¿Podrá Podemos?

A Podemos y a su líder se les ha agigantado, jibarizado, ensalzado, ridiculizado con una frivolidad que dice muy poco de nuestra capacidad analítica. Que Pablo Iglesias y su gente han caído como un pedrusco en una charca nadie lo niega. Que vayan a convertirse en dueños de ella ya es otra cosa. Por lo que conviene estudiar el fenómeno con el mayor cuidado y falta de prejuicios posible.

Lo primero que hay que decir es que las encuestas no son de fiar. Todas. Se trata de fotos fijas de la situación en un momento determinado, que no sirven para el siguiente. O sea, olvidemos que Podemos es ya la tercera fuerza política, camino de convertirse en la segunda. A no ser que los españoles nos hayamos vuelto locos, cosa que tampoco hay que descartar: ¿acaso los alemanes no se volvieron locos en los años treinta del pasado siglo? Pero las circunstancias son muy otras en España y en Europa. Lo sorprendente es la rapidísima pujanza adquirida por esa formación política. Aunque, si nos fijamos bien, nos damos cuenta de que no se trata de un milagro. Al revés: el milagro sería que no hubiese ocurrido. ¿Qué circunstancias eran esas? La primera, una población española que ha visto decrecer drásticamente su nivel de vida en cortísimo tiempo. Que, paralelamente, salieran a la luz los usos y abusos de una clase política escudada en sus privilegios explica que el descontento generalizado se haya convertido en indignación. Y si, encima, se presentaba la oportunidad de darles un escarmiento sin arriesgar demasiado, como eran unas elecciones en las que no se elegían alcaldes ni congresistas ni senadores, sino parlamentarios en la lejana Bruselas, que no se sabe bien lo que hacen, tendrán la constelación ideal para dar a los de casa el correctivo que merecían. Podemos, una formación antisistema recién creada, era el instrumento perfecto para propinárselo.

¿Podrá Podemos?Pero eso mismo delata sus debilidades. Una mejora en la situación económica cambiaría el ánimo de los españoles y unas elecciones en las que se jugaran los garbanzos les harían pensar dos veces antes de emitir un voto de mero castigo. La mejora económica parece haber empezado, pero le queda aún mucho para que la note el ancho de la población y vuelva al redil de sus partidos habituales, con algunos quedándose fuera, especialmente entre los jóvenes sin arraigo ideológico y los maduros muy ideologizados. O sea, que el efecto Podemos continuará en las próximas elecciones. La incógnita es con qué fuerza.

Para que una contestación política se convierta en movimiento de masas con opciones de alcanzar el poder necesita, de entrada, un líder con capacidad carismática de arrastre y, luego, un programa que convenza a esas masas. ¿Es Pablo Iglesias ese líder? ¿Tiene carisma? Hasta ahora, el carisma venía de un atractivo personal casi magnético, tipo Kennedy, o de una oratoria arrebatadora, tipo Churchill. Pablo Iglesias no tiene lo uno ni lo otro, pero el carisma viene hoy de que «la cámara te quiera»: de dar bien en televisión. Y él sin duda da. A lo que puede añadirse otro encanto: que es «el nuevo chico en el barrio», algo que despierta curiosidad y simpatías, al menos por algún tiempo. Buena parte de los votos que obtuvo se deben a ello.

Su mensaje, en cambio, es otra cosa. Sirve como crítica y vituperio, pero como esperanzador e ilusionante es puro humo. Se limita a repetir fórmulas no ya pasadas sino fracasadas, y ni siquiera han sido capaces de inventarse una consigna propia atractiva, pues Wecan era el eslogan electoral de Obama. Luego, lo que ofrecen, el salario estatal para todos los españoles, la nacionalización de la energía, el transporte, las telecomunicaciones, la educación, la industria alimentaria y, en general, las bases de la economía, solo pueden llevarnos a otra Venezuela o incluso a otra Corea del Norte, ningún modelo a seguir. Por no hablar ya de los detalles, la expropiación de viviendas vacías para facilitárselas a los desahuciados, la salida de la UE y del euro, la negativa a pagar la deuda externa, que asustan incluso a los más indignados a poco que reflexionen. Lo que presentan como nuevo no es más que el viejo programa libertario –eso que los comunistas llamaban «la enfermedad infantil de la izquierda»–, que solo atrae a una minoría radical. Sin duda, Podemos podrá pescar votos en la extrema izquierda y entre los descontentos de otros partidos, pero es difícil que los saque de quienes tienen algo que perder, que aún son mayoría en España.

La conclusión a que se llega de tan abigarrado escenario es que todo va a depender de la situación en que nos hallemos el día de la gran cita electoral el año que viene. Si la economía sigue mejorando hasta el punto de crear una esperanza de futuro, Podemos habrá detenido su crecimiento e iniciado su retroceso, que será mayor o menor según su capacidad de succionar votos de otros partidos de izquierda, pero no del centro, que es donde están los caladeros para obtener una mayoría apta para gobernar.

Si, por el contrario, la recuperación no levanta vuelo, sea por el frenazo de una de las grandes economías europeas o de varias pequeñas, sea por un conflicto militar como el de Ucrania o por la incapacidad de nuestra clase política de hacer frente a sus escándalos, el resentimiento, la indignación, la impotencia del electorado se traducirá en rechazo electoral, no de un partido u otro, sino del entero sistema constitucional, en el que ya nadie creerá ni confiará.

Como esto no es contestar a la pregunta que había planteado al principio –si Podemos puede o no puede alzarse como alternativa de gobierno–, les doy mi opinión particular, con todos los riesgos que lleva consigo en tiempos tan inciertos como los que corren: la recuperación económica continuará, aunque a ritmo lento. Los partidos tradicionales y sus dirigentes han visto las orejas al lobo y harán los cambios necesarios para no ser engullidos por él. Y la mayoría de los españoles se dirán aquello de «los experimentos, con gaseosa», es decir, en elecciones europeas, pero no en la que nos jugamos lo que tenemos, mucho o poco. Es decir, Podemos irá perdiendo gas a medida que se le vaya conociendo más a fondo. Dicho de otra forma: podrá impedir que algún otro partido, sobre todo de la izquierda, gobierne, pero no gobernar él.

Aunque nunca hay que olvidar la capacidad autodestructiva de los españoles y la incompetencia de la mayoría de nuestros gobernantes. El próximo año va a ser crucial de cara al resto del siglo, al decidirse si estaremos entre los vencedores o los perdedores de esta crisis. Para lo primero, necesitamos líderes que, saltando por encima de sí mismos y de su partido, nos lleven al mañana, no al ayer, con el consiguiente fracaso.

Pero es lo que solemos preferir, aunque solo sea para fastidiar a los demás, y en esto sí que me gustaría equivocarme.

José María Carrascal, periodista.

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