¿Podemos salvar Venecia antes de que sea demasiado tarde?

Venecia ha sido alterada profundamente por los millones de turistas que llegan a la ciudad cada año, por lo que la Unesco lanzó una advertencia: la ciudad estaría en la Lista de Patrimonios de la Humanidad en Peligro, en la que hay 55 lugares de todo el mundo por razones tan variadas como el terrorismo, el turismo o la falta de mantenimiento.
Venecia ha sido alterada profundamente por los millones de turistas que llegan a la ciudad cada año, por lo que la Unesco lanzó una advertencia: la ciudad estaría en la Lista de Patrimonios de la Humanidad en Peligro, en la que hay 55 lugares de todo el mundo por razones tan variadas como el terrorismo, el turismo o la falta de mantenimiento.

Una plaga mortal acecha Venecia, y no se trata del cólera ante el que el personaje de Thomas Mann, Gustav von Aschenbach, sucumbió en la novela corta que el premio nobel publicó en 1912, Muerte en Venecia. Una monocultura de turistas rapaces amenaza la existencia de Venecia; diezma a esta ciudad histórica y convierte a la reina del Adriático en una plaza comercial “disneyficada”.

Millones de turistas llegan a las calles y canales de Venecia cada año y alteran drásticamente la población y la economía, lo que provoca que muchos de sus ciudadanos desaparecen de la ciudad isleña y que quienes se quedan no tengan otra opción más que trabajar en hoteles, restaurantes y tiendas vendiendo recuerdos de cristal y máscaras de carnaval.

El turismo está destrozando la estructura social, la cohesión y la cultura cívica venecianas, pues se hace cada vez más predatorio. El número de visitantes en la ciudad podría elevarse aún más ahora que los viajeros internacionales están evitando destinos como Turquía y Túnez a causa del miedo al terrorismo y los problemas políticos. Esto significa que los 2400 hoteles y otros lugares de alojamiento con los que la ciudad cuenta ya no satisfacen el apetito de la industria turística. El número total de alojamientos en el centro histórico de Venecia podría llegar a 50.000 e invadirlo por completo.

Justo a lo largo del Gran Canal, cauce principal de Venecia, en los últimos 15 años se ha visto el cierre de instituciones estatales, oficinas judiciales, bancos, el Consulado Alemán, consultorios médicos y tiendas, para dar lugar a 16 hoteles nuevos.

La alarma que provocó el estado de la ciudad condujo a que el mes pasado la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) decidiera poner a Venecia en su lista de Patrimonios de la Humanidad en Peligro a menos que se alcance un progreso sustancial para detener la degradación de la ciudad y su ecosistema para cuando llegue febrero próximo.

Hasta ahora, la Unesco solo le ha quitado a una ciudad el título de Patrimonio de la Humanidad, en la que hay más de mil: Dresde, después de que las autoridades alemanas ignoraron las recomendaciones de la Unesco, que en 2009 aconsejaba no construir un puente sobre el río Elba, pues estropearía el conjunto urbano y barroco. ¿Acaso Venecia será la siguiente en alcanzar ese deshonroso estatus?

En su informe de julio, el comité de la Unesco para el Patrimonio de la Humanidad expresó “una gran preocupación” acerca de “la combinación de transformaciones continuas y proyectos propuestos que amenazan con hacer cambios irreversibles a la relación general entre la ciudad y su laguna”, los cuales, según ellos, erosionarían la integridad de Venecia.

El ultimátum de la Unesco nace de varios problemas antiguos. Primero, el creciente desequilibrio entre el número de habitantes de la ciudad (que se desplomó de 174.808 en 1951 a 56.311 en 2014, el último año que esas cifras estuvieron disponibles) y los turistas. El desarrollo propuesto a gran escala, que incluye nuevos canales de navegación en aguas profundas y un tren subterráneo que pasaría debajo de la laguna, acelerarían la erosión y causarían estragos en el frágil sistema ecológico y urbano que ha crecido en toda Venecia.

Por ahora, cruceros gigantescos desfilan con regularidad frente a la Plaza de San Marcos, la plaza pública principal de la ciudad, mofándose de los logros de los últimos 1500 años. Para mencionar solo uno, el MSC Divina tiene 67 metros de altura, dos veces más que el Palacio Ducal de Venecia, un hito de la ciudad, que se construyó en el siglo XIV. A veces, en un solo día entran a la laguna una decena de cruceros.

La respuesta de las autoridades italianas a los problemas reales que Venecia enfrenta brinda pocas esperanzas de que esta situación cambie pronto. Después del naufragio del Costa Concordia en enero de 2012 frente a las costas de Toscana, que provocó la muerte de 32 personas, el gobierno italiano detcidió que los megabuques deben quedarse por lo menos a dos kilómetros y medio de la costa para prevenir accidentes similares en el futuro. Sin embargo, el gobierno italiano, como era de esperar, fracasó al resistirse a las grandes cantidades de dinero que las empresas turísticas prometen: se creó un vacío legal solo para Venecia. Un crucero que llegara a tocar tierra en la Plaza de San Marcos destruiría siglos de historia irremplazable.

Además, después del escándalo de corrupción en torno al proyecto de una barrera para la laguna con un costo de miles de millones de dólares, el alcalde Giorgio Orsoni se vio obligado a renunciar en junio de 2014; un año más tarde fue Luigi Brugnaro quien lo remplazó e impulsó el turismo veneciano. Brugnaro no solo da la bienvenida a barcos colosales, sino que incluso ha propuesto la venta de millones de dólares de arte de los museos de la ciudad para ayudar a controlar la exorbitante deuda de Venecia.

La destrucción de Venecia no le conviene a Italia; sin embargo, las autoridades siguen sin hacer nada. Las autoridades locales —de la ciudad y de la región— tienen un conflicto con el gobierno en Roma. A pesar de eso, no han logrado diversificar la economía de la ciudad, lo cual significa que cualquier cambio dejaría sin trabajo a los pocos venecianos que quedan. Para renovar la vida económica de Venecia, se necesitan nuevas políticas cuyo objetivo sea animar a los jóvenes a que permanezcan en la ciudad histórica, con lo que alentarían la manufactura y generarían oportunidades para empleos creativos —desde la investigación hasta universidades y el mundo del arte— mientras vuelven a hacer útiles los edificios vacíos.

El Ministerio de Patrimonio Cultural no ha hecho nada a favor de Venecia, aunque la protección del ambiente y el patrimonio cultural están entre los principios fundamentales de la constitución italiana. Las autoridades tampoco están desarrollando proyecto alguno para preservar los monumentos de Venecia y asegurar a sus ciudadanos un futuro digno.

Si Italia quiere evitar que Venecia sufra más destrucción por parte de la nueva plaga que está devorando su belleza y memoria colectiva, primero debe revisar sus prioridades generales y, cumpliendo con su propia constitución, debe poner el patrimonio cultural, la educación y la investigación por delante de cualquier negocio.

Salvatore Settis es el presidente del consejo consultivo científico del Museo de Louvre y autor del libro de próxima publicación If Venice Dies.

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