¿Podrá la viña sobrevivir al cambio climático?

La viña se parece en cierto modo a los canarios que antiguamente llevaban consigo los mineros al bajar a la mina cuando había peligro de grisú: si el canario se asfixiaba había que salir rápidamente al exterior. Cada año sufrimos las consecuencias del cambio climático en forma de granizadas más frecuentes, golpes de calor que secan las hojas e incluso los racimos, heladas de primavera..., pero este año se han batido todos los récords y la viticultura se va haciendo cada vez más difícil.

Aunque muchos bodegueros procuramos adaptarnos, en nuestro caso desplazando los viñedos a más altura o plantando variedades más resistentes, esto no es ninguna garantía para el futuro y nos empezamos a preguntar qué clima tendremos y cómo será nuestra viticultura dentro de 10 años. De momento, en los viñedos actuales estamos consiguiendo retrasar la maduración de las uvas, y esto explica por qué podemos seguir manteniendo la calidad. Cuando es posible, se recurre al regadío; también se puede reducir el cubierto vegetal, es decir, la superficie de las hojas expuestas a la luz solar y al viento. Si se reduce al 50% este cubierto vegetal, las vendimias se retrasan considerablemente, al producirse una menor fotosíntesis; las mallas de plástico que se utilizan para proteger las cepas del granizo producen algo de sombra y por ello tenemos también un cierto retraso.

Leía recientemente a Daniel Kanheman, que decía que: “El Homo sapiens no está capacitado para afrontar el cambio climático: Se trata de un mensaje amorfo, que no tiene bordes ni fronteras. No es inmediato, como lo fue la pandemia de la covid19, por ejemplo. No hay un único culpable, como se podría pensar en el caso de los conflictos bélicos recientes. No queremos asumir costes ni sacrificios, e incluso, para muchos, el cambio climático parece incierto e incluso debatible”.

A estas alturas parece imposible conseguir el objetivo del Acuerdo de París para limitar el aumento de las temperaturas a 1,5 grados o máximo 2 a finales del siglo XXI. Seguimos teniendo una enorme dependencia de los combustibles fósiles, y el 81% del total de la demanda energética de energía primaria mundial, corresponde al petróleo, al carbón, y al gas. En el caso del petróleo, el consumo supera los 100 millones de barriles al día. Y además, las empresas del petróleo reciben subsidios a escala mundial, del orden de 400.000 millones de dólares con el fin de evitar el incremento de la inflación.

Pero quizás todavía hay razones para un moderado optimismo, si se aplicaran soluciones inmediatas. La plantación de árboles es, hoy por hoy, lo más eficaz que se puede hacer para conseguir disminuir los gases de efecto invernadero (GEI) que tenemos en la atmósfera, y que proceden sobre todo de la combustión de la gasolina, el carbón y el gas. Habría que plantar 500.000 millones de árboles para conseguir bajar un 25% estos GEI que ascendían a finales del año pasado a 421 ppm (partes por millón) contra 270 ppm a finales del siglo XIX. Muchos países están haciendo esfuerzos en este sentido, muchas empresas también. En nuestro caso, queremos plantar 2 millones de árboles en los próximos años, especialmente en Chile donde disponemos de extensas fincas y también en España.

En los viñedos, la “viticultura regenerativa” permite evitar la erosión del suelo e incluso almacenar aproximadamente 1 tonelada de carbono/ha. También se progresa en la captura del CO₂ procedente de la industria, para almacenarlo en depósitos subterráneos. La industria vinícola tendría aquí un gran potencial de captura de CO₂ ya que, a lo largo de la fermentación de los vinos, se produce una gran cantidad de este gas. Se trata de un CO₂ que antes la viña ha absorbido por fotosíntesis de la troposfera, del aire, y que, después en la fermentación, se emite en buena parte de nuevo. Este año en nuestras bodegas ya hemos podido almacenar 20 toneladas de CO₂.

Por otro lado, la alimentación se va volviendo más vegetariana. Aumenta la utilización del transporte público y también de la bicicleta. También se entiende que hay que reducir al máximo los viajes en avión, así como reemplazar los coches de gasolina por los coches eléctricos (¡ojalá no se demoren más las electrolineras!). La instalación de placas fotovoltaicas en los hogares es cada vez más frecuente, y cuándo se dispone de ellas, el coste de la electricidad para el vehículo eléctrico es prácticamente nulo.

Pero faltaría lo más importante. Faltaría un pacto político a nivel de las naciones para afrontar seria y eficazmente el cambio climático y sus consecuencias. Bruselas ya lo ha hecho, con su programa de llegar al año 2050 con una Europa que sería carbono neutral y una reducción del 55% de los GEI para 2030. Además, han aportado grandes cantidades de fondos, los llamados “Next Generation” para la financiación de las energías renovables. Pero faltaría este pacto entre las fuerzas políticas de nuestro país para afrontar seriamente este problema, y tomar decisiones conjuntas que evitaran automáticamente la crítica o la obtención de ventajas en las siguientes elecciones. Ello comportará ciertamente un cierto decrecimiento de las economías y también sacrificar de algún modo nuestro estilo de vida. Por esto habría que pactar, porque las circunstancias lo merecen, y porque solo así se podrán afrontar las medidas necesarias para conseguir que el planeta siga siendo habitable.

Miguel A. Torres es presidente de Familia Torres.

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