¿Podrá Turquía capear el temporal de Oriente Próximo?

Gran parte de Oriente Próximo ha quedado atrapada en un ciclo de terrible violencia, cuyo centro pasó de Irak (donde últimamente ha vuelto a agravarse la lucha sectaria) a Siria, pero que también incluye a Egipto, Yemen, Libia y Túnez. Más al este, Afganistán sufre su segunda década de conflicto violento, mientras Pakistán parece estar crónicamente al borde de la guerra, la guerra civil o la desintegración social.

La amenaza subyacente más preocupante es el incremento de los combates entre musulmanes sunnitas y shiítas. Al mismo tiempo, los conservadores devotos y la juventud secular de orientación liberal e izquierdista, que en 2010 y 2011 unieron fuerzas en El Cairo y Túnez para desafiar a los dictadores, ahora se han enfrentado: basta ver las horrorosas masacres perpetradas hace poco en El Cairo por las fuerzas de seguridad egipcias contra manifestantes islamistas, después de un golpe militar que tuvo el apoyo de los liberales. Los pueblos de la región están derivando hacia campos enemigos y al hacerlo profundizan las heridas abiertas en sus sociedades.

Muchas veces dije que Turquía no debería intervenir en los asuntos internos de sus vecinos ni adoptar una política centrada en Oriente Próximo. Tanto el gobierno como la oposición deberían mantener la vista firme en Europa, a pesar de los obstáculos que la Unión Europea opuso a Turquía durante las negociaciones de ingreso.

Pero Turquía no puede permanecer indiferente a la tragedia en la que sus vecinos del sur están inmersos. El sufrimiento del mundo árabe también se hace sentir con mucha fuerza en Turquía, por los lazos históricos, religiosos y emocionales que la unen con aquellos países. Además, los vínculos económicos y la mera proximidad implican que la prosperidad de Turquía depende, al menos hasta cierto punto, de la de Oriente Próximo.

En años recientes se esperaba que Turquía sirviera como modelo de economía exitosa y democracia en buen funcionamiento, pero los últimos acontecimientos han generado dudas. En la práctica, para mantener el éxito económico, consolidar la democracia y ser un ejemplo convincente para otros países, Turquía debe superar cuatro fuentes de tensión interna.

La primera fuente de tensión (y la más grave) se origina en la necesidad de reconocer la identidad kurda como parte plenamente legítima de la República de Turquía. Aquellos que deseen expresar una identidad kurda, lo mismo que cualquier otro ciudadano, necesitan confiar en que, sin dejar de mantener un compromiso colectivo con la unidad nacional, Turquía es un país donde hay espacio para la diversidad.

En segundo lugar, persiste una tensión histórica entre la numerosa mayoría sunnita y la minoría aleví-bektashi, vagamente emparentada con el Islam shiíta.

En tercer lugar, está la diferencia entre los que adhieren a la tradición del Islam político y los que sostienen el estricto secularismo que la república trajo consigo. A menudo, esta “divisoria” social se mezcla con la separación entre sunnitas y alevíes, ya que estos últimos se han ido alineando cada vez más con la izquierda política.

Por último, dentro de la administración pública hay señales cada vez más evidentes de partidismo. Uno de los pilares del programa de reformas de 2001 y 2002 había sido la creación de organismos reguladores independientes y no partidistas, pero hace poco estas reformas se revirtieron, y las autoridades reguladoras independientes volvieron a quedar bajo control de los ministerios del gobierno (aunque el banco central aparentemente conservó gran parte de su autonomía). Al disminuir la percepción de independencia partidaria en la administración pública, la proximidad con el poder se ha vuelto otra fuente de tensión.

Turquía cuenta a su favor con reflejos y valores republicanos formados a lo largo de varias décadas, además de una sabiduría humanista que hunde sus raíces en siglos de historia. Sin embargo, en vista del contexto regional, las tensiones internas de Turquía ahora representan una amenaza seria.

Todas las partes deben controlar estas tensiones con mucho cuidado y prudencia. El respeto por la diversidad y la libertad individual, así como la preocupación por generar crecimiento y empleo en una atmósfera de paz social, deben ser principios rectores. La consigna del momento debe ser curar las heridas (que todas las partes ayudaron a abrir en uno u otro momento) y ejercitar el perdón. No debe permitirse el desarrollo de una espiral de frustración y antagonismo.

Turquía debe prestar mucha atención a la catástrofe que se desarrolla a su alrededor en Oriente Próximo. Se necesita ayuda humanitaria, y Turquía la está ofreciendo con generosidad, en formas que deberían servir de ejemplo a los países occidentales. Pero los líderes políticos, los formadores de opinión y los ciudadanos turcos también deben reconocer que la única protección contra un desastre similar en Turquía es mantener una democracia vigorosa, una administración pública plenamente profesional y una sociedad tolerante que sea un ejemplo de orgullo y afecto por la diversidad del país.

Turquía no recibirá protección de otros; incluso habrá quienes promuevan el conflicto dentro de sus fronteras (abundan los ejemplos históricos de este tipo de tácticas). Solo Turquía puede protegerse a sí misma, y el único modo que tiene de hacerlo es mantener un comportamiento auténticamente democrático en el frente interno y una política exterior que promueva la paz y la democracia, sin tomar partido en las batallas que se libran en la región, especialmente la que enfrenta a sunnitas y shiítas.

Afortunadamente hay motivos de esperanza. Los manifestantes que en junio se congregaron en el parque Gezi para protestar pacíficamente (simplemente, quedándose quietos) contra los excesos policiales son los mismos que hace algunos años también protestaron pacíficamente contra la prohibición del velo islámico que entonces regía en las universidades turcas. Este tipo de preocupación por los derechos de todos es una señal distintiva de la generación joven turca.

Otro ejemplo similar lo dio el gobernador saliente de la provincia sudoriental de Van, cuando el mes pasado se despidió de la población hablando en kurdo (el idioma mayoritario), gesto que se le retribuyó con afectuosas expresiones de deseos.

La gran mayoría de los ciudadanos turcos comparten este espíritu de generosidad. Por eso, a pesar de las serias dificultades que enfrenta, es muy posible que Turquía logre superar sus tensiones internas y convertirse en el ejemplo que sus vecinos de Oriente Próximo (y tal vez algunos pocos de sus vecinos europeos) necesitan con urgencia.

Kemal Derviş, former Minister of Economic Affairs of Turkey and former Administrator for the United Nations Development Program (UNDP), is Vice President of the Brookings Institution. Traducción: Esteban Flamini.

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