electoral del PP. Entonces, asesores del presidente del Gobierno propusieron impulsar, en los medios de comunicación, una alternativa de izquierdas, con la finalidad de dividir al electorado del PSOE y mantener al PP como primera fuerza. El éxito ha sido clamoroso. Consiguieron mantener el primer puesto para Rajoy. Sin embargo, la parte de la tarta progresista se ha hecho más amplia, con lo que se ha producido una nueva mayoría social de izquierdas y la emersión del populismo.

Además, el descenso electoral del PP no ha permitido una mayoría parlamentaria de gobierno de centro derecha como resultado de las elecciones generales de 2015. El nuevo partido Podemos no ha hecho más que poner el oído en la calle. ¿Y qué es lo que ha escuchado en la calle, en la Puerta del Sol? Un enorme descontento de los españoles con la corrupción política, por la connivencia de los poderes económicos con los políticos y una hartura de sus privilegios.

Conclusión: una muy deficiente democracia, con el diagnóstico «no nos representan». Lo malo es que lo que va a producir Podemos, como su modelo chavista-venezolano, es justamente lo contrario: más corrupción, menos democracia, libertad mediatizada, decadencia económica generalizada y gasto público disparatado. El ascenso del populismo es lo peor que le puede pasar a España porque en lugar de resolver los problemas los va a agudizar.

Además, una vez que el populismo llega al poder, consigue mantenerse utilizando el engaño y la propaganda. El populismo tiene una extraordinaria capacidad de permanencia y adaptación. Incluso más que el totalitarismo. Es casi imposible erradicar el peronismo de Argentina por su legitimación plebiscitaria.

En enero de 2016, los nuevos diputados populistas se sentaron en el Congreso de los Diputados al lado del un atónito y ensimismado Rajoy. Todo un éxito de la política de laboratorio. Lo inteligente hubiera sido escuchar el ruido ensordecedor de los ciudadanos. Hacen falta partidos que de verdad canalicen la participación ciudadana, en lugar de ser empresas de colocación de amigos.

Un ejemplo es lo que ocurrió en Barcelona en el verano de 1996. Aquel verano, Aznar despidió del PP de Barcelona a Alejo Vidal-Quadras, con lo que la defensa de la bandera de la nación española en Cataluña quedó huérfana. La política tiene horror al vacío y un joven político, Albert Rivera, procedente de las filas del PP, retomó esa bandera con un nuevo partido moderado de centro. Resultado: Ciudadanos es el segundo partido de Cataluña y el PP es un partido residual, a día de hoy, en aquella región.

Se trata de elegir, con la actual Constitución, el camino de la virtud, lo contrario de lo que se ha venido haciendo desde 1978: división de poderes, prevalencia de la representación sobre la gobernabilidad, democratización interna de los partidos, consolidar un modelo territorial que integre y no separe la nación, y modificar y reducir la financiación pública de partidos mientras se mejora la financiación de los candidatos. En otras palabras: menos poder y atribuciones de los aparatos del partido y mayor protagonismo y peso de los representantes de la ciudadanía.

Los partidos mayoritarios conocen los problemas y eventuales soluciones. Falta su voluntad para llevar a cabo las reformas, pues no han querido reducir, limitar, su preponderancia en el Gobierno, en el Parlamento, en la Justicia y en el seno de sus respectivos partidos. Las reformas solo parecen posibles en medio de una gran crisis o cuando las élites se ven obligadas a aceptarlas. Los dirigentes políticos van por detrás de las demandas de la sociedad y, al no recogerlas, la frustración que genera favorece el populismo.

En España, al igual que en 1975, hay una amplia mayoría de ciudadanos más partidarios de la reforma que de la ruptura, más partidarios de aprovechar lo bueno realizado en cuarenta años antes que tirar por la borda lo obtenido: la integración europea y una monarquía y Constitución garantes de nuestras libertades y de nuestra tradición histórica como nación.

Guillermo Gortázar, historiador y abogado, es militante del PP y fue secretario de Formación de este partido entre 1990 y 2001.


Extracto de 'El Salón de los encuentros. Una contribución al debate político del siglo XXI' (Unión Editorial), de inminente aparición. El autor es militante del PP, partido del que fue diputado y secretario de Formación.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *