Polarización asimétrica

Los acontecimientos se han sucedido a tal velocidad durante los últimos diez días que sus efectos se agolpan desordenadamente, ensombreciendo unos a otros. Los comicios autonómicos en Andalucía y Asturias, la huelga del 29-M y el proyecto de presupuestos que hoy conoceremos al por menor han mostrado a dirigentes saludando desde el balcón en la noche electoral, a piquetes informativos desbordados por imágenes de destrucción, para acabar con las inevitables cábalas sobre quiénes aflorarán su patrimonio oculto atendiendo a la llamada del Gobierno y, todo ello, acompañado de nuevas inquietudes sobre el porvenir financiero. La secuencia de hechos –cada uno de ellos muy complejo de interpretar– es tan frenética que acaba trivializando su importancia. La quiebra puntual de lo que se presentaba como una tendencia imparable hacia la hegemonía absoluta del Partido Popular, la mayor huelga de los últimos diez años y el recorte presupuestario más drástico que se haya conocido en España parecen formar parte de un paisaje en el que nada sorprende. A ello ayuda que el ruido de proclamas, declaraciones y réplicas se haya vuelto ensordecedor. Entre los fenómenos que se han producido en esta última semana y media, hay uno que pasa desapercibido y es la polarización de posturas.

El discurso de la inevitabilidad de esta reforma laboral y de estos presupuestos apela a causas superiores ante las que la contestación se hace extremadamente difícil. El recurso a la fatalidad del momento y la promesa, siempre difusa, de que los sacrificios de hoy serán compensados mañana son suficientes para contener el malestar de una sociedad probablemente más impotente que temerosa. La presión se incrementa, y dado que no resultan verosímiles otra reforma y otros presupuestos, el vapor comienza a salir por los resquicios del sistema. El auge del voto a Izquierda Unida en Andalucía y Asturias, los mensajes que han circulado en las bases sindicales e, incluso, las expresiones más bárbaras de la protesta forman parte de un todo que dificulta la asunción colectiva de la austeridad como un compromiso pactado y, por lo tanto, moderado. Lo que la mayoría absoluta del PP perdió en las autonómicas andaluzas y asturianas y en la movilización del 29-M en el plano social lo recuperó con la presentación del proyecto presupuestario como ejercicio del poder. Pero el contraste entre este poder que se muestra inalterable y una sociedad que se ve impotente es lo que alimenta la polarización.

La polarización es asimétrica, puesto que tanto la política dominante como la adhesión ciudadana que concita escoran la situación. Pero lo característico del momento es que, aunque en apariencia brinda al PSOE de Rubalcaba y Griñán una oportunidad imprevista, limita su campo de actuación en tanto que le empuja hacia su izquierda. Desde mayo del 2010, el socialismo gobernante, el de Rodríguez Zapatero, se atuvo al dictado de Bruselas para evitar que España fuese intervenida. Su declive no obedeció tanto a la adopción de aquellas primeras medidas de ajuste como al desconcierto que provocó en sus bases sociales quien se había resistido a emplear el término crisis para calificar lo que se desencadenó tres años antes. Hoy buena parte del socialismo se siente atenazado entre la última etapa del mandato Zapatero y la necesidad de recuperar no se sabe qué perfil de izquierdas. Pero, en realidad, el PSOE se enfrenta a la disyuntiva de dejarse llevar por la polarización o tratar de corregirla subrayando su disposición a acuerdos, siquiera puntuales, que palíen los efectos más dolorosos del tratamiento a base de ajustes y reformas.

Es verdad que la necesidad que tiene Rajoy de hacer valer sus razones a través de una política de hechos consumados deja poco margen para que el socialismo opte por una actitud de responsabilidad. Pero la travesía del desierto no cuenta con atajos. Rubalcaba saludó los comicios autonómicos de Andalucía y Asturias como inicio de un nuevo ciclo político. Él mismo sabe que se trató de una lectura exagerada por interesada. El PSOE no puede distanciarse tanto de la política dominante en el conjunto de la UE como para cuestionar rotundamente su pertinencia. Aunque resulte difícil imaginarlo, lo óptimo sería que el socialismo acabase gobernando en solitario la Junta de Andalucía y la del Principado asturiano, con la aquiescencia de un PP igualmente responsable. Pero la inercia bipolar constituye una fuerza demasiado poderosa como para que dos partidos –PP y PSOE– que se disputan tan desigualmente el terreno opten por el entendimiento. Los acontecimientos discurren de forma precipitada, la estrategia está sólo en manos del poder y el poder es hoy más relativo que nunca.

Kepa Aulestia.

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