Política como pasión, y política como profesión

Por Juan José Lucas, senador del PP (EL MUNDO, 20/05/04):

El título casi reproduce el original alemán de Política y Ciencia de Max Weber, cuya traducción más literal hubiera sido «Política como profesión; Ciencia como profesión». Y la política es, en efecto, pasión y profesión. Según el pensador de Erfurt, «se hace con la cabeza, pero no sólo con la cabeza». Y probablemente habría que partir de ambos considerandos para conocer qué esperan los ciudadanos de nosotros, sus servidores, en la profesión pública.

Porque la pasión no sólo es intrínseca a la vocación política.Esa pasión forma parte de un vínculo emotivo sin el que la democracia no existe: el que une a los ciudadanos con sus servidores. Durante la campaña de las primarias de 1968, Robert Kennedy, candidato demócrata a la presidencia, dicen que finalizaba siempre la jornada electoral con los brazos arañados y la camisa desgarrada en las mangas y en los puños. Miles de personas habían querido hablarle, estar cerca de él o solamente tocarle.

Este mismo político, cuando Martin King fue asesinado, el 4 de abril de 1968, se encontraba en plena campaña de las primarias de Indiana. A pesar de la profunda encrucijada de odio racial que asolaba su país o, mejor dicho, por este motivo, el matrimonio Kennedy participó en el funeral por expresa invitación de la familia. Las imágenes del matrimonio saludando a miles de seguidores del reverendo baptista son verdaderamente sobrecogedoras. Casi exactamente dos meses después, el 5 de junio de 1968, el senador Kennedy era tiroteado tras imponerse en las cruciales primarias de California.

La pasión política es, igualmente, la energía que transforma la derrota en victoria. Los más grandes estadistas cuentan también sus trayectorias por derrotas electorales, pero sobre todo por su heroica determinación para superar la persecución, la cárcel o la enfermedad.

De derrotas sabía mucho Winston Churchill. Tan sólo en una ocasión, en 1951, ganó unas elecciones legislativas como candidato a primer ministro. Tenía 76 años. Perdió las de 1945 y 1950. Y perdió casi dos terceras partes de las elecciones parlamentarias a las que concurrió. Pero de la derrota electoral emergen las grandes victorias políticas.

Churchill, por cierto, improvisaba tribunas electorales en los capós de los automóviles. A comienzos de 1992, en el centro de New Hampshire, un gobernador sureño, Bill Clinton, casi asaltaba a los viandantes en medio de la nevada para solicitarles el voto en las primarias demócratas. Todo el mundo le daba por retirado de la campaña tras un escándalo sentimental. Sin embargo, obtuvo un inesperado segundo lugar tras el ganador, Paul Tsongas. Apenas unos meses después, ese gobernador ganó las primarias, y después las presidenciales.

De superación de la persecución podría hablar Robert Schuman, internado en un campo de concentración por los nazis tras la caída de Francia, fugado en 1943 y escondido en las abadías benedictinas.O Konrad Adenauer, en fáctico arresto domiciliario durante 12 años, desde el acceso de los nazis al poder hasta el final de la II Guerra Mundial. Tras su elección como canciller en 1949, su portentoso mandato, revalidado en otras tres ocasiones, sólo dejaría a sus adversarios un argumento tan absurdo como recurrente: el de la edad. Se presentó por última vez a unas elecciones con 85 años, y abandonó la cancillería con 87. De los de 1963.

Pero Schuman y Adenauer fueron algo más que grandes políticos: fueron los arquitectos de la reconciliación entre los europeos, y de la generación de un clima de integración, de estabilidad política y de salud democrática, que constituye un auténtico patrimonio compartido por quienes habitamos en este continente.Trabajaron con pasión hasta el límite de sus energías humanas.

En la cárcel han padecido algunos de los más grandes estadistas de la historia. Es una experiencia que comparten dos adalides de la reconciliación nacional, y del encuentro de todos los seres humanos de buena voluntad: el italiano De Gasperi y el sudafricano Nelson Mandela. Ambos se enfrentaron con el fascismo y con el racismo, y prevalecieron. La prisión política es siempre la antesala de una democracia más grande, más ancha y más generosa. La estampa de Nelson Mandela en los prolegómenos de la final de la Copa del Mundo de rugby de 1995, saludando a los integrantes de la selección sudafricana, entonces todos blancos, ataviado con la camiseta de los Springboks, con el número 6 de Pienaar, un antiguo partidario del apartheid, es uno de los símbolos más hermosos de la fraternidad humana de los últimos años.

De lucha contra la enfermedad sabía también el liberal Franklin Roosevelt, en una silla de ruedas como consecuencia de la polio.Hoy merece ser considerado como uno de los mejores presidentes de la Historia de los Estados Unidos.

La vocación política se nutre de pasión, en efecto, de acuerdo también con la definición weberiana. Pero igualmente de sentido de la responsabilidad y de sentido de la proporción.

Responsabilidad y proporción equivale a moderación y a honradez. El recuerdo de Abraham Lincoln, el honesto Abe, presidente de los Estados Unidos entre 1860 y 1865, quien abolió la esclavitud, es insoslayable. En una ocasión en la que se presentó a congresista del Estado de Illinois, el Partido Republicano le entregó 200 dólares para que hiciera frente a los gastos de la campaña. Cuando concluyó, devolvió 199 con 25 centavos. A la hora de justificar el desembolso, argumentó que había gastado 75 centavos en invitar a un barril de sidra a los asistentes a un mitin.

Yo creo que, cuando se valore la primera experiencia de gobierno del Partido Popular en España, entre 1996 y 2004, la responsabilidad y el sentido de la proporción serán conceptos inseparables de una etapa caracterizada por la austeridad y el rigor en la prosecución del bien común y en la administración de la cosa pública. Pero creo que se valorará también como una experiencia de pasión política, de pasión por la libertad, de pasión por los servicios a los ciudadanos. El PP ha vivido muchas campañas de infarto. Esa es la pasión que necesitamos. Sin ganas de ganar no se gana. Sin transmitir ilusión por un proyecto es imposible contagiar a los votantes. Sin riesgos en el debate político, que es el coso donde uno se acerca a recibir una cornada, la política no es política; es otra cosa. La política es lucha y es acuerdo. Pero, sobre todo, la política es cariño. Sin autoestima, sin confianza, sin dejar el alma en el empeño político, es imposible triunfar electoralmente.Yo tengo alguna experiencia personal en este tema.

En 1966, en su célebre discurso en la Universidad de Alabama, Robert Kennedy sostenía que «nos toca a nosotros encontrar respuestas nuevas, respuestas que deben ser elaboradas no solamente desde la tranquila contemplación de los estudios, sino en medio del polvo y del sudor, en medio del fragor y de la excitación de la lucha. Y esas repuestas deben ser, sobre todo, justas». Esas respuestas, añadiría yo, son las respuestas de la verdadera política.

En democracia, por fortuna, las obligaciones esenciales del servidor público siguen comenzando por responder a una exigencia ética insoslayable: la autenticidad. Y la autenticidad se transmite desde la cercanía. La confianza del ciudadano se gana en la administración honesta y eficiente de los recursos públicos. Pero el veredicto de la historia se debe tanto a la confianza como al corazón.Por eso, cuando una fuerza política, como el Partido Popular, cuenta con la militancia de más de 600.000 ciudadanos, 10.000 de ellos desde el 14 de marzo pasado, la pasión se renueva.

Si, como decía Robert Schuman, «la democracia es una continua creación», el Partido Popular, hoy desde la oposición, presenta una opción de gobierno y de encuentro fraterno más creativa, más viva y más apasionada que nunca en torno a los valores del humanismo liberal. Y no existen valores más profundamente políticos que la generosidad y la esperanza. Con esos valores no sólo se ganan elecciones, sino que se construye la Historia.

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