Poder en español

Este 12 de octubre ha sido el último en que peruanos y colombianos necesiten un visado para entrar en el espacio Schengen. Cuando la Eurocámara aprobó la medida, en febrero de 2014, el responsable europeo de unión aduanera celebró la “voluntad de la UE de reforzar sus vínculos con otros países”. Y la encargada de Interior expresó el “deseo” de retirar esa exigencia a los ciudadanos de Perú y Colombia. En Bruselas, todos se felicitaron por lo abiertos y fraternales que eran.

Pura hipocresía. La realidad es que Europa hizo todo lo posible por evitarlo o sacarle provecho. Y España se jugó el tipo para conseguirlo.

El palacio de la Moncloa me ofrece acceso a cables diplomáticos y documentos de la durísima negociación. De entrada, la exención de visados parecía imposible. En agosto de 2013, cuando el presidente Rajoy anunció que pensaba pedírsela a Europa, ni siquiera los beneficiarios confiaban en ella. El diario colombiano El Espectador se burló directamente: “Rajoy, sin sonrojo en su rostro, dice que tramitará la petición... La noticia suena bien, es cierto, pero por favor, debemos ser realistas frente a lo que esto implica... Más allá de una divertida y entusiasta conversación entre nuestro mandatario y el de allá, no hay nada concreto”. Y concluía: “¿Soñamos? Por ahora sí”.

Poder en españolEspaña propuso a Europa incluir a los dos países sudamericanos en el proceso de exención de visados Schengen que ya tenían abierto varias islas del Pacífico y El Caribe, junto con los Emiratos Árabes Unidos. Como para confirmar el escepticismo general, al mes siguiente, en la reunión del grupo de visados de la UE, todos los países votaron en contra menos Portugal. Era una catástrofe. No sólo se estaba rechazando a Perú y Colombia. De paso, España y Rajoy iban camino de hacer un ridículo diplomático de nivel continental.

En los documentos oficiales, los miembros de la UE argumentaron que la solicitud les llegaba fuera de plazo. Sin embargo, en comunicaciones más privadas, sus funcionarios esgrimían razones muy diferentes. Las previsibles: el temor al terrorismo y a la inmigración incontrolada. La más inconfesable: que a países del Este como Moldavia o Ucrania se les ocurriese pedir lo mismo.

En uno de los e-mails, un alto funcionario europeo advierte sin cortarse:

“Estamos jodiendo (screwing) a nuestros aliados del Este imponiéndoles pesadas reformas para liberarlos del visado (y tratando de ofrecerles palabras bonitas pero no resultados reales en la próxima cumbre de Vilnius), y justo ahora, ellos verán a estos dos países, con todas las bendiciones, conseguir en unos días lo que ellos llevan años pidiendo. Sería un desastre político. ¿Puedo añadir, solo para completar la figura, lo que dirían nuestros amiguitos rusos?”.

Lo cierto es que colombianos y peruanos ya se habían impuesto a sí mismos pesadas condiciones. Y durante muchos años. En derechos humanos, los estándares de ambos países hoy superan claramente a Venezuela, cuyos nacionales no necesitan visado para Europa. En términos comerciales, en 2013 Perú y Colombia firmaron tratados de libre comercio con la UE, de modo que sus mercancías ya transitaban libremente por la Unión, pero sus ciudadanos no, lo cual implicaba tratar a las personas peor que a objetos. En cuanto a la inmigración, la verdad es que, en ese momento, de España salía más gente que entraba.

Y por último, en lo referente a la seguridad, ¿de verdad es más posible que venga un terrorista de Perú que de Emiratos Árabes Unidos? ¿O es este país más transparente y democrático? Porque resulta que los Emiratos sí han recibido un trato privilegiado, se han saltado el procedimiento normal y han quedado exentos de visado Schengen sin ningún análisis de riesgo. Lo único que justificaba la discriminación de Europa contra peruanos y colombianos era la pereza, la desinformación... y la falta de petróleo.

Tras el fracaso de la reunión del grupo de visados, España insistió. Se lanzó una ofensiva diplomática en todas las capitales europeas para reunir los votos de la Eurocámara. Los países más pequeños por lo general actúan como satélites de sus potencias más cercanas: votan de acuerdo con Francia, Reino Unido, Italia o Alemania. La prioridad era convencer a estas potencias.

Los Gobiernos de Perú y Colombia se incorporaron como dos alas en el proceso. En octubre, el presidente Ollanta Humala improvisó una escala en Francia que le costó un escándalo en su país, porque no había pedido la autorización del Congreso. Meses después, Perú firmó un contrato con Airbus por un satélite que pagaría a Francia. Por su parte, la empresa aeronáutica italiana Alenia competía contra el grupo EADS para vender aviones a Perú. A finales de noviembre, Alenia ganó el contrato.

Alemania, la potencia más oriental, era la más reticente con la retirada de visados. El presidente colombiano, Juan Manuel Santos, llamó personalmente a Ángela Merkel para persuadirla. Y cuando por fin cedieron sus pares, Alemania no quiso quedarse aislada y dio su brazo a torcer. Con el voto favorable de la Eurocámara, se abría la puerta de Europa a colombianos y peruanos. Y por cierto, España lograba un importante triunfo diplomático.

Si bien el Gobierno del PP lanzó la iniciativa, todos los partidos españoles votaron a favor. Esta no fue una cuestión ideológica, sino de Estado. El aporte específico de los países ibéricos en Europa es precisamente América Latina, su cultura, su sociedad, su mercado. Abrirle puertas en la Unión Europea es ampliar su propio poder e influencia. Y para España, en un entorno de potencias europeas mucho mayores y economías emergentes cada vez más competitivas, se trata de una cuestión de supervivencia.

En ese sentido, el nacionalismo catalán no sólo amenaza a España sino a todo el bloque político hispano. Con una Cataluña independiente, España tendría entre siete y diez votos menos en el Parlamento Europeo. Su poder de decisión sería inferior al de Polonia. Eso aumentaría el peso específico del Este europeo en perjuicio de los países ibéricos y, por lo tanto, de toda América Latina. Obviamente, también reduciría la influencia de la propia Cataluña, que de completar con éxito su proceso de readmisión, tendría el mismo peso que Bulgaria.

Tras las últimas elecciones catalanas, el primer ministro francés, Manuel Valls, declaró: “Todo lo que debilite a España debilitaría a Europa”. Podría haber añadido tranquilamente a América Latina. En un mundo ferozmente capitalista, para plantar cara al poder económico hacen falta grandes bloques de Estados con valores políticos comunes. El independentismo desea mutilar a Cataluña de uno de esos bloques. Más bien, de dos. Esto los empobrece a ambos, sin duda, pero en primer lugar debilita a los mismos catalanes.

Santiago Roncagliolo es escritor.

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